22-05-2022
Leo, sobresaltado, que una gran bola de fuego, dicen que tan brillante como la Luna llena, y procedente de un cometa, cruzó el cielo de Andalucía el pasado domingo, entrando en la atmósfera terrestre a una enorme velocidad.
Lo primero que se me viene a la cabeza, es la fragilidad y la pequeñez de
nuestra existencia, capaz de mantenernos “en nuestras cosas”, sin pensar en el peligro que ronda a nuestro alrededor; sin que nuestra capacidad para cambiar un destino incierto llegue apenas a variar un ápice, el recorrido de un meteorito cuya presencia, unos cientos de kilómetros más arriba, desconocíamos.
Hay también otras bolas de fuego. Mucho menos brillantes, aunque con reconocida capacidad de destrucción. Eso sí, se las ve llegar, e igual que los cometas, aúnan una atroz fuerza devastadora con un inexplicable magnetismo para quienes quedan prendados de su extraña luz, que sin embargo termina por devorarles junto a quienes corren intentando escapar sin rumbo fijo.
La “bola de fuego” de la derecha andaluza entró en la atmósfera casi sin avisar, perdiendo las elecciones de 2018, con el peor porcentaje de voto de su historia, con un líder amortizado por los suyos, y el apoyo de dos partidos: Ciudadanos, cuya decisión empezó a empujar su rápida caída, y un emergente VOX que mostró por vez primera su decisiva influencia a la hora de decidir gobiernos.
Lo inesperado del meteorito dejó en casa a buena parte de la izquierda, desmovilizada tras un adelanto de elecciones que olía a la garantía de éxito que no fue, y una campaña en la que no sintió la amenaza de la extrema derecha hasta que ya era muy tarde.
La caída explosiva de la bola generó desconcierto en quien no estaba hecho a la oposición, tan difícil viniendo de gobernar. Los primeros pasos del que se dió a llamar “trifachito” dejaron claro que su objetivo era la descomposición de los servicios públicos; que el programa del PP había sido desechado por el propio PP; que VOX no había apoyado gratis la investidura, y que la verdadera gestión del nuevo gobierno se sustentaría en un avieso y colosal aparato de propaganda con el que construir una percepción pública bien diferente a la realidad de los hechos y las decisiones que salían de San Telmo. Y así hasta ahora.
La segunda bola puede ser mucho más dañina, aunque esta vez ya sabemos que ronda de nuevo. Es necesario decisión, fuerza y consciencia para evitar una nueva colisión que alcanzaría a quienes queremos una Andalucía próspera, abierta y comprometida, con los mejores servicios públicos para las y los andaluces. Una Andalucía de verdad y no de propaganda y autobombo, con líderes que no se pongan de perfil y que cumplan lo que prometen. Una Andalucía sin radicalismos lejos del fanatismo extremista. Una Andalucía en la que poder vivir y convivir, sin miedo a bolas de fuego que te devuelven a un pasado en sepia y gris.
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