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ALFREDO INFANTES DELGADO
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2025-01-26
Ana Castro
Poeta -que dicen- del dolor
Ana es una periodista y escritora de Pozoblanco, afincada en Madrid. Trabaja en el ámbito de la Comunicación Corporativa. Ha promovido y participado en distintos proyectos culturales, entre ellos el Festival Cosmopoética, de Córdoba.
Su vida transcurría con normalidad, hasta que en 2014, cuando tenía 24 años, fue diagnosticada de un síndrome de dolor pélvico crónico complejo. Desde entonces, Ana ha tenido de lidiar con el dolor día tras día.
Y estas cosas nos dice en diferentes entrevistas que le han hecho:
Mi dolor es continuo, 365 días al año, 24/7. Y aunque ya me llevo bien con el dolor, la situación es dura. No solo para mí sino para las personas que me rodean y me quieren.
...la poesía es mi único espacio de libertad y todo un espacio seguro en el que debo crear tal y como quiera y mi voz debe de ser libre de decir con mi verdad.
...mi poesía es muy autobiográfica y son las palabras, los poemas, los que llegan a mí y con el tiempo entiendo en ellos la verdad de muchas cosas que en ese momento no soy capaz de ver.
Se entiende que cuando un hombre dice algo está sentando cátedra pero si lo decimos nosotras es que somos una somos débiles y estamos por debajo. Hay que reivindicar que ese dolor acallado que soportamos las mujeres sin poder dejar a un lado nuestras funciones...
Hasta ahora tiene dos poemarios publicados: El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017) y La cierva implacable (Cántico, 2023), con el que ha conseguido el XXX Premio de Poesía Ciudad de Córdoba.
El tema del dolor desde el punto de vista más personal centró el primer poemario; y el segundo, también tiene que ver con esta situación que la acompaña constantemente, pero esta vez lo enfoca de forma distinta, centrándose en la desestructuración de las familias, lo que esperamos de las personas que nos acompañan a lo largo del camino y de la importancia de la familia elegida más allá de la sangre.
Sus poemas han aparecidos en diversas antologías. Y aquí os dejo algunos de sus dolientes poemas. Y, como siempre, si queréis conocer más sobre ella, para ello estan las redes y sus libros.
Pop Corn
Todo se sucede –rápidamente- en los ojos.
Apenas vibra el labio inferior. Las piernas se entreabren para buscar un centro mientras los brazos caen de una manera perfecta, incuestionable. Después, la rigidez.
Acaso retorcer el pelo para distraer el grito.
La primera mancha rosa en la camiseta y, poco a poco, el resto: bolitas de colores que explotan y reverberan. Hacen ese ruido de las palomitas dentro, como si la temperatura de la caja torácica se hubiera elevado en un intento por combatir un agente externo y salvarnos.
A cada explosión acontecen las siguientes.
Así, hasta que la piel cede y se resquebraja.
Entonces, también el dolor, que ha perdido los nombres, las fechas, supura.
Queda a la vista lo de dentro, incoloro.
Y es que cuando la primera mancha rosa la altura del pecho en la camiseta ya es tarde:
El silencio se ha expandido por los órganos. Inservibles, aún esperan, aguardan. Pero la muerte es el blanco en la piel cuando el dolor explota. El cuerpo aún resiste. Los ojos aguantan. Aún tiembla el labio.
***
Ellas
Marta se busca en Ana, Magdalena, Anastasia, Juana, Isabel, Cristina y las demás. Todas Ellas, mujeres rojo ámbar de ojos oscuros.
Y se encuentra junto a todas las mujeres de cabellos singulares que albergan tierra entre los dedos, sostenidas por brazos de abuela, labios de madre, uñas de hermana; nombres repetidos en fotos antiguas, que la devuelven a casa y a los ritos.
Y se descubre: bella, incandescente, sensitiva, ignífuga.
Sí, el dolor es el mismo cuando el cuerpo se marchita.
***
Aniversario
Siempre como si hubiera sido ayer:
las mechas que no verá la abuela, no tener ropa negra a los 15 años, los ay, su niña de los demás. Todos me miraban mientras yo acontecía al fin del mundo. Mamá se moría por dentro. Luego fue otra. La madrina enloquecía y fumaba; papá lloraba como no lo habíamos visto llorar jamás.
Hoy nos escribimos por WhatsApp. No fue ayer pero lo parece. Para mí es un poco el fin del mundo. Mamá sigue siendo otra. Nos apañamos como podemos.
***
Mi dolor
Los moratones y las cicatrices son sólo marcas. Se ven. Se reconocen. La gente es capaz de intuir si aquello o lo otro.
Pero el dolor no, el dolor es transparente-casi-invisible, acaso una vibración en el rostro o una súbita contracción del vientre. Por eso hay que nombrarlo, decir MI DOLOR, reivindicar su existencia como parte de un compromiso con la salud pública, porque a menudo ni siquiera los diagnósticos médicos o el amor lo creen. Por eso cada día cruzo las puertas del metro y salgo al campo de batalla. Encaro este pulso entre la normalidad con prisas y el dolor y yo. Asisto a él como las mujeres acuden cada día a trabajar: con uñas, con dientes.
Este mi compromiso político: hacer que corra una suave brisa en los ojos, que se vea lo que golpea dentro.
MI DOLOR es mi dolor y existe: existe más que yo.
***
Sobrellevar el dolor es criar un hijo: una ciencia exacta que sólo conocen las madres. La madre del hijo y la madre del dolor; vientre por vientre. La ruta silenciosa por el cordón umbilical de luz que conecta los cuerpos, algo de lo que sólo saben los ojos que alimentan el defecto y la raíz.
***
Mujer-Entraña
I
Bajo una encina, unos zapatos rojos aguardan la llegada de la Mujer-entraña. Extranjera y frondosa, mujer de concavidades pequeñas, riega con su orina la tierra seca que la dio a luz entre potros blancos y gritos de padre en la era. Recuerda el frío y los relámpagos pero apenas lirios por la casa y unos hijos que pían y la nombran: tú, certera, cáliz.
En su reino de hilos y frutas, la Mujer-entraña solo responde a ritos pequeños y al mediodía se perfila Narcisia en las pupilas de los hombres, Loba primera, universo en expansión permanente que acontece para hacer manada.
II
La encontré con preguntas –por qué el lenguaje, el ocaso, las cenizas– entre cuerpos oscuros y espejos. Nos descubrimos -mujeres de carne roja- las mismas cicatrices en el abdomen, a la manera tierna en que las muchachas se muestran las medias y los zapatos nuevos antes del baile. Aquí un hijo, un billete de tren, un no-útero, un dedal, una madre. Hospital tras cama, entrañas que debieron morir. Luego, macetas nuevas por la casa, bombones y ruinas, libros, más vida roja. Pero luz en el deseo y la manada.
Un día la Mujer-entraña tiró de la raíz de mi vientre y la colocó en su faringe. Nos miramos y nos supimos mujeres dedal y mimosas, y reímos por tanto amor en caza y tanto ego y muerte también.
Ella me enseñó a atesorar el dolor en la belleza.
Yo, Mujer-raíz, elegí ser Loba-Hija que brota de la misma encina, con rugidos y olas por el pelo. No, en realidad: Su entraña en mi vientre.
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Desierto
Jamás pensé que me ahogaría así.
Yo, que pasé años regando mi cuerpo con litros y litros de agua y tendiéndolo al sol, que crecí rodeada de hilos y volantes y crías que pían, que recorrí países y libros con los ojos sin sueño, que trabajé y trabajé y escribí y bebí y mantuve una dieta equilibrada, me veo ahora repleta de sed, desbordada de sed, hecha desierto.
Ahora un vacío, flores en el balcón de otros y mi anatomía una extensión áspera de montículos y cicatrices.
El dolor barre con un viento sordo cuanto toca, hace planicie.
Tras el dolor todo es desierto.
***
Batman. Año Uno
Batman descansa en mi sofá.
En algún punto, mi abuela grita y se echa las manos a la cabeza. Siento cómo sus ojos me observan y yo levanto la vista y la retiro y luego la vuelvo a levantar. Quiero contarle, explicarle todo cuanto sucedió en el Año Uno: los gritos, el dolor, los abogados, el banco.
Por eso acaricio el cómic una y otra vez. Cada vez que lo hago, los dedales de la abuela tiemblan. Está asustada y lo comprendo.
Pero después de todo lo que sucedió en este salón, la escena más importante es ésta:
Abuela, quiero ser Batman. Abuela, soy Batman: me he tragado todos los murciélagos.
*** Raíces
Mis raíces fosilizan como una enredadera seca alrededor de mi cuerpo. Se clavan entre las uñas y la piel y taponan los oídos. Reptan sigilosamente y escarban. Se transforman en nudos por mi pelo. Luego, afloran las canas.
Tengo una relación contradictoria con mis raíces. Mis raíces desentierran fobias hereditarias.
Moriré de cáncer antes de enterrar a mi madre.
***
La casa llora
«La casa llora y yo (…)» María García Zambrano
La casa llora. Antes lloraban los lagartos, ¿te acuerdas? Hubo todo un tiempo de cancioncillas y delantalitos blancos. El lagarto lloraba. La lagarta lloraba. La ratoncita que vivía dentro de una nuez lloraba.
No sé si ahora alguien más llora en la casa, aparte de ella, la casa.
Seguro que le damos vergüenza, asco.
Ella, que presenció juegos y gritos, amenazas, alergias, vernos crecer, la pérdida de un gato…
Estoy convencida de que la que era mi casa llora. Llora porque nos sacudiría a todos y nos encerraría —como en El ángel exterminador— y nosotros seguiríamos con gritos,
reproches y puñales. O no diríamos nada, simplememente.
Maldeciríamos nuestra biografía como hogar. Portazos. Silencio. No sé si en esta que era mi casa alguien más ha llorado desde que me fui.
Tengo entendido —por lo que dicen los vecinos y todos los coches que nos devolvieron sanos y salvos a Ella— que la propia casa llora.
La que era mi casa llora y no puedo acariciarla.
«Venga a mí la que fui, el animal-en-mí.» Chantal Maillard
Me conocéis como esa cierva que no para de llorar la muerte de una madre aún no acontecida. Esa cierva que se recluye sola en el bosque para proteger sus heridas porque ya no soporta más rasgarlas una y otra vez: ser más dolor.
Pero sola me dije: —Nena, levanta. Y me ordené. —Cierva, levanta. Y me levanté. Yo, cierva, me convertí en esa figura que corre en los cuadros de caza de las casas corrientes.
Y así me supe fuerte, veloz, valiente.
Jamás nadie pudo volver a dispararme.
En la cacería ya no había perros que ladraran. Solo estábamos Toffee y yo en el bosque, juntas —la una parte de la otra—.
Qué fábula tan preciosa
***
Canción de cuna
¿Quieres que te cuente un cuento recuento que no se acabe nunca?
No te pido que me digas ni que sí ni que no, cariño, sino que si quieres que te cuente un cuento recuento que no se acaba nunca?
Estás sola. Estás sola. Y un día tendrás dolo |
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