![]() |
“tirados por el suelo de nuestras casas para sofocar la infernal canícula que nos azotaba. |
2023-08-13
Hace calor… mucho calor. Una calor que parece que va en aumento cada vez que la pronunciamos. Y es verdad que es el único tema que, sí o sí, lo sacamos todos los días en cualquier contexto con cualquier persona.
Y es verdad que con la edad nos da la sensación de que hace incluso más calor que cuando éramos más jóvenes.
En mi casa no había aparatos de aire acondicionado, como en la gran mayoría de las casas de mi pueblo, cuando era un chiquillo. Y cuando llegaba el mes de julio, e incluso en aquellos meses de junio en los que se adelantaba un calor sofocante, comenzaba una mudanza de colchones hacia las zonas más fresquitas de la casa.
Cogíamos los colchones y los colocábamos tirados en el suelo en el “cuerpo de casa”, ya que estaba apartado de la fachada bañada de sol durante todo el día y del patio abrasado también durante todo el día, y, por tanto, se lograban algunos grados menos con los que poder descansar durante la noche.
Y sucedía que cada mañana me levantaba con alguna vecina, familiar o conocido, despertándome por la mañana en mi propio colchón tirado en el suelo, porque tenían que pasar a hacer, no sé qué con mi madre a la sala y, por tanto, tenían que pasar por encima mía durmiendo.
La verdad que, abriendo la ventana de la calle y la puerta del patio, entraba como una leve corriente de aire más fresquito que ayudaba a conciliar el sueño. Pero creo que, como buen zagal, lo que me ayudaba a conciliar el sueño era el cansancio del juego y la actividad física desde la mañana hasta la noche.
Desde que nos levantábamos comenzábamos a planificar donde remojarnos. No había tanto chalet con piscina como hoy y entre partidos de fútbol, juegos en las eras, rutas ciclistas, aventuras por el campo, … íbamos ideando dónde bañarnos. Que si alguno conocía alguna charca en tal sitio, que si otro conocía arroyos donde le habían dicho que se podía bañar, que si otro conocía alguna alberca de algún cortijo que tenía el agua limpita y dispuesta a nuestros chapuzones u otro que conocía alguna parcela solitaria donde poder saltarnos y pegarnos un baño rápido y cargado de nervios y aventura.
Algo claro teníamos: el verano es para bañarse… dónde sea, y ni mis padres ni los padres de mis amigos tuvieron la oportunidad de ofrecer unas vacaciones en la playa a su familia, por lo que lo más cercano a sentirnos auténticos reyes era ir una vez cada dos semanas a la piscina municipal.
Y calor hacía, vaya si hacía calor. De hecho, como anécdota, esperábamos que los operarios de limpieza del ayuntamiento limpiasen el pilar de mi barrio para, tras quitar toda la suciedad, las algas y los bichos que se acumulaban durante meses, se llenase de agua limpia de nuevo y disfrutar de un baño antes que los mulos, mulas, caballos o burros comenzasen a meter la boca allí para beber.
Cuando comenzaba a caer la noche, empezaban a salir a la calle familias enteras para compartir con los vecinos y vecinas, en corrillos de sillas, por todas las calles. Sumado al bullicio de la chiquillería jugando, no era raro escuchar a algún vecino pedir respeto para quienes estaban intentando dormir. Y a la hora prudencial que indicaban las madres, iniciábamos nuestro peculiar viacrucis de entrar en nuestras casas para dormir, muy a pesar nuestra por querer seguir jugando y compartiendo la noche con nuestros amigos, en los colchones tirados por el suelo de nuestras casas para sofocar la infernal canícula que nos azotaba.
No digo con estos retazos de mi ayer que hiciera más calor que hoy, sino que calor siempre ha hecho y que ahora se está demostrando que hace más. Y si hace más calor, según los registros existentes, debemos estar obligados y concienciados a evitar (si se pudiese) o paliar lo que nos espera si sigue la humanidad contaminando como lo lleva haciendo.
Ya no serán colchones lo que necesitaremos; ya no serán charcas huérfanas de agua; ya no serán piscinas huecas; ya no serán los pilares secos; si no somos conscientes de lo que puede pasar a este ritmo será imposible mantener nuestros pueblos y ciudades en un futuro donde el agua será la moneda que rija a la humanidad… si seguimos aquí.