Quizá sea cierto, visto lo visto, que nuestro Derecho a la ciudad se ve mermado por la gestión que de la misma se hace en muchas ocasiones, priorizando aquello que no beneficia nada más que a unos pocos y perjudica a la mayoría.”

2023-06-18


Por pura casualidad, y por aquello de que a los que somos lo que yo denomino “inquietos intelectualmente” todo nos interesa y cualquier texto que cae en nuestras manos nos resulta atractivo, al menos de principio, me he encontrado en los últimos días con varias referencias a un concepto que ha llamado mi atención. Se trata del llamado Derecho a la Ciudad.

Para que nos entendamos, según la Organización de las Naciones Unidas, ONU, el Derecho a la Ciudad es el derecho de todos los habitantes a habitar, utilizar, ocupar, producir, transformar, gobernar y disfrutar ciudades, pueblos y asentamientos urbanos justos, inclusivos, seguros, sostenibles y democráticos, definidos como bienes comunes para una vida digna.

Recomiendo, para quien quiera profundizar en el tema, que acuda a Google y revise algunas de las miles de entradas que aparecen como resultados, empezando por leer “El Derecho a la Ciudad”, de Henri Lefebvre, que fue quien en 1968 habló por primera vez del término.

No voy a entrar a intentar aportar algo a la definición, porque posiblemente no podría incluir nada nuevo en ella, pero sí me gustaría reseñar dos puntos que me llaman la atención.

Por un lado, está el hecho de que todo este concepto nos pueda parecer algo obvio. Tanto que parece innecesario apuntarlo y dedicarle tiempo a explicarlo. Parece lógico que todas las personas que viven en una misma ciudad tengan el derecho a disfrutarla y vivirla en unas condiciones mínimas de salubridad y seguridad.

En cambio, solo con leer otra vez la definición, se nos vienen a la cabeza ejemplos de ciudades, o barrios dentro de las ciudades, que conocemos personalmente o a través de los medios, donde difícilmente se podría decir que se cumplen las condiciones enumeradas más arriba.

Quizá nos pasa como con otros derechos y otras cuestiones cotidianas, que por verlas siempre ahí, nos volvemos cómodos y no caemos en la cuenta de que alguna vez no estuvieron y que de no haber sido por personas que dieron mucho, incluso su vida, por ellas hoy no las tendríamos a nuestro alcance.

Puede ocurrir que, si no empezamos a pensar que, si no defendemos los logros conseguidos durante generaciones, llámense derechos o no, puede que llegue un día en que sin darnos cuenta nos los hayan reducido tan a la mínima expresión que ni sirvan para lo que se pensaron ni cubran, como deberían, a la mayoría de la sociedad.

Con esto pasa, además, como con otras muchas cosas, que parece que los derechos no tienen límites para algunos y, en cambio, no existen para otros. Y siempre entrará en confrontación el derecho de unos con el de otros, o lo que cada persona entiende como su derecho.

Habrá quien piense que su derecho a la ciudad recoge poder dar paseos por amplias aceras y zonas monumentales, sin tener que ir haciendo “slalom” entre las mesas de las terrazas de los bares, y habrá quien piense que su derecho a la ciudad pasa por poder tener una terraza disponible cada cuatro pasos o en cada plaza o calle de la ciudad.

Articular y mediar en este tipo de cosas es lo que denominamos modelo de ciudad. Que a veces parece que si no hablamos de cosas grandilocuentes, no estamos haciendo nada.

Por otro lado, me gusta que se cite como “bien común” a la ciudad. Creo que es la mejor definición de un bien común que puede hacerse. Algo que pertenece a todos los que lo usan, pero solo durante el tiempo en que lo usan sin poder, además, venderlo.

Y entonces deberíamos ir un paso más allá y caer en la cuenta de lo absurdo del comportamiento de quienes ensucian, estropean, destruyen el bien común. Su bien. Porque, no sé a usted, pero a mí me parece del género tonto dedicar tiempo y esfuerzo a romper, estropear o destruir lo que es tuyo, máxime cuando tienes que seguir usándolo después. No es como un utensilio que cuando lo rompes y lo tiras desaparece para ti. En la ciudad tú vas a tener que seguir viviendo con las consecuencias de tus actos.

También habría que hablar aquí de la responsabilidad individual de cada cual en la gestión y el diseño de la ciudad. Porque a veces parece que ésta se limita solo a acudir a votar cada cuatro años. Y ésta es una actitud que no sé bien si corresponde a la irresponsabilidad de mucha gente o al triunfo de una estrategia por parte de quienes gobiernan para que dejemos las cosas en sus manos, como aquello que se les dice a los niños: “dejad eso para los mayores, que vosotros no sabéis”. Nos han convertido en algo que yo denominaría “ciudadanía infantilizada”

Es posible, de hecho estoy seguro, que a alguien le parezca que todo esto no es más que una pérdida de tiempo, una especie de ejercicio de estilo de alguien que ha decidido dar vueltas a las cosas.

Les invito a leer nuevamente la definición. No hablamos de cualquier cosa. Nos cita literalmente “habitar, utilizar, ocupar, producir, transformar, gobernar, disfrutar, … justos, inclusivos, seguros, sostenibles y democráticos” y acaba incluso hablando de “una vida digna”

Y lo hace como un derecho, es decir, algo que tenemos reconocido y que debemos exigir. Que se nos debe proporcionar y con lo que no se puede negociar.

Quizá conceptos como participación, cogestión, gobernanza, asociacionismo, lucha contra la discriminación, la contaminación o la precariedad; medioambiente, zonas verdes y espacios de disfrute comunitarios; acceso a servicios públicos de calidad y de manera inclusiva, tráfico lento y con disminución de ruidos, mantenimiento de infraestructuras en todos los barrios, acceso al comercio básico en un radio corto de desplazamientos… sean a los que se referiría Lefebvre.

Quizá sea cierto, visto lo visto, que nuestro Derecho a la ciudad se ve mermado por la gestión que de la misma se hace en muchas ocasiones, priorizando aquello que no beneficia nada más que a unos pocos y perjudica a la mayoría.

Quizá, por último, sea hora de salir a defender nuestro Derecho, como lo hacemos con la educación, la sanidad u otros. Los Derechos, ya sean civiles o sociales, se defienden y se universalizan. Cualquier otra cosa es ahondar brechas que nunca se llegan a cerrar solas.


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