FLORI TAPIA 

"Son ataques de reuma, es normal a tu edad.

2025-01-29

 

 

Tengo cincuenta y un años que no aparento ni aunque me quite el pico, pero los tengo.  Y me duelen las rodillas cuando me agacho, y a veces también los nudillos y las muñecas, como si me hubiera pasado la noche tocando las castañuelas o haciendo churros. La primera vez que se lo dije a mi doctora, de la pública, faltaría más, toda la importancia que le dio al diagnóstico fue ninguna:

  • Son ataques de reuma, es normal a tu edad.

A mi edad. La madre que me parió.

Recuerdo a mi abuela Manuela tomando perlas de aceite de ajo para aliviar esos dolores que yo tengo ahora. Pero parecía mayor, aunque anduviera en sus cincuenta y pico. Creo que, a pesar de las goteras o los achaques, la gente de mi generación, no se siente mayor, aunque le hayamos dado la vuelta al jamón hace rato.  Pero lo somos.

Y no solo se nota en las arrugas o en el desafío que la gravedad representa para nuestro cuerpo. Por ejemplo, cuando saco entradas para un concierto voy buscando butaca, y si solo queda pista me lo pienso. Hace tiempo que renuncié a los tacones y aposté por las chunky, que se alejan bastante del prototipo de femineidad establecido, pero a estas alturas de mi película ya no tengo que mostrar ni demostrar a nadie mi femineidad, y menos tirando de taconazo. Y tampoco me hace gracia pasarme dos horas de pie por muy cómodas que sean mis zapatillas y por muy López que sea mi Pablo.

Aparentemente, podemos dar el pego entre la juventud marcándonos incluso un tardeo, pero nos delataría a la primera de cambio el desconocimiento de la música que escuchan las generaciones posteriores a la nuestra. Porque yo soy de esa generación de cincuentañeros, en la que, al margen de los gustos de cada uno, no se concibe un fin de fiesta sin Mi gran noche de Raphael. Y de manera ineludible, ante hitos como ese o el Resistiré del Dúo Dinámico, se nos ve el plumero a la legua por mucho que nos sintamos jóvenes. Así sea la Fiesta Pagana de Mago de Öz la que ponga el broche en un alarde de rockerismo patrio.

Los chavales de ahora escuchan a Estopa y a Melendi como si hubieran descubierto América en sentido literal, porque América existía antes de Colón igual que los de Cornellá antes de que nacieran todos estos —entre los que está mi hijo— a los que no se les quita el bro de la boca para referirse a cualquier varón de entre doce y dieciséis años, lo mismo da que sea compañero de clase, vecino o uno que pasaba por ahí. Y cuando el apego es mayor, elevan el bro a la categoría de hermano, que debe ser algo así como el toisón de oro del colegueo adolescente.

Hablando de nuevas expresiones, ahora se les llama colágeno a los hombres centennial con los que las mujeres maduras mantienen una relación, que nada tiene que ver con el sobre de colágeno con magnesio y vitamina C que me tomo en ayunas para el reuma. Ninguno de los dos se administra con receta, y por tentadora que resulte para algunas la idea de inyectarse colágeno en formato Generación Z, yo seguiré con mis polvitos de sabor a cacao, porque, aunque me sienta joven, a mí, desde siempre, me gustan mayores.

No hace falta ir a ninguna isla para sentirse tentada con esto del colágeno prêt-à-porter, que lo mismo alivia el dolor de articulaciones que tersa la piel como un lienzo. De modo que, si no funciona lo de la piña bocabajo en Mercadona, siempre podremos adquirirlo en sobre o cápsulas en la sección de parafarmacia.

Tiene guasa esto de intentar repescar la juventud a plazos, como si viviéramos en un pavo eterno, pegando saltitos desde la grada en un concierto de Bad Gyal sin ser capaces si quiera de escribir su nombre sin buscarlo en Google. Así de ridículos somos cuando nos empeñamos en vivir lo que ya no toca aparentando una juventud que ha prescrito.

Lo que no he dicho al principio es que, aunque no aparente la edad que tengo, me siento un alma vieja montada en un columpio.


 

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