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2024-02-25
Rocío Acebal Doval
Otra joven promesa de la poesía
La poesía es para mí una doble búsqueda —afirma Acebal Doval—. Por una parte, una búsqueda de nuevos ángulos desde los que mirar la realidad; por otra, de las palabras precisas para acercar esa mirada al lector. Creo en una poesía de corte claro, arraigada en la tradición pero floreciendo más allá de esta, que plantea retos y abre camino. Me gusta explorar los límites de las ideas, moverme entre lo trágico y lo irónico, entre la sumisión y la rebeldía, entre el idilio y la crudeza…
Rocío nace en Oviedo en 1997 y tiene publicados, por ahora, dos poemarios. El primero, Memorias del mar (2016) es una intensa historia de amor lésbico. El último, Hijos de la bonanza (2020), un poemario atravesado por temas generacionales como la precariedad y el feminismo, poemario sobre una generación atrapada en la inestabilidad y la crisis, ganó el prestigioso Premio Hiperión. Hay quien lo ha considerado como una vuelta posmoderna del Hijos de la ira.
Poetas como Ben Clark, Ángela Figuera Aymerich, Víctor Botas, Emily Dickinson, Ángel González, María Victoria Atencia, Cristina Peri Rossi o Luis Alberto de Cuenca, según ella misma, han ejercido influencia en su poesía.
En las redes, como siempre, encontraréis abundante información sobre la poeta y análisis de sus obras, así como algunas entrevistas que ayudan a entenderla.
Dicen algunos críticos que Rocío Acebal es una de las mejores poetas jóvenes de España. Confirmadlo vosotras y vosotros con este acercamiento a su poesía:
Hijos de la bonanza
Mi infancia son recuerdos de un piso a las afueras y un huerto descuidado en la ventana; mi juventud, veinte años de cuadernos de inglés.
Conseguirás —dijeron— mucho más que tus padres y sus padres: estudia cuatro años y tendrás un trabajo, trabaja y vivirás siempre tranquila; trabaja y serás digna de un futuro. Asentí, como todos —hijos de la bonanza—.
No atendimos a aquel presentimiento aquel olor a pólvora que asomaba en voz baja como un eco de angustia a puertas de palacio.
De aquel país ajeno a las fronteras solo guardo el recuerdo de la luz y una aversión a la palabra patria.
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Lo callado
De poco sirven ya los versos que no he escrito —de nada si no fuera porque aún puedo fingir que no te amé—.
Este querer desarreglado, el muro entre mi pecho y la palabra, es hoy el último bastión de la entereza.
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Proceso literario
Acudir a tertulias de santones. Escribir en un par de suplementos. Llevar una revista o ejercer de antólogo imparcial de tus amigos. Actualizar el blog semanalmente. Estudiar al dedillo las teorías de Dámaso y el diario de Jaime. Presentarse a concursos. Negar haberlo hecho. Twittear al premiado: merecido, qué ganas de leerlo Quedarse con las caras del jurado. Hacer generación como quien hace encaje de bolillos. Mantener buenos términos con todos los poetas y odiar terriblemente a un compañero de tertulia o revista. Enviar manuscritos. Negar haberlo hecho. Suplicar por un prólogo o, al menos, una contraportada. Enviar un WhatsApp a todos tus amigos: El día ha llegado: mi libro ve la luz. Os espero a las siete en una librería. Me acompaña un señor novelista o tertuliano. Buscar el ángulo que muestre el gran aforo del evento. Invitar a café a un par de críticos. Negar haberlo hecho.
¿Escribir un poema? Esa es la parte fácil.
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Los revolucionarios
Tenemos veinte años y queremos cambiar el mundo desde abajo: así es como todo avanza —nos decimos—
No tenemos certezas pero tampoco dudas: la verdad está de nuestra parte y lo sabemos.
No todos nos entienden: nuestros padres siguen tan reaccionarios como siempre y los abuelos dicen
burradas en las cenas familiares. No pueden entender los sacrificios que exige de nosotros el futuro: la heroicidad es patria de los jóvenes.
La estupidez también. Nuestra revolución: estupidez con buenas intenciones.
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Lección de conformismo
Uno aprende a vivir en la impotencia a tomarse el café a media mañana y criticar la situación política, la última ocurrencia de los mercados como quien habla de la lluvia o de la próxima jornada de la Copa.
Uno aprende a vivir consigo mismo, a hallar en su reflejo el mal humor de la debilidad: aprende a negociar con la mentira:
y así uno aprende, al fin, a ser buen ciudadano: a quejarse lo justo y cuando toca, a aceptar los posibles como metas, a ceder por el pan y por la patria.
Uno aprende a vivir en la impotencia.
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No eres tú
No es la costumbre —ese taimado hito de la muerte—. Tampoco ir a las bodas sola o escapar de un dormitorio ajeno los domingos; menos aún hacer la cena para dos y cenar uno. No es ni siquiera la espera solitaria en el dentista, el ancho de la cama o este miedo a no volver a amar —y ya es bastante—.
Porque no es el adiós, ni la vida sin ti, ni tu recuerdo; sino saber perdida a esa mujer que fui cuando te amaba.
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No quiero tener hijas
No quiero descubrirme regañando deja que esa señora te dé un beso cruza las piernas al sentarte en público haz el favor de no volver muy tarde.
No quiero reflejar mi herida en otro cuerpo: reconocer mis gestos en sus gestos, mis excusas baratas en sus labios, mis manos en sus manos cuando palpa su cuerpo con tristeza.
No quiero ser la voz inquisidora cuando nada parezca suficiente, el mundo se derrumbe y esas metas —que un día parecieron la solución definitiva— sean insuficientes, tontas o imposibles.
No quiero comprender que su dolor nació de mi dolor, que mis cadenas son a la vez su látigo, que nada puedo hacer más que decir deja que esa señora te dé un beso cruza las piernas al sentarte en público haz el favor de no volver muy tarde.
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Raíces
Reconstruyo las piezas de mi historia:
mi madre nació en casa —«en la del pueblo» decimos porque ahora hay otras casas—; hoy ya no nacen niños en los pueblos con lo que yo nací en una ciudad —capital de provincia: un par de cientos de miles de habitantes.
Mis padres estudiaron en la universidad, así que yo me fui a hacer lo propio a La Ciudad —La Gran Ciudad— como correspondía a la segunda generación y a un tiempo de insólito centrismo.
Mis hijos nacerán en La Ciudad y verán mi ciudad de un par de cientos de miles de habitantes casi como una casa de muñecas —el mundo de unos días de verano—: lo que fue para mí el pueblo de la abuela.
Reconstruyo mi historia porque quiero contársela algún día, explicarles: «cariño, esto es un pueblo», «de esta manera nacen las manzanas y no en el mundo plástico de los supermercados», «esto son las raíces: no las dejes morir jamás, el árbol se pudre si se pudren sus raíces».
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La entrevista
Buenas tardes, soy yo, sí, encantada, tutéeme, por Dios, que aún soy joven. Sus datos son correctos: estudio dos carreras, no trabajo, no tengo amante célebre, ni novio, ni marido, no vaya usted a titular con eso. ¿La inspiración? Verá, mis versos son ficción pero nunca mentira. Es complicado, sí, escribir poesía, no vivo de mis libros, ¡ojalá!; mala salud de hierro, ya sabe lo que dicen. ¿Le importa repetirme la pregunta? La poesía femenina, claro, podría darle el nombre de unas cuantas- es tarde ya, comprendo, es una pena. ¿Cuándo me dijo que salía esto? Muy buenas tardes, hasta luego, gracias, ¿aquí abajo y derecha?, muchas gracias, encantada, encantada, buenas tardes, ¿me avisa cuando salga?, muchas gracias, que tenga buena tarde y de verdad que muchísimas gracias.
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Ruego egoísta
Si una tarde, a lo lejos, me descubres cargando con la compra ensimismada, no busques el saludo, ni me cuentes que al final has sentado la cabeza: trabajas en un banco, tienes mujer, tres niños y casa en propiedad en Castellana.
Disculpa este desplante, pero entiende un poco mi egoísmo: no me importa el hombre que eres hoy, sino el que fuiste hace casi diez años, una noche, cuando nosotros no éramos nosotros ni este mundo —que pronto se descubrió mezquino, inhabitable y cruel— era este mundo aún, cuando me amabas y yo te amaba a ti y era bastante.
No me obligues a ver en quién te has convertido: no me importa de ti sino el recuerdo.
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Nota biográfica
Yo nací -comprendedme- en tiempo de internet y construcciones. En la televisión contaban el milagro: un nuevo mundo unido por la red, una Europa inclusiva y una paz -neoliberal- perpetua.
A mis pies se ofrecía un futuro tranquilo de puertos cada vez más resguardados, de campos fértiles y cielos limpios: un camino dispuesto para el éxito.
Yo nací -comprendedme y quizá consigáis perdonarme- un instante antes de la tormenta, abocada a ver desde la cuna el hundimiento y vivir aferrada a los tablones: náufraga del progreso.
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