CARMEN MARÍA FDEZ-KOFBLER CASAS-NEFF
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2024-10-20
Dubitare aude
Atrévete a dudar de la palabra escrita y escuchada. Porque, ¿qué significa “aude”? Aude, depende de cómo y dónde sea usado, dicho término puede referirse a un departamento francés, perteneciente a Occitania, o a su significado en español del latín atrevimiento. Las palabras son herramientas que bien combinadas producen sonoros términos con fines diferentes para quienes las leen o las escuchan, ya que por separado la suma no existe.
La individualidad tiene sus tiempos de ser, de macerar, sus silencios, porque sí o sí, somos seres gregarios.
La historia siempre ofrece el “aude” de quien la ha escrito, cincelada y esculpida con su mirada, una única vía rápida para hacer creer que lo que cuenta es lo más importante y que es así como se debe de divulgar, pero en mi opinión, quizás el mejor pavimentado camino para llegar a vislumbrar la luz sea el atreverse a dudar.
Y por ese camino es por el que ando, por las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, por su historia, que es la mía y la de muchos otros.
Por la estrecha senda de investigar y dudar, pero siempre con decisión. Poblaciones de primer apellido, de Sierra Morena, de segundo título, y Nuevas, por nacer de la novedad del pensamiento ilustrado.
Las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, a día de hoy, ya han cumplido 257 años, pues, nacieron en el siglo XVIII, tiempo en que los pensadores ilustrados estaban enarbolados en el atrevimiento planificado de dichas colonias.
Carboneros, Guarromán, Santa Elena, Aldeaquemada, Arquillos, Montizón, con su capital La Carolina, y con todas las respectivas pedanías de cada población, nacieron todas ellas bajo el atrevimiento del dudar y del saber, dejando a un lado la galbana y el temor al fracaso y animosos por las ansias de ver la luz del pensamiento ilustrado.
Dice Michael Sandel, profesor de filosofía en Harvard que “la verdadera felicidad procede de la inmersión en actividades gratificantes por sí solas, y de la organización de la existencia en torno a tres virtudes: el autodominio, la amistad y el compromiso con la naturaleza”.
En mis investigaciones, hechas en las fuentes de diferentes archivos, buceando entre legajos en la búsqueda y comprensión de la forma en que vivieron y habitaron los colonos que nos dieron vida hace 257 años, he podido constatar que tanto el porcentaje de hombres como de mujeres que no habían tenido descendencia era bastante elevado.
Al parecer, tener descendencia ya en el siglo XVIII no era una meta. Algunas personas preferían emplear su tiempo en otros menesteres. ¿Acaso, no se sentían satisfechos con el horizonte que tenían establecido ante ellos? ¿O quizás el dolor sempiterno del desarraigo les motivaba solamente a crear comunidad sin dejar más huella que la de su pie?
Ya decía el ilustrado español, Gaspar Melchor de Jovellanos: “Quién no tiene lo preciso para mantenerse solo, ¿buscará en el matrimonio la multiplicación de sus necesidades?”.
La historia de la Colonización es “reciente”, apenas algo más de dos siglos y medio de hechos que la invasión napoleónica, en 1810 a su paso por los edificios de las poblaciones erigidas a lo largo del Camino Real, convirtió en cenizas muchísimos legajos, en sus ansias de avasallar, imponer y destrozar la historia en las escribanías. Restos de papeles quedaron que se interpretan según el espejo ajeno en el que vemos reflejada nuestra razón, que nos esculpe sin el mayor interés de un titular.
Yo voy más allá, mis pasos van hacia la luz del “dubitare aude” sin prisa, pero sin pausa, ese es mi sino, porque como bien decía Jovellanos: “Amigo mío, la Naturaleza ha dado a cada ‘persona’ un estilo, como una fisonomía y un carácter. El hombre pude cultivarla, pulirla, mejorarla, pero cambiarla, no”.
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