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2023-12-31
Rosa Berbel
Mujer y joven, íntima y reflexiva
Rosa Berbel es una joven estepeña residente en Granada con dos libros ya publicados: Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018) y Los planetas fantasma (Tusquets, 2022). Brilla en la poesía con una voz cautivadora y genuina. Sus poemas, cargados de emociones y sutilezas, nos transportan a un mundo reflexivo e íntimo.
La crítica especializada dice que el estilo poético de Rosa Berbel se caracteriza por su lenguaje sencillo, pero profundo, con metáforas y recursos literarios que logran transmitir emociones de manera impactante. Sus poemas a menudo tienen una estructura libre, lo que le permite experimentar con la forma y el ritmo. Su enfoque lírico y su capacidad para capturar momentos fugaces hacen de su poesía una experiencia sensorial única.
La poesía de Rosa Berbel muestra influencias de la poesía surrealista, romántica y vanguardista. Su estilo se caracteriza por una mezcla de imágenes sorprendentes, emociones intensas y una búsqueda de la belleza en las formas poéticas.
Escuchémosla a ella:
Tenía la sensación de que se me trataba como una excepción o algo así, con extrañeza. Creo que esto tiene que ver, en parte, con la verticalidad y con el paternalismo evidentes que hay, en todo, también en la poesía, y no solo a causa de mi edad sino también de mi género. A las poetas jóvenes en algunas ocasiones se nos trata como animalillos exóticos. Afortunadamente, yo creo que la poesía joven está en un momento magnífico, así como la poesía escrita por mujeres, por lo que esto quizá ya haya perdido fuerza.
Y disfrutemos con algunos de sus poemas:
Crecer es
Andar más, con más miedo, por calles más vacías, no creer en otros mundos posibles o imposibles, hacer daño a los otros sin palabras, comprar cosas usadas por el placer extraño de su tacto, vender cosas, romper cosas que nunca hemos tenido, arrojarlas al fuego como quien cambia la hora de todos los relojes de la casa para poder perder un poco el tiempo.
Las niñas siempre dicen la verdad
Una niña se esconde debajo de la mesa.
El idioma del odio no entiende de ojos tristes: el odio nos susurra y balbucea, rompe muebles, hace a los hombres ser un poco extraños, decir mentiras, matar a sus esposas.
Una escena común en esta casa de luto blanco y luces encendidas: una niña escondida debajo de la mesa que promete vivir allí por siempre hasta que no haya riesgo ni castigos, hasta que él ya no exista.
Permanecer allí durante meses, quizá durante años, debajo del mantel, hasta poder tener su propia mesa en una casa nueva.
***
Tenemos cuarenta años y un trabajo que odiamos que nos hace pagar las facturas, llegar a fin de mes, tener eso que llaman dignidad y que se siente igual que la tristeza.
Tenemos un trabajo y un piso en la playa, pero ante el mar soñamos un milagro: nuestra ropa en la arena como entonces y quedarnos así a la intemperie, uno enfrente del otro, con toda la extrañeza de los cuerpos desnudos, con esta luz precaria, con un amor que existe y no nos basta.
Tenemos cuarenta años y dos hijos que corren, que gritan y que lloran porque la arena está demasiado caliente, porque nosotros discutimos, porque no hay nada aquí que nos divierta.
Tenemos casa, hijos y demasiado miedo a la muerte, a los contratos temporales, como la gente normal, miedos de gente feliz, miedos felices, como este insomnio dulce de los días antiguos o esta nostalgia común y rutinaria.
Tenemos cuarenta años y un país que no nos nombra, no cogemos aviones porque hemos olvidado cómo decir te quiero en otras lenguas, la violencia del viaje, cómo dormir tranquilos en hoteles lejanos donde nadie nos llama por las noches.
Tenemos cuarenta años y una vida feliz feliz sin contratiempos, una vida segura, equilibrada.
Pero después del amor, de la rutina, la propiedad privada y el verano, la realidad regresa inconformista.
Comenzamos despacio a desnudarnos, dentro de un coche viejo. El coche, que no es nuestro, se balancea a uno y a otro lado, de delante hacia atrás con un vaivén distante, sostenido. Parece que me tocas como suelen tocarse las cosas mal prestadas. No demasiado lejos, se oye el rumor sencillo que precede a un derrumbe. Un edificio aguarda su caída. Cualquier cambio imprevisto provocaría el colapso, un movimiento torpe podría fácilmente volarnos por los aires. Si la violencia rítmica de nuestros cuerpos fuera interrumpida, si yo, mujer, gritara, o apuntara hacia ti o cayera desnuda sobre la tierra sucia, entonces, todos estaríamos perdidos. Mi llanto, aun solitario, dejaría tras de sí una masacre. La escena, un equilibrio súbito y remoto, nos tensa a los dos lados para siempre. La intimidad sostiene los cimientos de las casas en ruinas que nunca construiremos. |
Siglo XXII
El muchacho desnudo –que se parece a ti– mira por la ventana de su piso vacío. Nada nuevo: su pene golpeando en el cristal de forma repetida, por los siglos de los siglos. En ese mismo instante, en otro apartamento, la muchacha desnuda –que se parece a mí– apunta con su dedo hacia el cuerpo desnudo del muchacho. Su deseo es ingenuo y anafórico. No podríamos lamernos ni tocarnos sin romper los cristales, sin nombrar emociones con palabras gastadas, de otro tiempo. ¿Cómo reconocer poemas de amor cuando el campo semántico es antiguo? Todo lo que algún día nos hizo sonreír ahora está muerto. Después de ti
Después de ti, el silencio se hizo voz, y las palabras danzaron sin cesar. El amor floreció en cada rincón, pero no había nadie a quien abrazar.
Después de ti, todo se volvió sombra, y la alegría perdió su dulce sabor. El mundo perdió su brillo y color, y el corazón lloró un eterno adiós.
Después de ti, quedaron solo recuerdos, fragmentos de lo que alguna vez fue. El alma desgarrada en mil pedazos, buscando tu presencia en cada amanecer.
Después de ti, mi ser se transformó, un vacío profundo se instaló en mí. Pero aún así, guardo la esperanza, de encontrarte algún día, en otro país.
Quiero conocer a todas mis madres reconstruir mi linaje y mi conciencia a partir de los versos las renuncias las huellas de todas las mujeres que he sido al mismo tiempo. Quiero una larga estirpe de mujeres valientes que han escrito poemas después de hacer la cena y han vivido el exilio dentro del dormitorio. Reconocerlas libres brillantes y caóticas retratando monarcas sublevando las formas componiendo sonetos en una Europa en llamas. Quiero sobrellevar la carga de la historia convertirme en relevo nombrarlas sin esfuerzo. Pronunciar con propiedad el término familia.
Crecer es: Andar más, con más miedo, por calles más vacías, no creer en otros mundos posibles o imposibles, hacer daño a los otros sin palabras, comprar cosas usadas por el placer extraño de su tacto, vender cosas, romper cosas que nunca hemos tenido, arrojarlas al fuego como quien cambia la hora de todos los relojes de la casa para poder perder un poco el tiempo. cuando alguien en mi interior corra y jadee cuando alguien arañe, espante, busque cuando alguien adapte su fragilidad a mi miedo. Entenderé además por qué los recuerdos no encuentran reposo, por qué se eriza el vello que cubre la herida, por qué en mi vientre hay algo que ruge a la espera de otro algo que susurre de otro algo que acaricie. Entenderé la necesidad de la pausa la necesidad del origen la necesidad del nexo y la palabra desnuda la necesidad de sentarse en mitad del mundo para amamantar el hambre universal de una punzada en mitad del pecho. Escucha, cuando marques mi cuerpo seré tu piel cuando quieto en la noche tiembles seré tu sueño cuando el pan no abunde seré tu boca abierta y limpia esperando la ofrenda. Seré yo la que comprenda que el amor no está en el reconocimiento, tampoco en la guerra ni en la entrega, ni en morir tantas veces como olvides mi nombre, comprenderé que el amor está en tener los brazos abiertos, el deseo en alza, los bolsillos vacíos, en esperar una tregua secreta que nunca llega.
La suerte del amor es ese instante en que vuelves a casa como un niño y te preguntas de nuevo cuánto falta cuánto falta otra vez para el futuro. *** |
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