23-10-2022
”Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajarillos cantan, las nubes se levantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón”. Esta cancioncilla infantil, que recuerdo cantar cuando era niña, adquiere en estos tiempos la categoría de plegaria. Plegaria al cielo, a los Santos, a Dios, o a cualquier otra divinidad que tenga a bien complacernos. El problema es que la cantinela, convertida en súplica, no parece encontrar oídos que la escuchen, y las nubes se niegan a regalarnos la lluvia tan anhelada.
Tampoco nosotros nos concienciamos de que el grifo no es la lámpara de Aladino, y que de él no sale cuando lo abrimos un genio dispuesto a cumplir nuestros deseos y a convertir el agua en un bien inagotable, un bien que podamos derrochar a placer, sin miedo a que se acabe. La lluvia cae literalmente del cielo y, si el cielo no la deja caer, mas pronto que tarde aquella sustancia sin olor, color ni sabor, pero más valiosa que cualquier selecto caldo, dejará de ser algo común en nuestros hogares.
¿Y qué hacer ante esta inquietante posibilidad? ¿Cómo ahorrar agua? Obviemos algunas recomendaciones de nuestros políticos y dirigentes, propias del teatro del absurdo; pasemos por alto también la “siembra de nubes”, práctica, no exenta de polémica, con la que China combate la sequía, y que todavía parece más propio de una película de ciencia ficción. Mejor acudir a remedios caseros, como los ofrecidos por la Fundación Aquae, que entran dentro del campo de la lógica: cerrar los grifos cuando no se usen, ducharse en lugar de bañarse, recoger el agua que sale del grifo mientras esta se calienta, utilizar reductores de presión para la ducha, colocar dos botellas llenas dentro de la cisterna, utilizar de forma eficiente los electrodomésticos, descongelar los alimentos en la nevera o a temperatura ambiente, tener agua fría en la nevera, utilizar mejor plantas autóctonas en el jardín, y arreglar enseguida cualquier fuga de agua.
Volviendo a la canción-plegaria del principio, lo ideal sería que llueva, que llueva, que llueva para llenar los pantanos, para mantener la vida en nuestros ríos, para saciar la sed de los campos y, en consecuencia, salvar los cultivos, el medio de vida de los agricultores y, en un último escalón, el coste de la cesta de la compra de los consumidores.
No olvidemos que el agua es un bien preciado, necesario, que forma parte de los seres vivos; pero también es un bien limitado, escaso en muchas ocasiones.
Que llueva, que llueva…, pero que lo haga pronto.
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