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Pablo Neruda (1937)
El general Franco en los infiernos
Desventurado, ni el fuego ni el vinagre caliente en un nido de brujas volcánicas, ni el hielo devorante, ni la tortuga pútrida que ladrando y llorando con voz de mujer muerta / te escarbe la barriga. Buscando una sortija nupcial y un juguete de niño degollado, serán para ti una puerta oscura, arrasada. En efecto. De infierno a infierno, ¿qué hay? En el aullido de tus legiones, en la santa leche de las madres de España, en la leche y los senos pisoteados por los caminos, hay una aldea más, un silencio más, una puerta rota.
Aquí estás. Triste párpado, estiércol de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra de traición que la sangre no borra. Quién, quién eres, oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra, oh mal nacida palidez de sombra.
Retrocede la llama sin ceniza, la sed salina del infierno, los círculos del dolor palidecen. Maldito, que sólo lo humano te persiga, que dentro del absoluto fuego de las cosas, no te consumas, que no te pierdas en la escala del tiempo, y que no te taladre el vidrio ardiendo ni la feroz espuma. Solo, solo, para las lágrimas todas reunidas, para una eternidad de manos muertas y ojos podridos, solo una cueva de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre por una eternidad maldita y sola. No mereces dormir aunque sea clavados de alfileres los ojos: debes estar despierto, general, despierto eternamente entre la podredumbre de las recién paridas, ametralladas en Otoño. Todas, todos los tristes niños descuartizados, tiesos, están colgados, esperando en tu infierno ese día de fiesta fría: tu llegada. Niños negros por la explosión, trozos rojos de seso, corredores de dulces intestinos, te esperan todos, todos, en la misma actitud de atravesar la calle, de patear la pelota, de tragar una fruta, de sonreír o nacer.
Sonreír. Hay sonrisas ya demolidas por la sangre que esperan con dispersos dientes exterminados y máscaras de confusa materia, rostros huecos de pólvora perpetua, y los fantasmas sin nombre, los oscuros escondidos, los que nunca salieron de su cama de escombros. Todos te esperan para pasar la noche. Llenan los corredores como algas corrompidas. Son nuestros, fueron nuestra carne, nuestra salud, nuestra paz de herrerías, nuestro océano de aire y pulmones. A través de ellos las secas tierras florecían. Ahora, más allá de la tierra, hechos substancia destruida, materia asesinada, harina muerta, te esperan en tu infierno. Como el agudo espanto o el dolor se consumen, ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y maldito seas, solo y despierto seas entre todos los muertos, y que la sangre caiga en ti como la lluvia, y que un agonizante río de ojos cortados te resbale y recorra mirándote sin término.
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Miguel Hernández (1937)
Tu famosa, tu mínima impotencia...
Tu famosa, tu mínima impotencia, desparramar intento sin detener el paso ni un instante. Para lo tal, me apeo en mi paciencia, pulso un acordeón llorón de viento y socarrón de voz, y ya es bastante.
Tu cornicabreada decrepitud purgante exige estos reparos de escritura, y con ellos ayudo a someterte, no al manicomio al tonticomio oscuro que tu idiotez sin mezcla de locura, pide hasta que la muerte venga a sacar tu vida de este apuro.
Llevas el corazón con cuello duro, residuo de una momia milenaria concurso de idiotas, que necesita la alabanza diaria y descosido en la alabanza explotas.
Cocodrilito pequeñito, ñito, lagartija de astucia, mezquina subterránea, con el rabo marchito, y la mirada alcantarilla sucia.
Tarántula diabética y escuálida, forúnculo político y gramático, repúblico de triste mierda inválida, oráculo, sarcófago enigmático.
Demócrata de dientes para fuera, altares solicita tu zapato No hagas más reflexiones de topo y madriguera en tu conejeril rincón de mentecato. Humo soberbio, sapo que te hinches cuando oyes un piropo: disuélvete en berrinches resuélvete, desaparece, topo. España no precisa tu vaciedad de calabaza neta, tu mezquindad que duele y que da risa, tu vejez inconcreta, venenosa, indecisa.
No te toca la sangre de los trabajadores, sus muertes no salpican tu chaleco, no te duelen sus ansias, ni su lucha, tu tiniebla trafica con sus puros fulgores su clamor no haya en ti ni voz, ni eco, tu vanidad tu mismo ruido escucha como un sótano seco. Hay ojos que derraman raíces amorosas. Sobre tus ojos tienes uñas que a hacerse dueñas de las cosas avanzan por tus sienes.
tu corazón de espino secundario, tu soberbia de zarza consumida.
Sobre tu pedestal o tu peana, monumento de oficio, cuando su salvación está cercana quieres llevar un pueblo al precipicio.
Te rebuznó en el parto tu madre, y más valiera a España que jamás te rebuznara con esa cara de escobilla fiera, de vieja zorra avara.
No llevarás mi pueblo al precipicio, dictador fracasado, rey confuso, y caerás por la punta de una bota sobre tus flacos días puesta en uso.
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Pedro Garfias - Victor Manuel (1937)
Asturias
Asturias, si yo pudiera, si yo supiera cantarte... Asturias verde de montes y negra de minerales. Yo soy un hombre del Sur polvo, sol, fatiga y hambre, hambre de pan y horizontes... ¡Hambre! Bajo la piel resecada ríos sólidos de sangre y el corazón asfixiado sin venas para aliviarte. Los ojos ciegos, los ojos ciegos de tanto mirarte sin verte, Asturias del alma, hija de mi misma madre.
Dos veces, dos, has tenido ocasión para jugarte la vida en una partida, y las dos te la jugaste. ¿Quién derribará ese árbol de Asturias, ya sin ramaje, desnudo, seco, clavado con su raíz entrañable que corre por toda España crispándonos de coraje? Mirad, obreros del mundo su silueta recortarse contra este cielo impasible vertical, inquebrantable, firme sobre roca firme, herida viva su carne.
Millones de puños gritan su cólera por los aires, millones de corazones golpean contra sus cárceles.
Prepara tu salto último lívida muerte cobarde prepara tu último salto que Asturias está aguardándote sola en mitad de la Tierra, hija de mi misma madre.
Rafael Alberti (1938)
El burro explosivo
Tú todavía, general botijo, caudillo cantimplora sin pitorro, liliputiense, hijo de zorra cabezorra y cabezorro. Di, Francisco, ¿hasta cuándo, con tus bordados camisones nuevos, de cara al sol y caraculeando, nos tocarás la yema de los huevos? Contempla, rebozado cochifrito, la desgraciada Italia de Benito, la Alemania de Adolfo destrozada. Pero siendo tan chico de estatura para contemplar nada, sube a admirarlas, paticuesco enano, desde la interminable sepultura de tanta España muerta por tu mano. ¿Qué ves? Verde te veo, no de aquel bello azul, azul de Prusia, que la Falange (luego Falangeta cuando se le encogió y heló el respiro traseramente en Rusia) viera desvanecerse en la puñeta. ¿Duermes tranquilo, Franco? Cómo son al sentarte tus mañanas, si atacado de espaldas y de flanco por tus erectas guardas africanas velas sin vela, ¡oh Canco, Canco, Canco! Arriba ya, paneque! baila, andorga; peonza que al final democratizas; baila, culo hecho trizas, baila, Generalismo pandorga, sieso manido, sieso patibulario, tieso y patitieso! Muerto estás ya, Paquita la Católica, Isabel del Ferrol y de Castilla. Tu España carajólica te despide: ¡Presente!, mientras en los luceros, amarilla, sube tu gloria de mojón caliente.
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León Felipe (1939)
Hay dos españas, la del soldado y la del poeta. La de la espada fratricida y la de la canción vagabunda. Hay dos españas y una sola canción. Y esta es la canción del poeta vagabundo:
Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo, la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra. Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo... más yo te dejo mudo...
¡Mudo!
Y, ¿cómo vas a recoger el trigo y a alimentar el fuego si yo me llevo la canción?
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Ángela Figuera Aymerich (1953)
Mujeres del mercado
Son de cal y salmuera. Viejas ya desde siempre. Armadura oxidada con relleno de escombros. Tienen duros los ojos como fría cellisca. Los cabellos marchitos como hierba pisada. Y un vinagre maligno les recorre las venas.
Van temprano a la compra. Huronean los puestos. Casi escarban. Eligen los tomates chafados. Las naranjas mohosas. Maceradas verduras que ya huelen a estiércol. Compran sangre cocida en cilindros oscuros como quesos de lodo y esos bofes que muestran, sonrosados y túmidos, una obscena apariencia.
Al pagar, un suspiro les separa los labios explorando morosas en el vientre mugriento de un enorme y raído monedero sin asas con un miedo feroz a topar de improviso en su fondo la última cochambrosa moneda.
Siempre llevan un hijo todo greñas y mocos, que les cuelga y arrastra de la falda pringosa chupeteando una monda de manzana o de plátano. Lo manejan a gritos, a empellones. Se alejan maltratando el esparto de la sucia alpargata.
Van a un patio con moscas. Con chiquillos y perros. Con vecinas que riñen. A un fogón pestilente. A un barreño de ropa por lavar. A un marido con olor a aguardiente y a sudor y a colilla.
Que mastica en silencio. Que blasfema y escupe. Que tal vez por la noche, en la fétida alcoba, sin caricias ni halagos, con brutal impaciencia de animal instintivo, les castigue la entraña con el peso agobiante de otro mísero fruto. Otro largo cansancio.
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Celso Emilio Ferreiro (1962)
Larga noche de piedra
El techo es de piedra. De piedra son los muros y las tinieblas. De piedra el suelo y las rejas. Las puertas, las cadenas, el aire, las ventanas, las miradas, son de piedra. Los corazones de los hombres que a lo lejos acechan, hechos están también de piedra. Y yo, muriendo en esta larga noche de piedra.
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Alfonso Sastre (1963)
Soneto XV (Muerte de Julián Grimau)
Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo? Pero el mundo se agita y se remueve. En mil novecientos treinta y nueve se fusilaba sin más a tanto inmundo
protestar de masones, liberales, comunistas, social democristianos, escritores borrachos, italianos, gentes de mal vivir y radicales.
Pero además, ¿qué pasa? ¿qué presentas? Mundo, ¿cómo protestas, importuno? ¿Tanta importancia tiene a fín de cuentas? que sean un millón o un millón uno, los muertos de una guerra tan gloriosa?
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Chicho Sánchez Ferlosio (1963)
Gallo Rojo, Gallo Negro
Cuando canta el gallo negro es que ya se acaba el día.(2) Si cantara el gallo rojo otro gallo cantaría.(2)
Ay, si es que yo miento, que el cantar que yo canto lo borre el viento. Ay, qué desencanto si me borrara el viento lo que yo canto.
Se encontraron en la arena los dos gallos frente a frente.(2) El gallo negro era grande pero el rojo era valiente.(2)
Ay, si es que yo miento...
Se miraron cara a cara y atacó el negro primero.(2) El gallo rojo es valiente pero el negro es traicionero.(2)
Ay, si es que yo miento...
Gallo negro, gallo negro, gallo negro, te lo advierto:(2) no se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto. (2)
Ay, si es que yo miento...
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Violeta Parra (1963-64)
¡Qué dirá el Santo Padre?
Miren cómo nos hablan de libertad cuando de ella nos privan en realidad. Miren cómo pregonan tranquilidad
cuando nos atormenta la autoridad.
¿Qué dirá el Santo Padre que vive en Roma, que le están degollando a sus palomas?
Miren cómo nos hablan del paraíso cuando nos llueven balas como granizo. Miren el entusiasmo con la sentencia sabiendo que mataban a la inocencia.
¿Qué dirá el Santo Padre...
El que oficia la muerte como un verdugo tranquilo está tomando su desayuno. Lindo se dará el trigo por los sembra’os, regado con tu sangre, Julián Grimau.
¿Qué dirá el Santo Padre...
Entre más injusticia, señor fiscal, más fuerzas tiene mi alma para cantar. Con esto se pusieron la soga al cuello, el sexto mandamiento no tiene sello.
¿Qué dirá el Santo Padre...
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Lluís Serrahima - María del Mar Bonet (1968)
Què volen aquesta gent
De matinada han trucat, són al replà de l’escala, la mare quan surt a obrir porta la bata posada. Què volen aquesta gent que truquen de matinada?
“El seu fill, que no és aquí?”, “N’és adormit a la cambra, què li volen, al meu fill?” El fill mig es desvetllava. Què volen aquesta gent que truquen de matinada?
La mare ben poc en sap de totes les esperances del seu fill estudiant, que ben compromès n’estava. Què volen aquesta gent que truquen de matinada? Dies fa que parla poc i cada nit s’agitava. Li venia un tremolor tement un truc a trenc d’alba.
Encara no ben despert, ja sent viva la trucada i es llança pel finestral a l’asfalt d’una volada. Què volen aquesta gent que truquen de matinada?
Els que truquen resten muts, menys un d’ells –potser el que mana– que s’inclina al finestral, darrere xiscla la mare. Què volen aquesta gent que truquen de matinada?
De matinada han trucat, –la llei una hora assenyala– ara l’estudiant és mort, n’és mort d’un truc a trenc d’alba. Què volen aquesta gent que truquen de matinada?
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Lluis Llach (1969)
L’estaca
L’avi Siset em parlava de bon matí al portal mentre el sol esperàvem i els carros vèiem passar.
Siset, que no veus l’estaca on estem tots lligats? Si no podem desfer-nos-en mai no podrem caminar!
Si estirem tots, ella caurà i molt de temps no pot durar, segur que tomba, tomba, tomba ben corcada deu ser ja.
Si jo l’estiro fort per aquí i tu l’estires fort per allà, segur que tomba, tomba, tomba, i ens podrem alliberar.
Però, Siset, fa molt temps ja, les mans se’m van escorxant, i quan la força se me’n va ella és més ampla i més gran.
Ben cert sé que està podrida però és que, Siset, pesa tant, que a cops la força m’oblida. Torna’m a dir el teu cant:
Si estirem tots, ella caurà i molt de temps no pot durar, segur que tomba, tomba, tomba ben corcada deu ser ja.
Si jo l’estiro fort per aquí i tu l’estires fort per allà, segur que tomba, tomba, tomba, i ens podrem alliberar.
L’avi Siset ja no diu res, mal vent que se l’emportà, ell qui sap cap a quin indret i jo a sota el portal.
I mentre passen els nous vailets estiro el coll per cantar el darrer cant d’en Siset, el darrer que em va ensenyar.
Si estirem tots, ella caurà i molt de temps no pot durar, segur que tomba, tomba, tomba ben corcada deu ser ja.
Si jo l’estiro fort per aquí i tu l’estires fort per allà, segur que tomba, tomba, tomba, i ens podrem alliberar.
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Joan Brossa (1975)
¡Final!
-Deberías haber tenido otro final; te merecías, hipócrita, un muro en otro agujero. Tu dictadura, tu puta vida de asesino,
¡menudo incendio de sangre! Podrido verdugo, te tenía que haber apaleado la dura oscuridad de los pueblos, dado a tortura, colgado de un árbol al final de algún camino.
Rata de la peor delincuencia, te pegaba otra muerte con violencia, el final de tantos desde aquel mes de julio. Pero la has tenido de tirano español, sólo e hibernado, gargajo de la ciencia y con tufo a sangre y mierda. ¡Su Excremencia!
Gloria de la chapuza, ha muerto el dictador más viejo de Europa. ¡Un abrazo, amor, y levantemos la copa!
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Victor Manuel - Ana Belén (1976)
Veremos a Dolores
Sí, veremos a Dolores caminar las calles de Madrid. Quién te puede negar si el tiempo transcurriendo confirmó que esto no daba más y que era inevitable la reconciliación. Se gastan las palabras golpeando contra el muro pero ahí están las tuyas cargadas de futuro. Quién te puede negar no hay tregua en el combate por la paz desde el cincuenta y seis tendimos nuestra mano a todos los demás. Bandera infatigable del hombre acorralado de un pueblo que no quiere vivir amordazado. Quién nos puede negar porque nos regatean respirar quién se atreve a explicar que sea un beneficio la clandestinidad. Para otros los laureles la regalada historia que el único camino nos lleve a la victoria.
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Gloria Fuertes (1995)
Cuando la revolución de mil novecientos veinte las carmelitas se trajeron la mano de santa Teresa. No sé cómo llegó al Pardo. Las carmelitas de Ronda piden la reliquia a Franco. Franco no les da la mano. La mano no se pierde, la tiene Franco para dirigir España -dijo el Obispo a la hermana-. Franco la tiene de pisapapeles en su despacho. La mano de santa Teresa inerte extendió el dedo corazón cuando Franco firmó cinco sentencias de muerte. Se estremeció el mundo de lado a lado cuando los cinco últimos vencidos fueron fusilados. La reliquia de santa Teresa (la mano) vuelve al convento de las carmelitas y en el palomar hay revuelo de hábitos y gran festival.
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Marcos Ana (2011)
Canto absoluto a la libertad
Su herida golpead de vez en cuando; no dejadla jamás que cicatrice. Que arroje sangre fresca su dolor y eterno viva en su raíz el llanto.
Si se arranca a volar, gritadle a voces su culpa: ¡que recuerde! Arrojadle pellas de barro oscuro al rostro. Si en su palabra crecen las flores nuevamente, pisad su savia roja hasta que nazcan lívidas, como manos de muerto.
Talad, talad: que no descuelle su corazón de música oprimida.
Porque esa es vuestra ley, tan extraña a la mía: si un río se alza para hablar con la luna, ponedle un dique oscuro. Si una estrella olvidando su distancia se mece en los agraces labios de un muchacho, denunciadla a los astros. Cuando un corzo se beba la libertad y el bosque, atadlo como a un perro.
Si hay algún pez que aprendiera a vivir sin el agua, negadle orilla y tierra. Si el alba se deslumbra de claridad alada, clavad las hojas verdes de la noche en sus noches.
Si hay un hombre que tiene su corazón de viento, llenádselo de piedras y hundidle la rodilla sobre su pecho.
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