SARA MARTÍNEZ

 "En cada llamada había historias que, 

2025-10-05

Escuchar

Cuando estuve haciendo prácticas en una mutua, mi función principal era citar a los pacientes que estaban de baja laboral. Muchos de ellos no cogían el teléfono —deduzco que era por temor a que se tratase de una estafa, pues los números desconocidos provocaban desconfianza— otros sí lo cogían. Yo Les preguntaba cómo se encontraban y según como estaban, les citaba o les pedía informe médico. Me preocupaba en escucharlos y darles una pronta solución. Había personas apáticas que no querían acudir a la mutua para inspección médica. Otros iban sin pensarlo. Me enfrentaba cada día a este dilema. Mi mayor defecto o tal vez mejor cualidad es la empatía. No lo puedo remediar. Tiendo a ceder ante una situación vulnerable. No me gusta ver a alguien que lo pasa mal. Me atrevía incluso a mandar sonrisas en los correos electrónicos a los pacientes cuando tenía que recordarles su día de citación. Lo correcto es ser siempre prudente y profesional, pero opino que un gesto como lo es un emoticono feliz no hace daño a nadie. En las empresas evalúan mucho la correcta posición del empleado y tratar con respeto y seriedad y  distancia  emocional a los pacientes. Pero distancia emocional creo que hay que tener la justa. Cuando un paciente llora o necesita ser escuchado, ¿hemos de decirle que no llore y meterle prisa para que se vaya? He visto esa situación. He visto a personas llorando solas, desesperadas, rogando ayuda y nadie parándose a preguntarles qué les ha ocurrido o cuál es su historia. Fluimos a nuestro ritmo, mirando hacia adelante y casi nunca al que tenemos al lado. No mantenemos una mirada que dure más de cinco segundos, no percibimos el dolor de alguien que roza nuestro hombro. Creo que no es solo la creciente apatía y pasotismo que está teniendo la sociedad, sino que también hay miedo. Miedo a que si nos acercamos a alguien preguntándole que le pasa sea una trampa o un medio para ser engañados, porque ¿Quién nos dice que sea verdad? Cuando citaba a los pacientes me encontraba con un amplio abanico de diagnósticos y problemas emocionales. En cada llamada había historias que, aunque no te conciernen, te acaban salpicando. Personas con roturas, esguinces, depresión, ansiedad, abortos, cáncer, parálisis de Bell, esclerosis múltiple y un largo etcétera.  Sentía que formaba parte del problema. Me afectaba. A veces se me saltaban las lágrimas. Por eso es importante mantener distancia emocional, pero somos humanos, estamos hechos de historias y es muy fácil empatizar.

Cuando acabé las prácticas me sentí triste, porque me había encariñado con el equipo profesional y con los pacientes. Quería seguir llamando para conocer más historias y brindarles ese apoyo emocional que muchos necesitan. Cuando he sido paciente, me sentía a salvo cuando el equipo médico mostraba esa empatía y cariño que todos necesitamos ante una situación vulnerable. Si no tenemos eso, ¿para qué entonces la salud pública y la real importancia que ha de tener?


 

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