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MANUEL RUIZ TORRES
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2025-01-12
Opiniones
Mirando al interior encontramos un mar proceloso, de difícil navegación, a veces, que no podemos evitar: el de las opiniones. Parménides distinguía la vía del conocimiento superior, que llega a las esencias, y el del conocimiento de las apariencias, que corresponde a la ‘doxa’, la opinión.
Esto implica que el ámbito en el que nos movemos habitualmente es el de la opinión, puesto que, salvo un estado de sabiduría inusual, no disponemos del conocimiento total para llegar a la esencia de la realidad. Podremos tener opiniones bien respaldadas por la experiencia y el estudio u opiniones que se sustentan en la mentira, en humo. Pero nuestra opinión es el escenario interior en el que nos movemos.
Por tanto, tiene sentido que Sidharta Gautama, el Buda, haya incluido las rectas opiniones entre los requisitos del Noble Octuple Sendero para alcanzar la iluminación, es decir, gestionar nuestro conocimiento de la realidad que da lugar a la opinión en el sentido de intentar acercarse a la esencia de la misma y alejarse de las posturas extremas.
Sin embargo, como todo, las opiniones tienen un lado oscuro, que intoxica nuestra mente y distorsiona nuestros sentimientos. Cuando olvidamos que la naturaleza de las opiniones debe ser necesariamente temporal, es decir, que conforme ampliamos nuestro conocimiento y nuestra experiencia, la opinión que tenemos de la realidad debe ir cambiando.
Lo contrario hace que seamos dogmáticos, intransigentes, fanáticos, postura desde la cual agredimos al otro, porque una opinión que se vuelve inamovible se transforma en una espina que puede dañar a cualquiera que se acerque a nosotros.
Así, cubiertos de estas aristas y espinas, lastimamos a los demás tan solo con nuestro movimiento entre ellos.
Pero, además, en esta situación de cristalización de las opiniones, desdeñamos cualquier opción de ampliar nuestro conocimiento, porque nos enrocamos en ellas.
El siguiente paso en ese proceso de intoxicación se produce cuando cancelamos a la gente porque no comparte nuestras opiniones, actitud que prolifera en nuestra sociedad y nos vuelve más frágiles aún, porque renunciar al otro implica desprenderse de oportunidades de intercambios, de posibles apoyos o de confrontar de forma enriquecedora.
Opinar es un derecho fundamental del individuo, porque garantiza la libertad de pensamiento y de comunicación de dicho pensamiento, pero las opiniones deben ser temporales, es decir, que uno esté dispuesto a cambiarlas si encuentra argumentos sólidos que le lleven a hacerlo. Hay opiniones que las cambiamos casi a diario y otras que permanecen en nosotros casi toda una vida. Y estas últimas, vestidas con la indumentaria de la convicción, también son susceptibles de cambiarse por otras mejores.
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