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2024-05-05
No somos animales
El pasado 8 de febrero, nueve hombres prendieron fuego a una nave con 25 trabajadores dentro en El Ejido, en medio de las protestas de los agricultores, la excusa era que según ellos allí había hortalizas procedentes de Marruecos. Estos nueve hombres, que ya han sido detenidos, lanzaron neumáticos y un colchón incendiados al interior de la nave con plena conciencia de que dentro había personas trabajando y con la clara intención de quemarlos vivos. Una “acción radical” dice la policía. Una acción vil y cobarde, diría yo. Estos actos no son fruto de la rabia, ni producto de una situación desesperada. Detrás hay una intencionalidad y es el fruto de años de discursos de odio que acaban calando en esa España psicópata y cerril dispuesta a acabar con todo con tal de mantener sus privilegios o, peor, los privilegios de otros. Desde hace tiempo, las organizaciones de DD. HH. y sindicatos vienen denunciando la situación extrema en que viven miles de inmigrantes bajo los invernaderos
sin que nadie repare en ello,
al fin y al cabo, solo son “negros” y “moros”. Los medios de comunicación en este país están más pendientes del pan y circo. Hoy, desde esta humilde columna, quiero dar voz a uno de esos chavales invisibles, que le llamaremos Mamadou. Él, como muchos otros, llegó buscando trabajo a ese milagro económico que se sustenta en la explotación de inmigrantes sin papeles que son los invernaderos. Aunque también resalta que no todos los empresarios son iguales y sería injusto meterlos a todos en el mismo saco. En algunos de los que trabajó Mamadou, la jornada empieza a las 7 de la mañana y acaba a las 2 de la tarde, por ello le pagaban 25 euros, muy por debajo del jornal base del campo. Si trabajan de sol a sol, le pagan 50. Si alguno de ellos pide un contrato, les descuentan 20 euros al día; de esta forma, los que quieren trabajar conforme a la legalidad cobran 5 euros por una jornada de 7 horas. A las quejas de los trabajadores responden con sus más conocidos mantras: “esto es lo que hay, si no lo quieres ya habrá otro negro que lo haga”, “es que no quieren trabajar”, “los comunistas nos quieren quitar nuestro sudor”… Mamadou vivió unos años en una choza de plástico en un pequeño descampado entre invernaderos, sin luz, ni agua, ni acceso a la sanidad pública, cerca de una caseta donde unas chicas nigerianas eran obligadas a prostituirse. Cada amanecer se dirigía a los lugares que ellos llaman Plazas Chad, donde se reúnen aquellos que no tienen trabajo, a esperar que los empresarios los elijan desde sus todoterrenos de alta gama, señalándoles con el dedo, como quien elige un plato de comida en un lugar desconocido. Ese es el caldo de cultivo del que se sirve la extrema derecha para sembrar su animadversión al diferente, a lo desconocido, al pobre. Cultivando el odio. Finalmente, decidió salir de allí y buscar dónde sentirse persona, porque como él dice: “Nos somos animales”.
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