ALFREDO INFANTES DELGADO 

"Rastreando prácticas poéticas resistentes

2025-10-05

Alberto García-Teresa

Pues que ya era hora de haceros disfrutar de la propia poesía de uno de los más importantes investigadores y divulgadores actuales de la poética de la conciencia crítica. Se trata, ni más ni menos, que del vallecano Alberto García-Teresa. Antiespecista, vegano, doctor en Filología Hispánica, poeta, analista, ensayista y antólogo de la poesía social y crítica contemporánea, con libros como Poesía de la conciencia crítica, Disidentes. Antología de poetas críticos españoles (1990-2014), Insumisas. Poesía crítica contemporánea de mujeres, o Última poesía crítica. Jóvenes poetas en tiempos de colapso, y de otros muchos ensayos sobre el mismo tema o sobre compañeros y compañeras poetas. Claro, y además autor de nueve poemarios y un par de plaquetas.

Ha trabajado, y trabaja, en diferentes editoriales, revistas y medios de comunicación nacionales e internacionales y es fácil encontrarlo en presentaciones de libros o recitales acompañado de Eddie, su compañero de cuatro patas. Alberto, al igual que nosotras, que nosotros, quiere un mundo donde los animales no sean víctimas de la caza. Donde puedan ser libres y no vivir a expensas de gente que los usa como si fueran objetos.

De nuestro autor dice el también poeta Matías Escalera Cordero: ...los dos pilares sobre los que se sostiene su escritura son, por una parte, la práctica de la poesía como herramienta de desvelamiento de la parte de capital que nos construye como sujetos dentro de esta coyuntura histórica, y, por otra parte, la consideración del texto poético, artístico y literario como espacio privilegiado en el que se manifiestan los conflictos y las contradicciones fundamentales de esa lucha de clases, que sucede en el afuera, pero que se manifiesta también en el adentro, esto es, en el implacable enfrentamiento, dentro de los sujetos, entre los valores del consumo y de la depredación, contra los valores de la vida natural y compartida, así como contra los de la autocontención solidaria y ecológica.

Y el propio Alberto nos dice: ...Una de las cosas más hermosas es que la poesía vuelva a estar en asambleas, que se vuelva a pedir a poetas que cierren manifestaciones, que aparezcan poemas no solo en revistas, sino en periódicos sindicales, y que la poesía pueda ser una herramienta para acompañar... Debemos explorar todas las vías que tenemos, sobre todo en un momento en el que ideológicamente seguimos en derrota, y eso es una apuesta inteligente y filosóficamente coherente...

Poemas y ensayos suyos han sido traducidos a diferentes idiomas. Y en su web http://www.albertogarciateresa.com/  encontraréis bastante material sobre su labor.

Pero, para abrir boca, aquí lleváis unos pocos poemas seleccionados que a mi especialmente me gustan:

Hay que comerse el mundo a dentelladas.

 

Hay que sacar los dientes, pulirlos,

clavarlos con ahínco y rabia.

 

Hay que comerse la vida a dentelladas;

 

con mordiscos secos, intensos,

de puro y reluciente hueso.

Con bocados de corazón hambriento.

 

Hay que defender el mundo a dentelladas.

 

Hay que danzar entre rechinar de espadas;

de espadas a pecho descubierto.

Hay que vivir en permanente guardia,

defendiendo la vida cuerpo a cuerpo,

defendiendo la vida cara a cara.

 

Hay que descubrir la vida a dentelladas.

 

Hay que desenterrar estrellas de la arena,

hay que dibujar trazos de arco iris con los dedos

machacados por la rutina, el trabajo y el tedio.

Hay que apartar niebla de las cabezas

con gritos de silencio y de conciencia.

 

Hay que sumergirse en el mundo a dentelladas.

 

Hay que escurrirse de las sombras sonoramente,

con estruendo de ideas y palabras.

Hay que escurrirse sonoramente

con redobles de actos y pasiones,

con puños de carcajadas.

 

Hay que atacar la vida a dentelladas;

 

caminar en la penumbra precaria,

caminar frente al poder y las pirañas.

No ceder terreno nunca al terror y la ignorancia.

Levantar la vista ácida hacia el mañana.

 

Hay que acariciar la vida a dentelladas;

 

arrebatarles el tiempo robado cada jornada,

esparcir abrazos entre timbres y pagas,

regalar ternura y devolver pedradas.

 

Hay que comerse el mundo a dentelladas.

 

Hay que comerse el mundo a dentelladas.

 

***

 

QUERÍAN que sus aullidos se perdieran

en la honda garganta de los calabozos.

Que su esqueleto fracturado se hundiera

en el tumulto de los años arrasados.

 

Pero sus hematomas aparecen

cada noche en nuestro costado,

sus ojos quebrados bajo nuestras frentes,

su horizonte asfixiado dentro de nuestros párpados.

 

Pretendían que la memoria

obedeciera a una orquesta de silencio,

que permaneciera llena

de polvo de óxido de bala.

 

Pero, como al abrir una granada fresca,

la Historia se descascarilla,

y con sus hilos se ilumina

la sombra de sus pliegues.

 

Así,

lo que sepultaban

es hoy

el ritmo de nuestras piernas.

 

Su sal se ha convertido en abono.

 

***

 

Está llegando

El reloj interno que te despierta a las siete del sábado

es el capitalismo hecho entraña

(Ana Pérez Cañamares)

 

Aquí es donde nos sajan los párpados

cada mañana de lunes.

Pero hoy era un día para acariciar

nuestros huesos sin resuello.

Hoy era un día para volver a llenar los pulmones

hasta el próximo despertador;

uno de esos fragmentos de vida

en los que nos alargan la cadena

y salimos a besar la luz.

 

Sin embargo, aunque nuestros cuerpos

yacen ardientes de cansancio y oleaje,

la sangre nos sigue palpitando

a ritmo de salario, de engranaje, de fichero.

 

De una forma u otra,

su victoria consiste

en continuar quitándonos el sueño.

 

***

 

Si nos asomamos al horizonte, todas

las líneas rectas que contemplamos

han sido fabricadas por el ser humano.

 

La línea recta de las carreteras.

La línea recta de los muros.

Lindes, cables, edificios.

Paneles, torretas, arados.

 

La línea recta del cortoplacismo.

La línea recta de la Historia.

 

Las rectas de la jerarquía.

Las rectas de los pedestales.

Las rectas de los pasaportes.

 

Aquí, sin embargo,

germina la vida en los surcos,

en las ondulaciones de las huellas,

de las raíces que nos empapan

los pies, en el moldeado multiforme

de las nubes, en la densa esfera

de las copas de los árboles, en la

efervescencia efímera de la arena.

 

Frente a quienes observan recta-

mente el mundo ofrecemos

la mirada que abraza;

mirada curva, abarcadora;

mirada que abre sinuosa

sus ramas avanzando para acariciar

el presente de quien lo proclama.

 

***

 

Siente cómo se acercan

reptando las horas fantasmales

que te convierten en mercancía,

cómo arañan tu carne

separando la vida de tu voluntad.

 

Mira cómo viajan tus ojos

desde el horizonte hasta tu nómina,

desde la caricia hasta el fichero,

desde la canción hasta el repiqueteo del teclado.

 

¿Cuánto tardarás en notar el frío

que se cuela entre la manta

deshilachada con la que el sistema

nos arropa cada mañana?

 

***

 

¿Es ignorancia y desconocimiento

o simplemente miedo

lo que nos obliga a empujar la luz

que circula más allá de nuestra sombra

para que únicamente sea

la figura humana

y su proyección sobre el suelo

lo que delimita la realidad a nuestros ojos?

 

***

 

En pie

 

A vaciar la usura vamos,

a sacudirnos este polvo

de frustración y derrota.

 

En

pie, sin miedo,

caminando juntas frente a los espejismos

y las miradas verticales, a los lenguajes heredados.

Con la fortaleza de los pasos acompañados,

del canto de quienes compartimos

el sudor, el cansancio y las veredas

cada mañana hasta un amanecer que siempre se aleja.

 

En pie, alzándonos

desde la sabiduría de las calles

y el empeño de las esquinas que no se doblegan.

Insumisas, aspirando a escalones agujereados

que deshagan su ascenso y que tracen líneas al horizonte.

 

Reconocemos los riesgos, las astillas de las manos,

pero también la urgencia de los estómagos,

del llanto, de la hierba abrasada, de los abrazos partidos.

Y no aguantaremos más golpes,

más burlas, más expolio; no.

Hemos descubierto las fracturas,

la asfixia y por qué nunca salimos

indemnes de sus juegos de sillas.

 

Por eso nos ponemos en pie, porque

no queremos mendigar nuestra dignidad, porque

despertamos de sus palabras imantadas, porque

nos escuecen los dedos con la rabia

y queremos seguir hablando desde la caricia.

 

En pie los caídos cientos de veces,

las golpeadas, las silenciadas,

los marcados por sus nóminas, sus cerrojos y sus párpados,

las sin altura, las que portamos

nudos de luchas y esperanzas en las vértebras

para no ser doblegadas.

En pie, en pie

desobedecemos,

                    resistimos

                                  construimos.

 

***

 

Dos manos

 

Con dos manos podemos alimentar,

acunar, sostener, curar,

alumbrar refugio, ofrecer el baile de las caricias,

desanudar las hebras de daño o de soberbia

que se han trenzado en el pelaje.

 

Pero hay quienes eligen con las manos

sostener una escopeta

y echar cerrojos

y colocar una horca alrededor del cuello.

 

Ellos levantan con carcasas de huesos,

redes de osamentas y pellejos tiznados de carcajadas

una escalera para situarse por encima

del resto de animales.

Se encaraman allí

para que les ilumine

la respiración de las detonaciones,

el sanguinolento

humo de la arrogancia.

 

Sus dos manos

son dos nudos herrumbrosos de odio,

dos gargantas asfaltadas y mudas.

 

No es el escozor de los estómagos

ni la aspereza de los paladares, lo sabemos,

lo que acciona sus gatillos,

sino la ostentación de la crueldad,

la exhibición de poder de saberse asesinos;

aquellos que necesitan ostentar el control

de la línea de la vida de los otros

para encontrar su hueco en este escaparate de cadáveres

que trata de marcarnos los días.

 

Tienen esquirlas de odio en los pulmones.

Por eso rasgan el aire y parten

el oxígeno cuando silban,

cuando se jactan de su puntería,

de su vestido de pólvora,

del frío que dejan tras sus pasos en los matorrales.

 

Por eso, con nuestras dos manos,

desenrollamos esta pancarta,

pintamos esta consigna,

entrelazamos entre los dedos

la empatía y el amor,

y gritamos:

 

¡No a la caza!

 

***

 

¿Cómo no fracturarse de vulnerabilidad

si hasta quien debía sanaros

tenía los nudillos apestando a tortura?

 

No vigilaban vuestras venas;

las arrastraban hasta el delirio.

 

Su medicación os buscaba aletargadas

como girasoles dentro de la oscuridad.

 

Sus ojos os manoseaban

y asomaba su generosidad por sus braguetas.

 

De hecho, aprendiste

a controlar tu pulso

para evitar ser llevada ante sus batas.

 

¿Cómo olvidar su violencia

con sus sondas, sus vías,

su entramado de cables

o el balanceo que susurraban

a tu camilla para marearte

durante la alimentación forzada

de la huelga de hambre?

 

Pero también recuerdas la ternura

de aquel enfermero que sacó del módulo

y se llevó cautelosamente

a tu hija de un año al hospital

cuando te negaron su asistencia

y tu derecho a acompañarla esposada.

 

El brillo de algunos ojos

te abrió los muros allí dentro.

 

***

 

Lo paraestatal es un sostén del Estado.

Su trabajo en tinieblas

apuntala su maquinaria y su escaparate.

 

Para que las letras de la democracia resplandezcan

(ante la CEE, la ONU, la OTAN

o la propia fe de la ciudadanía),

resulta fundamental, como riada que arrastra el lodo,

que lo paraestatal estatalizado

barra desde las esquinas

todo aquello que la problematiza,

que la agrieta, que la pone en evidencia;

a esas urnas colocadas sobre taburetes franquistas,

a esos dedos que recuentan los votos

empolvados aún de dictadura.

 

Tu cuerpo torturado

es un bien necesario para su funcionamiento.

La no aplicación de las resoluciones

judiciales que os dan la razón a las presas

es el óxido que fortalece sus barrotes.

Las placas volteadas

y sus chasquidos rodean la ley,

cercándola con sus surcos,

pero la limpian de malas hierbas.

 

Para que la democracia

continúe siendo democracia.

 

***

 

No accediste a la treta

de intercambiar explotación laboral

por permisos penitenciarios.

 

Se hilaban eufemismos

bajo el telar democrático neoliberal.

 

Te quedabas sola en el pabellón

mientras otras presas ofrecían sus brazos

malnutridos por el rancho

a empresas textiles españolas

de relumbrante prestigio.

Las presas cosían ropa de marca

con marcas de barrotes.

Su victoria

 

 

 Sepultarnos en la tristeza de la docilidad,

en el vuelo de sabernos incapaces

de verter en los engranajes arena.

Apesadumbrarnos de rutinaria obediencia.

Construirnos callejones a pesar de encontrarnos

en medio de las plazas.

Colocar a los bosques, a los pájaros, a los mares

como enemigos.

Continuar amamantándonos con dominación

porque respiramos su tabla de nutrientes.

Espinarnos el tacto.

Embalsarnos la mirada.

Deshilachar el diálogo, practicar sangrías

en los nudos y en los abrazos.

Deglutir la mansedumbre y vivir la rabia

como un hipo que nos atraganta.

Conducir el horizonte de promesa electoral a

anuncio publicitario, de

remedio tecnológico a remanso místico.

Y, a pesar de todo, hacernos creer libres.

 

***

 

Un economista

 

Un economista no sabe qué hacer con un arco iris.

No entiende el aleteo de una abeja,

por qué trinan escandalosamente las gaviotas,

qué guarda una camada en su madriguera.

Se inquieta ante un caracol que,

sobre una brizna empapada de rocío,

indiferente se despereza.

Ante el murmullo chispeante de un río,

ante un eclipse inundado de estrellas,

ante tu sonrisa o una mano abierta,

agita desconcertado su cabeza.

Un economista no escucha la memoria

ni atiende al compás de los latidos.

No sabe buscar tanteando en silencio la belleza

en toda palpitación dichosamente tendida

a la luz, al viento, a la alegría.

 

Un economista aún busca con vehemencia

con qué moneda comprar la vida.

 

***

 

Tríptico de la memoria, III

Lo que entierran no son huesos

son semillas que van creciendo

(Barricada)

 

 Querían que sus aullidos se perdieran

en la honda garganta de los calabozos.

Que su esqueleto fracturado se hundiera

en el tumulto de los años arrasados.

 

Pero sus hematomas aparecen

cada noche en nuestro costado,

sus ojos quebrados bajo nuestras frentes,

su horizonte asfixiado dentro de nuestros párpados.

 

Pretendían que la memoria

obedeciera a una orquesta de silencio,

que permaneciera llena

de polvo de óxido de bala.

 

Pero, como al abrir una granada fresca,

la Historia se descascarilla,

y con sus hilos se ilumina

la sombra de sus pliegues.

 

Así,

lo que sepultaban

es hoy

el ritmo de nuestras piernas.

 

Su sal se ha convertido en abono.

 

***

 

Hieden las vértebras rotas

por el tacto entintado de las detenciones,

los labios amoratados de miedo

por el óxido de las multas,

los ligamentos podridos con focos y escobas,

los cráneos limpiamente fracturados

por medios de información

y decorados invisibles.

 

Tiesos de polvo los deseos,

sin esquirlas de dudas ni de caminos

alternativos a la ruta electrificada,

nos han barnizado de alfileres las lenguas,

nos han enguantado las pupilas,

nos han sepultado nuestras aspiraciones

bajo una bandera, una toga, un expediente

y el peso

de una derrota

que hemos hecho nuestra

con sus palabras.

 

***

 

Levantarse y buscar

la alegría entre la gente, celebrar

la risa, construir el abrazo

entre las ropas polvorientas de salario,

quizá sea,

cuando aún los días

se nos pegan a las muñecas

y duelen las manecillas

del hambre y de la soledad

porque todavía desconocemos

los colores de la lluvia

y el río donde brota el arco iris,

quizá sea,

si no se nos ahogan la carcajada

ni el fulgor de los ojos,

si en los pies repiquetea el baile

y los dedos tamborilean infancia,

quizá

con el trote del perro y el

piar del gorrión por la mañana,

sin enaltecer el brillo del sudor

ni la angustia de la fractura,

con la lenta paciencia del callo,

sea, quizá, alumbrados

por besos de tormenta, con el júbilo

del viento de los brazos trenzados,

porque no escondemos cigüeñas bajo la piel,

porque las uñas las tenemos guardadas

y decrecen con el alboroto

de las caricias, quizá

si ya estamos aprendiendo a hablar a las flores,

a dormir en el bosque con los sueños abiertos,

a palpar la luz entre el dolor,

y no nos seduce la melodía de los cerrojos,

quizá, cuando los ojos se miran

sincerándose con las pestañas desplegadas,

reconociéndose en el humo y en las manos

y están los pulmones listos para soplar

nuestros anhelos,

quizá sea,

para acoger y cuidar lo dañado,

para hilvanar la vida con la empatía

y aprender a caminar al ritmo

del más lento

 

quizá sea, quizá.

 

***

 

¿Y si se nos desgarrase el grito??

¿Y si la boca enmudeciese,

cercada por la caries, por la niebla de abismo?

 

Ondean sus sonrisas los fascistas.

Estrechan sus manos, agujereadas

con alfileres, adorablemente llenas de úlceras. Acarician los machetes,

siembran los muros

y espolvorean un presagio de cementerio.

Se estremecen las abejas

ante la borrasca de líneas verticales,

del ruido helado del cerrojo.

Y el viento, repleto de gargantas roídas

con los minutos astillados por

máquinas de oxígeno y medicamentos racionados,

agita el vientre de una sequía

que no llega a los pulmones.

 

Los transeúntes usan

sus dedos como llaves para pelar el trigo,

pero son jeringuillas de gusanos

que pudren los abriles.

Abren los ojos con fuerza,

ignoran el polvo de sus muelas,

entornan los omóplatos y peinan su sombra.

 

Esperanza, esperanza,

aún palpitas entre nuestras manos

porque no sabemos pronunciar las ataduras

de la palabra “resignación”.

Porque el presente requiere de todo nuestro oxígeno.

 

Ay, cómo titubeas ante el vértigo,

con temblor de manantial intacto.

Pero, ¿acaso tenemos otra opción

que no sea hacer de ti nuestro aliento,

que no sea mantenerte

siempre delante de nuestros pasos?

 

***

 

Si algún día cierras los ojos

y no los vuelves a abrir

porque no puedes seguir pagando el seguro médico,

porque se ha helado el campo de refugiados,

porque la comida no alcanza

y no consigues vender más tu cuerpo

a los que blanden los cuchillos,

o porque el calor te ha abrasado

y no había agua o no tenías más pies

para seguir andando,

porque de noche te queman el techo,

ahí, tan cerca del río donde vives,

pues no quieren seguir tolerando el color

de tus ojos

 

entonces

recordarás los abrazos que se fueron debilitando,

cómo las planicies se convirtieron en muros

y nos vestimos de miedo en vez de hidratar la solidaridad,

o la mirada compasiva que se encerró en los bolsillos,

la asamblea que se desdibujó en ensimismamiento,

la cosecha y el reparto en rapiña.

Te acordarás de cómo cruzabas los dedos

cuando empezaste a renunciar,

de cómo agachabas la frente cuando

se estrechaban las paredes,

de cómo te desentendiste de aquellas manos

que se abrían para levantar aún débiles

un plural no excluyente.

 

Recuérdalo. No lo olvides.

 

***

 

Preguntas esenciales en tiempos de colapso

 

No dónde brota el agua,

sino dónde se la esconde,

dónde se la envasa,

dónde se factura.

 

No cuánto germina,

sino quiénes lo fumigan,

quiénes lo vallan,

quiénes lo comen.

 

No cómo protegernos,

sino cómo compartir,

cómo cuidar,

cómo amar.

 

***

 

No renunciamos al entusiasmo

 

Aunque estemos deletreando auxilio

entre los árboles que se caen,

cargando las mochilas vacías de futuro,

continuamos apelando al chisporroteo

que nos levanta los músculos y la sonrisa.

 

Sabemos que ya no se trata

de sobrevivir,

sino de morir sin llevarnos

la dignidad ni la vida de nadie;

de intentar salvar,

quizá únicamente en el cuenco de las manos,

todo lo posible.

 

Pero sigue teniendo sentido

este impulso de hiedra

que abraza las rocas,

que serpentea entre las grietas,

que se alboroza cuando logra palpar el sol.

 

Como quien ofrece sus labios en el incendio

y rastrea las gotas suspendidas de las hojas de los pinos,

nos agita un ímpetu que desanuda

la inmovilidad de la tragedia.

 

Su cerco precisamente lo acrecienta.

 

Llámalo estertor, llámalo locura,

pero lo cierto es que rebañaremos

el brillo de los días

ensanchando el hueco de la vida

Levantarse y buscar

la alegría entre la gente, celebrar

la risa, construir el abrazo

entre las ropas polvorientas de salario,

quizá sea,

cuando aún los días

se nos pegan a las muñecas

y duelen las manecillas

del hambre y de la soledad

porque todavía desconocemos

los colores de la lluvia

y el río donde brota el arco iris,

quizá sea,

si no se nos ahogan la carcajada

ni el fulgor de los ojos,

si en los pies repiquetea el baile

y los dedos tamborilean infancia, quizá

con el trote del perro y el

piar del gorrión por la mañana,

sin enaltecer el brillo del sudor

ni la angustia de la fractura,

con la lenta paciencia del callo,

sea, quizá, alumbrados

por besos de tormenta, con el júbilo

del viento de los brazos trenzados,

porque no escondemos cigüeñas bajo la piel,

porque las uñas las tenemos guardadas

y decrecen con el alboroto

de las caricias, quizá

si ya estamos aprendiendo a hablar a las flores,

a dormir en el bosque con los sueños abiertos,

a palpar la luz entre el dolor,

y no nos seduce la melodía de los cerrojos,

quizá, cuando los ojos se miran

sincerándose con las pestañas desplegadas,

reconociéndose en el humo y en las manos

y están los pulmones listos para soplar

nuestros anhelos,

quizá sea,

para acoger y cuidar lo dañado,

para hilvanar la vida con la empatía

y aprender a caminar al ritmo

del más lento

quizá sea, quizá.

 

***

 

Resulta difícil no encontrar en un manantial agua turbia.

Resulta peligroso no hallarla.

 

Las barricadas están formadas por granos de arena

que irremediablemente se desparraman.

 

En cada explotado puede vivir un explotador,

en cada caricia un pálpito de colmillo.

 

Sólo si no olvidamos las aristas de las esferas

podremos hacer de los sueños nuestro camino.

 

***

 

Buscar poesía

entre los tubos de escape,

entre el bullicio de una avenida

o bajo el cemento de un parque,

hundiendo el latido como azada

en grumos de tierra seca

puede parecer un acto poético

de cartón-piedra.

Pero es posible; es necesario

como respiración en la tormenta.

 


 

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