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J M HERMOSO "El eco de una época oscura sigue resonando en la memoria colectiva de una sociedad que no ha terminado de curar sus heridas. |
2025-11-20
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Justicia que nunca llegó

Cincuenta años de memoria viva y de heridas abiertas en democracia.
El paso de la cama del hospital La Paz al féretro simbolizó el cierre definitivo de la dictadura franquista. Ese féretro, último vestigio visible de un régimen opresivo, marcó la transición hacia la democracia. Fue el tránsito de una época dominada por el silencio, la represión y el miedo, a una nueva etapa donde el pueblo recuperó su voz y la esperanza. El lecho de muerte representó el fin de una dictadura que cerraba los ojos para siempre, mientras que el féretro, convertido en símbolo de transición, abría paso a un horizonte de libertad. De la quietud oscura de una habitación privada se pasó al clamor colectivo de las plazas, donde el duelo se transformó en impulso democrático. La muerte de aquel régimen alumbró el despertar de una sociedad decidida a recuperar la dignidad, la justicia y la memoria, cimentando así las bases de la democracia celebrada tras cincuenta años de historia compartida.
La herida de la dictadura no es solo cifras, ¡es memoria!
Hoy se cumplen 50 años de su faltar o acabarse del Asesino Franco. El eco de una época oscura sigue resonando en la memoria colectiva de una sociedad que no ha terminado de curar sus heridas. A lo largo de décadas, se han desenterrado no solo cuerpos, sino también verdades que el tiempo y el miedo habían intentado sepultar. Las cifras son abrumadoras, casi imposibles de asimilar en su magnitud: más de 160.000 víctimas mortales, 50.000 fusilados en ‘periodo de paz’, más de 2.000 fosas comunes esparcidas por todo el territorio, y un rastro de más de 114.000 personas desaparecidas, cuya ausencia sigue lacerando el alma de sus familias. Este legado de sangre y silencio, herencia de una dictadura despiadada, constituye no solo un desafío histórico, sino también una llamada ética urgente en el presente.
La lucha por la dignidad y la verdad
Las cunetas y fosas comunes, que durante tanto tiempo fueron relegadas al olvido, hoy son escenarios de una lucha por la dignidad y la verdad. Equipos forenses, arqueólogos y voluntarios trabajan incansablemente para devolverles su nombre a los anónimos, para reconstruir historias truncadas y ofrecer a sus familias un duelo justo. Cada fragmento de hueso hallado, cada documento desclasificado y cada testimonio rescatado son piezas de un rompecabezas que reconstruye no solo el pasado, sino también la identidad colectiva de un país que aún lidia con las cicatrices del horror.
Represión institucional y exilio
La dictadura no solo dejó tras de sí un reguero de muertos y desaparecidos, sino también un entramado de represión institucional que alcanzó cada rincón de la sociedad. Más de 600.000 personas fueron procesadas por tribunales militares; las ejecuciones extrajudiciales, cuyos números permanecen en la sombra, formaron parte de una maquinaria de exterminio diseñada para silenciar cualquier disidencia. Más de 20.000 mujeres fueron encarceladas como presas políticas, muchas de ellas sometidas a tratos inhumanos que marcaron sus vidas para siempre. El exilio fue otra forma de aniquilación: más de 150.000 personas huyeron del país, dejando atrás no solo sus hogares, sino también sus raíces y sus seres queridos. La opresión no terminó en las fronteras. La dictadura extendió su sombra más allá, entregando a 9.000 ciudadanos a los campos nazis de exterminio, de los cuales 5.000 nunca regresaron. Otros miles sufrieron el horror de los campos de concentración que se establecieron en el territorio nacional, lugares donde el sufrimiento se institucionalizó como herramienta de control y castigo.
El botín de los tiranos
En paralelo, los “vencedores” implementaron un sistema de saqueo que despojó a miles de personas de sus propiedades, en nombre de un “nuevo orden social” que perpetuaba las desigualdades y castigaba a los “vencidos” incluso después de la muerte.
Resistencia frente al olvido
En este contexto, el proceso de identificación y cuantificación de las víctimas se ha convertido en una tarea titánica, pero también en un acto de resistencia frente al olvido. Cada número, más allá de ser mero número, esconde una historia: una madre arrancada de los brazos de sus hijos, un esposo y padre sacados de la vida de un hogar, un hermano que nunca regresó a casa, un abuelo cuyo recuerdo persiste solo en fotografías desgastadas y anécdotas susurradas. Las cifras, aunque estremecedoras, son esenciales para comprender la magnitud del horror y para exigir justicia en un país donde el silencio fue impuesto como norma durante décadas.
La mayor herencia es la memoria
El camino hacia la verdad y la justicia no ha estado exento de obstáculos. Durante años, la memoria histórica fue relegada al margen de los debates políticos y sociales, considerada una carga del pasado en lugar de una responsabilidad del presente. Las familias de los desaparecidos lucharon casi en solitario, enfrentándose a la indiferencia, el miedo y, en muchos casos, la hostilidad. Sin embargo, su perseverancia ha sido crucial para abrir las puertas a un proceso de reparación que, aunque tardío, es imprescindible.


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