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J M HERMOSO "los corredores humanitarios siguen cerrados y el pueblo gazatí continúa prisionero en su propia tierra |
2025-10-19
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Estafa a Palestina

Tras la liberación de los rehenes secuestrados, Israel exige ahora la entrega de aquellos que su propio ejército ha asesinado y sepultado bajo toneladas de escombros, en una estrategia tan desproporcionada como inhumana: la de matar moscas a cañonazos. Pese a los compromisos asumidos, los corredores humanitarios siguen cerrados y el pueblo gazatí continúa prisionero en su propia tierra.
En el genocidio y la ocupación que sufre Palestina, tanto monta, monta tanto: Donald Trump como Benjamín Netanyahu. Dos líderes peligrosos, sátrapas, malhechores que, desde la soberbia del poder, simbolizan la traición al ideal de la paz y la manipulación política más cruel. Ambos —mentirosos compulsivos y responsables de una tragedia que el mundo observa con vergüenza y horror— son el reflejo de una humanidad que ha perdido su brújula moral.
La impotencia se cierne como una sombra gélida ante gansterismo con la consumación de una estafa política de proporciones históricas. La “promesa de paz” promovida por Trump y avalada por Netanyahu se revela hoy como un fraude monumental: el punto final de una estrategia destinada a despojar a Palestina no solo de su tierra, sino también de su esperanza.
La ratonera en que se ha convertido Gaza es un peso moral que la humanidad no puede permitirse ignorar. Allí yace nuestra conciencia colectiva, herida y expuesta. Desde una mirada humanista, contemplar a millones de personas atrapadas, sin refugio ni salida, mientras se derrumba toda infraestructura vital, constituye una negación radical de la dignidad humana.
La compasión nos exige sentir como propio el dolor ajeno: el terror, el hambre, la desposesión. Nos recuerda que la supervivencia no es un privilegio otorgado por los poderosos, sino un derecho inalienable del pueblo palestino y de todo ser humano.
Por ello, la solidaridad se impone como un imperativo ético. Obliga al mundo a alzar la voz y a actuar con la urgencia que la tragedia reclama. Romper el silencio cómplice y la inacción política es el único camino para abrir un corredor de esperanza y rescatar, de entre las ruinas, la posibilidad de un auténtico futuro de paz.


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