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DOMÈNEC MARTÍNEZ GARCÍA "Más de mil personas fallecieron sepultadas en las rieras del Vallés. |
2025-10-19
Riadas y lodos
Al meu país la pluja no sap ploure / o plou poc o plou massa
En 1962 Raimon todavía no había compuesto esta canción, tampoco el Diguem NO, que se convirtió en un himno antifranquista. Pero anticipaba un presente deudor de nuestro pasado. Ciclos de sequía y de lluvias torrenciales. Ahora agravado por la emergencia climática y el negacionismo. La especulación urbanística y la corrupción, añadidas al desmantelamiento de los servicios de prevención y el abandono de responsabilidades políticas, agrandaron la catástrofe. Sucedió en Valencia, pronto hará un año. 224 víctimas mortales e inmenso lodazal.
En mi ciudad, Terrassa, a finales de 1962 las arenas sepultaron a cientos de familias, la mayoría llegadas del sur. Se han cumplido ahora 63 años. Más de mil personas fallecieron sepultadas en las rieras del Vallés. Cientos de cuerpos fueron arrastrados hasta el mar. El Mediterráneo que cantó Serrat. Se inundó el Cine Doré, y se anegaron algunos sueños infantiles tal como narré en mi primera crónica. Cuando escribo ahora llueve sobre mojado en las tierras de la ribera baja del Ebro. “Nunca vimos nada igual”, afirman los más veteranos achicando agua y barro. Coincide con una encuesta sociológica del CIS, donde se afirma que más de un 21% de la población cree que la dictadura fue buena o muy buena, son jóvenes y también de otras franjas de edad.
No es un fenómeno único en Europa, pero tenemos algunas singularidades. En nombre de la patria y de la fiesta nacional, y allí donde tienen mayoría, se desmantelan las consejerías y concejalías de cultura, se derogan las políticas de igualdad y de memoria democrática, y se eliminan los servicios de prevención: riadas e incendios. Emergen en su lugar las mantillas y las figuras del toreo, y generosas partidas del erario público. No importa que la fiesta taurina esté cada vez más alejada de la gente joven. Sirve para lucir monteras y peinetas. Puros, sangre y estoques dedicados. Todo muy rojigualda.
Hubo un tiempo de plomo y de tormentas en que Pablo Guerrero anunciaba que Tiene que llover a cántaros. Para lavar la suciedad, la hambruna y el horror de la dictadura. Que es tiempo de vivir y de soñar y de creer que tiene que llover a cántaros.
Dulce Chacón y Almudena Grandes nos narraron episodios de nuestra historia reciente. Dan nombre a muchas bibliotecas. Resucitaron voces ahogadas y crónicas de resistencia y de alegría. María Teresa León y María Zambrano convirtieron la melancolía del exilio en reflexiones útiles para andar por la vida.
Urge llevar estas antologías a las aulas, por imperativo democrático. Nuestros adolescentes desconocen la geometría de la hambruna española durante el franquismo, ignoran los males endémicos de la injusticia social y, también, la generosidad de una gente y una generación irrepetible. Para que haya servido de algo tanto desvelo. Para que no se pierda el poema bajo el sombrero. Como nos canta Pedro Pastor en Los olvidados.
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