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2024-06-30
El amor de Andrea
Cuando deseamos con insistencia el amor de alguien, puede ocurrir que ese amor que buscamos no es el que tanto ansiamos, sino que descubrimos que está impregnado de silencio. Quizá porque hay personas que no saben dar ese amor o, sencillamente, porque esa es su forma primitiva de querer. Y entonces, solo nos queda buscar ese amor en nosotros mismos o en esas personas que tenemos cerca. Estos son los ingredientes de la última película del director Manuel Martín Cuenca, El amor de Andrea, una historia que desmonta la tradicional idea del amor incondicional de los padres y que ahonda en el crudo realismo cotidiano de esas familias, que llamamos a veces, con mucha ligereza, desestructuradas. La cinta fue presentada en la última edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) y supone un claro cambio de registro del director almeriense, que nos tenía acostumbrados en sus anteriores películas, a destapar los monstruos que se encuentran agazapados en la sociedad (véase La flaqueza del bolchevique, La Hija y Caníbal) y que ahora nos introduce en un drama sereno, que casi es una reconciliación con el ser humano. Un drama sin lágrimas, donde el desencanto acaba difuminado por la luminosidad. Martín Cuenca dice que no quería repetirse en su cine de suspense. Hace tiempo escuchó la historia de una niña que había demandado a su padre porque incumplía el régimen de visitas y nunca iba a verla y supo que allí había una película. La protagonista es Andrea, una heroína cotidiana que nos podemos encontrar en cualquier sitio, que vive su adolescencia con una madurez de la que, a veces, adolece el mundo de los adultos. Para el rodaje solo se utilizó un trípode y una cámara, que persigue a la joven por las calles de Cádiz, la ciudad elegida, esta vez, por el director para su última película.
El resultado es una simbiosis de una frescura sorprendente entre lo que la cámara capta y el personaje de Andrea.
El rodaje se realizó de forma cronológica y el equipo tuvo la precaución de que los niños protagonistas no conocieran el guion final, por lo que siempre creyeron que los padres de esta historia acabarían reconciliándose. Al director le interesaba, sobre todo, ir descubriendo las diferentes reacciones de los pequeños a lo largo de unos acontecimientos, que realmente les pudieran suceder. El peso de la historia recae sobre la debutante y joven protagonista Lupe Mateo. Su transparencia emocional y rebeldía se articulan alrededor del libro que siempre le acompaña, la fábula de Juan Salvador Gaviota, con el que se instruye en el aprendizaje sobre la vida y el perdón. Para la elección, tanto de Andrea, como la de sus hermanos Tomás y Fidel, pasaron por el casting, durante un año, más de 5000 personas, con las que se realizaron multitud de ejercicios de improvisación y cuyas entrevistas fueron supervisadas directamente por el director. No podemos olvidar la otra gran protagonista de la historia: Cádiz, una ciudad que se nos muestra en toda su luminosidad. La banda sonora, compuesta por Vetusta Morla, que ya trabajó con Martín Cuenca en La Hija, introduce en la historia un aire latino un tanto aflamencado. El grupo madrileño utiliza instrumentos de percusión, guitarra y cuerdas en unos acordes sencillos, que culminan con un precioso tema final, junto a Valeria Castro, que escuchamos en los créditos.
Os dejo con El amor de Andrea, una película sobre la incapacidad de dar afecto. ¿Merece la pena demandar el amor de alguien que no te lo quiere dar o no sabe hacerlo?
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