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2024-08-25
Lealtad
Mirando al interior se perciben multitud de escenarios y caminos que invitan ser recorridos, para lo cual la filosofía a la manera clásica ha indicado, desde hace milenios, el desarrollo de las virtudes como el conjunto de pasarelas que facilitan el tránsito por estos recodos del alma.
Las virtudes recomendadas por tantos filósofos hay que entenderlas en el sentido de fuerzas interiores. De hecho, varias de sus acepciones en castellano se relacionan con el poder, con la fuerza. Y en su etimología, la palabra ‘virtud’ se vincula a la partícula vis, fuerza o energía.
Por lo tanto, fuerzas del alma era la receta de los clásicos para el desarrollo de la vida interior.
Una de esas virtudes es la lealtad, la cualidad de ser leal, de guardar a alguien o a algo la debida fidelidad, tal y como define la Real Academia Española.
La lealtad es un poderoso ejercicio de libertad, que otorga una gran fortaleza a aquel que la pone en práctica. Cuando uno conoce algo o alguien cuya impronta es motivo suficiente para desarrollar un fuerte vínculo con ese algo o alguien, para sentirse unido a eso algo o alguien, el paso siguiente es el desarrollo de la lealtad, la decisión libre de mantener y desarrollar ese vínculo. A partir de ese momento, el ejercicio de esa fidelidad va a suponer un magnífico entrenamiento del alma, para preservar ese algo o persona objeto de la lealtad de los altibajos de la personalidad, de los miedos, egoísmos o desvaríos que las circunstancias del día a día nos llevan a atravesar.
La lealtad no es seguidismo, es decir, dejarse llevar por las ideas o hechos de otros.
Al contrario, el seguidismo elimina la propia identidad y sume a la persona en una situación de fragilidad, de dependencia. La lealtad lo es de ideas o hechos que pude conocer de otro, pero que ya son mis ideas y mis actos.
La lealtad no es tampoco un cheque en blanco. Implica compromiso de fidelidad y, precisamente por ello, requiere de una permanente revisión de los motivos que llevaron a levantar dicha lealtad, porque si estos llegan a desaparecer, lo natural es que dicha lealtad se cancele. De lo contrario, el ejercicio de libertad muta en un fanatismo que aprisiona.
Como ocurre con las virtudes, la lealtad proporciona una fuerza interior, una energía que tracciona de uno mismo en aquellos momentos confusos en los que todo se derrumba o se difumina a nuestro alrededor.
El ejercicio de la lealtad tiene una consecuencia social. Si fuésemos más fieles a nosotros mismos, a nuestros objetivos vitales, a nuestra palabra, a nuestras ideas, a las personas con quienes desarrollamos vínculos, a la consideración y respeto que debemos al resto de ciudadanos, a las instituciones o colectivos que merecen nuestro apoyo, si la lealtad en definitiva fuese un valor evidente y mayoritario, la sociedad sería más fiable, más segura y humana, porque la ruptura no surge de la confrontación de lealtades, sino del choque de miedos, de ira, de resentimiento, factores que impiden el establecimiento de la lealtad.
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