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MANUEL RUIZ TORRES
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2024-12-01
Filosofía y Evolución
Recientemente, se ha celebrado el Día Mundial de la Filosofía instaurado por la UNESCO en 2006 y quiero contribuir a esta fecha describiendo la relación entre la filosofía y el propio hecho evolutivo del ser humano, la naturaleza de la indagación filosófica con los logros evolutivos de nuestra especie.
El conjunto de procesos que ha dado lugar al ser humano como especie a lo largo de toda su evolución, se conoce como antropogénesis y consta de dos partes fundamentales, la hominización y la humanización. La primera es la adquisición de la morfología característica de los homínidos y la segunda es el conjunto de transformaciones conductuales y culturales que dan lugar a nuestro comportamiento, nuestra capacidad de aprender y de pensar.
La humanización ha sido el proceso más singular de nuestra evolución, muy complejo y estrechamente unido a la hominización. Por ejemplo, hay una conexión directa indiscutible entre el desarrollo de la mano y el de la mente.
Se destacan los siguientes rasgos de humanización: la conciencia de uno mismo, la capacidad de vivir experiencias de naturaleza espiritual, la imaginación y la función simbólica, el lenguaje, la creación de una sociedad compleja, la creación y uso de herramientas y armas, el dominio y uso del fuego y la creación de refugios y casas.
Hay muchos más detalles vinculados a la humanización, pero estos son considerados los más relevantes.
Una consecuencia trascendental es que el proceso de humanización da lugar a la aparición de cualidades interiores del ser humano, como capacidades y valores (denominados también virtudes) y aparece la posibilidad de transmitir el conocimiento y la experiencia adquirida como eje primordial para el desarrollo. En otras palabras, se consolida la vida interior y la posibilidad de transferirla a otros mediante la comunicación y la educación.
La vida interior contiene la capacidad de pensar, nuestras reflexiones y discernimientos, la sensibilidad para percibir la belleza, el bien, la adecuación a las leyes y lo verosímil, el inmenso mundo de sentimientos y sensaciones, nuestro bagaje de virtudes y valores, la capacidad de vivir experiencias de naturaleza espiritual, la posibilidad de comunicar nuestras propias percepciones y experiencias, atesorar nuestra historia, soñar el futuro, reconocer a los demás y a lo social. Todo esto y mucho más, que vive dentro de nosotros, es la vida interior.
Todo esto tiene una repercusión radical: la vida interior no es el fruto de una creencia o de una ideología, sino un logro evolutivo. Nuestra evolución nos ha llevado a configurar este espacio al que llegamos desde la imaginación y otras capacidades mentales, que estamos llamando vida interior. Después, en cada contexto cultural, se llena de formas diversas, a veces muy diferentes, pero la realidad interior es universal al propio ser humano. Por ejemplo, el comportamiento altruista, el cual se pensaba que era producto de determinadas maneras de pensar hasta hace poco, y ahora se reconoce su presencia en la propia evolución, con indicios que se remontan muy atrás en el tiempo. La sensibilidad hacia la belleza, que se ha asociado al refinamiento civilizado, la encontramos en las representaciones de arte rupestre hace docenas de miles de años. La idea de la vida después de la muerte, que se ha asociado a la historia de las grandes religiones, se vislumbra en indicios verosímiles hace cientos de miles de años.
Por tanto, si la filosofía indaga en las realidades sociales e interiores del ser humano, en nuestra propia naturaleza, se establece una relación entre la propia filosofía y la evolución humana.
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