08-05-2022

Igual chafo la sorpresa y hay alguien que no se haya enterado. Si es así me disculpáis el momento “spoiler”, que dicen los modernos. Pero el próximo día 19 de junio, domingo para más señas, hay elecciones autonómicas en Andalucía. Ya sabéis, ese proceso que sirve para elegir al Gobierno que nos dirigirá los próximos cuatro años y cuya convocatoria se ha convertido en sí misma en un arma electoral.

¿Por qué? Porque las elecciones ni se convocan para responder a una necesidad de la ciudadanía ni tampoco en el plazo que se establece. Como si a quienes salen elegidos les quemara el sillón que ocupan, llega un momento en el que están deseando convocar nuevas elecciones. Y ahí, en la decisión de cuándo hacerlo, entran muchos factores, pero el que tiene más peso, sin duda, es la conveniencia para la candidatura de quien tiene la potestad de convocarlas.

Resulta que a estas elecciones llegamos con un panorama bastante claro, casi como si todo estuviera decidido. Una derecha muy fuerte, a la que apenas parece perjudicar el ejercicio de gobierno de los últimos años, a pesar de los múltiples frentes abiertos en la desregulación de la protección ambiental o en el desmantelamiento, más o menos encubierto, de los servicios públicos esenciales como la educación, la sanidad o los cuidados. Una extrema derecha que se sabe necesaria para que la anterior llegue a gobernar y que luce orgullosa sus propuestas ajenas a todo por lo que tanto ha luchado la ciudadanía andaluza todos estos años, pensando que no votaremos con la cabeza, sino con las tripas.

Un centro que se declara inexistente y del que huye todo el que puede, quedándose solo aquellos que ya tenían ganas de volverse a sus casas. Un centro-izquierda, no voy a concederles más, que no acierta a revertir los resultados y que intentan animar a su gente con un candidato que en el mejor de los casos solo evoca su carácter anodino y simplón. Es posible que lo de antes solo garantizara el enfrentamiento con sus “mayores”, pero al menos se sentían como algo propio.

Esto, ni eso. Una izquierda que intenta articular un proceso de coalición en el que se incluyan casi todas las opciones progresistas pero que va a estar negociando hasta el último momento, lo que no transmite precisamente una sensación de camaradería entre los participantes.

Quizá, si se pararan un momento y entraran a analizar porqué van en clara cuesta abajo en cuanto a votos en los últimos procesos electorales, se darían cuenta de la verdad de la frase atribuida a Einstein que decía que solo un necio esperaría conseguir resultados diferentes haciendo siempre lo mismo. Y es que, aunque parezca mentira, los paradigmas han cambiado.

A la gente ya no les representa ni la izquierda-derecha, ni el más acertado arriba-abajo. En su mayoría, se está dando cuenta de que el mundo ha cambiado, y mucho más que lo va a hacer. Por ello, y porque somos temerosos de los cambios, aunque solo nos puedan traer algo mejor, tienden a votar alguna opción que les ofrezca seguir igual. Si eso les lleva a estrellarse contra un muro, da igual. El caso es que no queremos ver las dificultades de cambiar el rumbo para evitar el muro. Y ahí, en esa visión temerosa, es donde pesca la extrema derecha con bastante maestría.

Es más fácil buscar culpables que encontrar responsables. Y a ello, qué se opone. ¿Unos que proponen quitar a uno para poner a otro que hará casi lo mismo, pero cambiando la cara del póster? ¿Una reedición de un pacto que todo el mundo sabe que sigue unido porque separados desaparecen? No. Lo único que se opone a un futuro oscuro, de aislamiento y negación de cualquier evolución que pudiera movernos en la dirección adecuada, es un futuro luminoso y lleno de ilusión y esperanza, que pone sobre la mesa el potencial de Andalucía y su gente. El que representa a la única alternativa que en toda Europa está cerrando el paso a la extrema derecha. Pero claro, Spain is different. Y no siempre para bien. Aquí esa opción está ninguneada y menospreciada, incluso por sus compañeros de viaje.

También es cierto que tampoco es que hagan mucho por ponerse de acuerdo y, a poco que suman cuatro cabezas pensantes más, se produce una lucha interna y una escisión que da al traste con años de trabajo serio y responsable. Y por no hablar de la torpeza mediática y comunicativa. La próxima campaña amenaza con convertirse en un capítulo de la serie “Vota a Juan”, y en el momento en que más necesario es que se visibilicen claramente las ideas feministas, la única mujer cabeza de cartel aparece en la candidatura de la opción menos feminista de todas. He intentado no nombrar a ningún partido, pero creo que no será difícil identificar a cada una de las opciones mencionadas. Habrás podido apreciar el tono irónico de este artículo, pero lo más lamentable de todo es que no está la cosa para risas con este tema.

Porque estamos hablando de quién va a gobernar Andalucía los próximos ¿cuatro? años. Un momento que sigue siendo crucial, en el que acabamos de pasar una pandemia, aún no terminada del todo, pero con la que parece que empezamos a aprender a convivir, y en el que una guerra de motivaciones tan oscuras como las de todas las demás está llamando a las puertas de Europa, provocando un colapso económico y energético del que ya se venían anunciando sus consecuencias pero que, como siempre, ha tenido que llegar de la peor manera posible para que nos demos cuenta de su gravedad. Unamos a todo ello emergencia climática, despoblación, precariedad, conflictos aparcados y enquistados a nivel mundial, dependencia económica y financiera, amenazas a nuestro entorno por parte de ambiciosos “negociantes” a los que nada parece poder parar…. Si a todo ello solo podemos hacer frente desde la ciudadanía de a pie puede que podamos para los pies de alguno de estos nubarrones, pero la tormenta estallará y a los de siempre nos pillará, como siempre, en la calle y sin paraguas.

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