MANUEL RUIZ TORRES 

"¿No puede ser esto un reflejo de inmortalidad?

2025-04-06

Memoria de la existencia

 

Tal vez la parte más duradera de nuestra existencia sea la que queda prendida en la memoria de los demás. La filósofa Delia Steinberg escribió un delicioso libro, Los Juegos de Maya, en el que va desgranando una a una las evidencias de lo efímero de nuestra vida. Maya es una divinidad hindú que representa el carácter transitorio e ilusorio de la existencia y nos seduce con velos y apariencias para ocultar la cruda realidad: el mundo tangible en el que nos desenvolvemos a lo largo de la vida es una ilusión, de apariencia real y efímera a la vez.

En general, vamos llenando los minutos de nuestra existencia con realidades transitorias, tan efímeras como el tiempo que le dedicamos. Y la resultante de lo efímero no es lo duradero, de igual manera que la suma de debilidades no da una fortaleza.

Por ello, es posible que se dé esa paradoja: lo más prolongado de nuestra existencia se da fuera de la propia existencia, en la memoria que dejamos como un rastro de nuestra vida.

Nuestra vida puede dejar una ingente cantidad de huellas que alienten la memoria de lo que fuimos más allá de los límites que las Parcas tejieron para nuestros días.

Esas huellas se pueden leer en las obras y acciones que hacemos, en el amor que desprendemos de manera generosa e intensa, como si fuese el olor natural de nuestra alma, en cada decisión inegoísta que tomamos, en cada contribución que hacemos a los principios compartidos por muchas más personas, en cada impulso vital que ponemos en marcha.

Cuando parte un ser humano generoso y bueno, adornado con la belleza de sus valores y sus sueños, fiel cumplidor de los principios universales y veraz en sus propósitos, su vida retumba en la de los demás, se amplifica y permanece de alguna manera en la memoria de cuantos reconocen sus huellas, independientemente de que lo hayan conocido o no.

Cuando parte un ser humano mezquino y egoísta, su vida desaparece con él, sin asomo del más mínimo rastro de su existencia.

¿No puede ser esto un reflejo de inmortalidad?

¿Estamos seguros que no queda un hilo de nuestra conciencia en los sueños o ideales que pusimos en marcha y que son continuados por otros?, ¿estamos plenamente seguros que no queda un hilo de nuestro anhelo en el corazón amante de aquellos a los que amamos? ¿De verdad podemos afirmar con total seguridad que no queda un hilo de nuestro entusiasmo, de nuestro propio ser espiritual, en el ejemplo o la inspiración que pueda producir nuestra vida en la de los demás, una vez que hemos partido?

Tal vez nuestro mayor capital sea la memoria que puede quedar de nuestra existencia. Y sin embargo, nuestro empeño se orienta a los velos de Maya, aquellos engaños que hacen que continuamente tomemos por válido aquello que es tan efímero como el tiempo que lo contiene.

Estos días vi como un hombre bueno, desprendido y generoso con los demás, sin adornos intelectuales pero con un gran corazón, era despedido por numerosas personas que ya lo atesoran en su memoria.


 

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