ENTREVISTA
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2024-11-17
MARIBEL COLMENERO
—ANA, ¿cómo transcurrió aquel martes, 29 de octubre de 2024?
En mi caso, desde Picassent (l’Horta Sud de Valencia), el ayuntamiento de mi municipio canceló todas las actividades escolares y extraescolares a partir de las 15 h, cerrando los colegios públicos y el polideportivo de Picassent. Entiendo que, a falta de comunicaciones por parte de Consellería, las decisiones fueron estrictamente locales. Mis hijos realizan los martes actividades extraescolares vespertinas en Picanya y La Torre, ambos municipios pertenecen también a l’Horta Sud. Mi marido y yo decidimos cancelarlas, pues vivimos en la huerta de Picassent y nos pareció peligroso transitar con los niños por los caminos de tierra, que normalmente se inundan con fuertes lluvias. Pasamos la tarde en casa. La lluvia en nuestra zona fue muy intensa, junto con viento, granizo y tormenta eléctrica. El agua nos entró por las ventanas, pero fue un daño menor. La luz se iba de manera intermitente y, hacia las 20 h, nos quedamos sin internet ni línea telefónica. No supimos del desastre en aquellas primeras horas. El agua no llegó a nuestra casa, ni a la mayoría del pueblo donde vivimos. Presumíamos los caminos anegados, pero no salimos para comprobarlo.
—¿Cómo fueron las primeras horas del caos?
En uno de los pocos instantes en que entraron WhatsApp en mi móvil, supimos de las dificultades de algunas personas de la familia para llegar a sus casas. En nuestro caso, debido a la falta de internet continuo, no llegó ningún aviso de emergencia a nuestro terminal en ningún momento. Los nervios y la angustia por esas personas que trataban de contactar y la imposibilidad de mantener conversaciones, se avivaron con el paso de las horas por el desconocimiento. La radio se escuchaba entrecortada y no teníamos posibilidad de conocer la realidad de lo que estaba ocurriendo.
—¿Y la primera noche?
Con las pocas noticias que llegaban y ya digo, de manera intermitente, pasamos las horas secando el agua de la lluvia que había entrado por nuestras ventanas (antiguas) y, ya entrada la noche, pude saber que mi hermana mayor no había podido salir de Paiporta y mi cuñada trataba de llegar a su casa (también en Paiporta) sin éxito. Desconocíamos lo que les ocurría. La noche fue larga y angustiosa, tratando de conectar con ellas. Al mismo tiempo, mi madre, que vive en la ciudad de Valencia, trataba de hacerse con nosotros, preocupada por no conocer nuestro estado.
—¿Tienes algún familiar o amigo cercano que haya vivido, de alguna forma, la tragedia? Si es así, ¿puedes contárnoslo?
El caso de mi hermana mayor fue lo más cercano que vivimos. Ella trabaja en una farmacia de Paiporta y tenía turno de tarde aquel martes 29 de octubre. Tanto ella como su compañera trataron de salir antes de finalizar su turno, pues no acudía ningún cliente a la farmacia y, además, ya entrada la tarde, empezaron a ver que llegaba cada vez más agua. No se les permitió dejar su turno hasta que, pasadas las 19 h, decidieron por su cuenta cerrar el establecimiento e intentar acceder en coche a la salida de Paiporta. Mi hermana no pudo llegar a su vehículo y subió junto a su compañera en el de esta. Quedaron paralizadas en un puente que separa a Paiporta de Picanya. Todo estaba inundado. Tuvieron que pasar la noche en el interior del coche, sin agua, sin comida y sin luz. Los móviles fueron quedándose sin batería. Mi madre, desde la ciudad de Valencia, trataba de contactar con amigos y familiares cuyas viviendas están en Paiporta, con el fin de que recogieran a mi hermana y su compañera, y las dejaran pernoctar. Entonces fue conociendo la situación de todas aquellas personas que, antes de quedarse sin comunicación, narraban que no podían llegar a la calle porque había dos metros de agua, y ésta ya anegaba patios y bajos. Hasta la mañana siguiente, que bajó el nivel del agua, ambas no pudieron acceder a la vivienda de mi cuñada, en Paiporta, donde permanecieron dos días sin luz, sin agua y con la comida que mi cuñada y su familia tenían en casa. Mi cuñada también pasó una situación similar, atrapada en un vehículo y sin poder acceder a su vivienda hasta la mañana. Fue una suerte que no fueran arrastradas por la tromba de agua. A la mañana siguiente sólo podían repetir: Estamos vivas, estamos vivas.
—¿Cómo lo viviste tú, tu marido, tus hijos? ¿Cómo lo vivió el municipio de Picassent, hasta qué punto ha resultado afectado?
Mi familia y yo quedamos incomunicados, pero con la casa intacta. El problema fue la falta de noticias, por la caída de internet y de la línea telefónica. En algún momento del día llegaban mensajes por unos segundos, y yo respondía para informar de que estábamos bien. A las personas receptoras les llegaban mis mensajes unas horas después. Esa fue nuestra angustia, hasta ir sabiendo que todas las personas conocidas se encontraban a salvo.
Picassent se ha quedado como un oasis casi intacto en medio de todos los pueblos devastados; a pocos kilómetros no queda nada y en nuestro municipio continúa la vida casi normal. Sin embargo, se suspendieron las clases y se habilitaron diferentes puntos de recogida de enseres básicos, agua y alimentos de primera necesidad. Uno de estos puntos fue el colegio de mis hijos (CEIP PRÍNCIPE DE ESPAÑA) donde, de forma espontánea, un grupo de madres junto a la directora del centro y varias profesoras, se organizaron y empezaron a enviar ayuda, tras cuarenta y ocho horas del desastre, a los pueblos más cercanos (Picanya, Catarroja, Alfafar, …). El Ayuntamiento de Picassent respondió ampliando esta ayuda que no ha dejado de llevarse a cabo. En Picassent hay una sola zona muy afectada, un barrio en el que las casas casi han desaparecido. El torrente de agua se ha llevado calzada y algunas fachadas, y ha dejado las casas tan deterioradas que será muy difícil que se puedan salvar (al menos la mayoría de ellas). El puente que separa el pueblo de Alcàsser de Picassent ha desaparecido. Afortunadamente, estos son los daños mayores, que en comparación con el resto de los pueblos de l’Horta Sud, no es nada.
Lo que sí notamos fue que los supermercados quedaban vacíos tras escasas horas abiertos. Esto ha mejorado considerablemente. Ya hay suministro de comida y agua en cada pueblo afectado, y no es necesario tanto envío de elementos básicos.
—De qué forma transcurrieron las primeras horas tras la catástrofe, la llegada de las primeras ayudas.
Para mí, esas primeras horas fueron muy confusas por la falta de información puntual. No me llegaba nada y, cuando lo hacía, yo no alcanzaba a asimilar la magnitud de la catástrofe. Cuando conseguí hablar con mis familiares y amistades de Paiporta, éstos contaban que, durante las primeras horas, no pudieron salir de sus casas (pisos elevados, no plantas bajas). Mi tía llegó a casa el día de la inundación (tras mover su coche a una zona más segura) cuando el agua ya le llegaba casi a la rodilla. Lo que tardó en subir a su piso fue suficiente para que el agua ya arrastrara vehículos. Al salir a su balcón, vio un grupo de trabajadores sobre el tejado de una fábrica pidiendo auxilio. Un coche llegó flotando y una mujer salió por la ventanilla y se agarró al techo de su vehículo. De pronto, un grupo de coches flotando irrumpió en la calle y golpeó al de la mujer, haciéndola caer en el agua. Mi tía cuenta con impotencia y lágrimas que vio a aquella mujer perderse en el agua, que la oyó gritar y que los vecinos, presa del pánico, no pudieron hacer nada por salvarla. Me cuentan que mucha gente salió a poner a salvo su coche y así perdieron la vida, arrastrados por la tromba, o en el interior de garajes (una ratonera mortal en muchos casos). También hubo muchas personas que, por no perder su trabajo, perdieron la vida. Es lamentable.
La ayuda que narran era la ayuda espontánea de ciudadanos/as ayudando a ciudadanos/as. La policía local y la nacional también trataron de realizar algunas intervenciones en polígonos industriales y en términos locales, pero la imprevisión de la catástrofe, la magnitud de la inundación, y la violencia del agua impedían actuar con eficacia. Sorprendió a la gente comprando, trabajando, volviendo a casa en coche, llevando a los/as niños/as a los lugares habituales, excepto en los municipios que sí acertaron a cancelar algunas actividades.
—¿Y el movimiento civil posterior?
El movimiento civil posterior fue lo más inmediato e increíble. Personas ayudando a personas de manera espontánea, empatizando con las necesidades más urgentes desde las primeras horas, compartiendo vivienda con las que ya no la tenían, repartiendo comida propia, enseres propios. Las personas que tenían supermercados todavía operativos, vaciaron cada estante para donarlo a quienes ya no tenían nada. Todo por iniciativa propia en un primer momento y, poco a poco, organizado en pequeños grupos que fueron creciendo en eficacia. Este movimiento civil empezó casi de manera instintiva e intentó paliar las primeras necesidades, para ir transformándose según las urgencias que se iban presentando. Yo creo que es lo que mejor ha funcionado, en coordinación con equipos sanitarios, psicólogos/as, bomberos/as, policía local, guardia civil y ciudadanía voluntaria, que hemos conseguido hacer piña y aportar lo que podíamos. Aunque se pedía al voluntariado que no entorpeciera labores, tanto las personas afectadas como incluso algunos efectivos de la guardia civil, le daban las gracias por ir a hacer más pequeña la tragedia con los medios que se pudiera. Los ciudadanos y las ciudadanas de Valencia han estado colosales. Después, la respuesta de todo el país ha sido muy similar.
—Una de las fotografías que aportas a esta entrevista son tus propias botas hasta arriba de barro. ¿Un símbolo de ese movimiento? ¿Cómo es el trabajo de un voluntario-a?
Sí, es un símbolo porque, personalmente, no quería reflejar en fotos la tragedia de tantísimas familias. No quería ser protagonista de nada ni publicitar mi ayuda, me parecía feo. Por eso no he hecho ni una foto propia, excepto esas botas que para mí son un símbolo de lo que haga falta por mis vecinos y vecinas.
El trabajo como voluntaria ha sido duro a nivel emocional. El primer día que pudimos llegar a Picassent, compramos todo lo posible y lo llevamos al punto de recogida (colegio de nuestros hijos), pues pensábamos que era imposible acceder a los otros pueblos para ayudar físicamente. Al conocer los pocos accesos, fuimos mi marido y yo hasta el pueblo al que pudimos acceder y dejamos el coche a las afueras. Tras más de una hora caminando, cargados con palas, capazos grandes, barredoras y un carro con enseres básicos para repartir, llegamos a Benetússer porque mi hermana pequeña había recibido una llamada de socorro desde allí. Gracias a una aplicación ideada por un ciudadano corriente, llegaban los avisos con las necesidades. El pueblo estaba intransitable: montones de vehículos apilados, lodo imposible de cruzar, calles enteras devastadas, viviendas anegadas de lodo y garajes todavía totalmente inundados. Íbamos de casa en casa tratando de ayudar en las tareas de retirada de lodo, un lodo muy difícil de quitar. Algunos vecinos nos pedían ayudarles a mover coches a pulso para poder retirar el barro de abajo, ya habían pasado cuatro días y el hedor empezaba a ser insoportable. Fue duro físicamente, pero sobre todo emocionalmente. Los vecinos y las vecinas presentaban un cansancio visible y, en medio de la impotencia de no poder quitar tantos escombros y barro, el voluntariado necesitábamos aliviar como fuera ese sufrimiento. No dejaban de agradecer y nos partían el alma. Creo que se quedaban con la pequeña tranquilidad de saberse acompañados, unidos y ayudados. La unión de la ciudadanía hacía saltar lágrimas. Personalmente, al caminar de vuelta a casa, mi mente repetía una y otra vez: Qué afortunada soy, estamos todos vivos. Otras personas voluntarias han estado ayudando repartiendo comida caliente, llevando en sus vehículos la ayuda recopilada, llamando puerta por puerta para preguntar qué necesidades tenía la población afectada, especialmente los más vulnerables o personas mayores cuya movilidad entre el barro resulta imposible. Hay personas que apoyan de manera voluntaria como psicólogos, médicos, electricistas, carpinteros, metalúrgicos, agricultores con maquinaria, y un sinfín de otras profesiones siempre útiles.
—¿Qué decir de la gestión de la Dana por parte de la Generalitat Valenciana y del Gobierno central?
Para mí, y esta es una opinión totalmente personal y quiero que se entienda así, la gestión del gobierno de la Generalitat Valenciana ha sido una negligencia total y ha significado un asesinato masivo. No solo la falta de aviso, sino el aviso tardío que parecía una broma macabra, la falta de efectivos y recursos durante las primeras horas y los profesionales de las fuerzas y cuerpos de seguridad que trataban de ayudar, duplicando sus turnos, y se les impedía entrar en las zonas siniestradas. La confrontación con otras fuerzas políticas, la búsqueda de culpables lejos de reconocer la propia responsabilidad y la omisión de socorro una vez producida la tragedia, durante las primeras horas. Para mí ha sido una falta de conocimientos, pero también de empatía y de amor por la ciudadanía. En mi opinión (de nuevo) y tras haberme informado, la competencia de activar la alerta adecuada y comunicarla a la población era de la Generalitat Valenciana. Nuestro presidente hizo caso omiso a los avisos contundentes que venía haciendo días atrás la AEMET. Fue un exceso de confianza, dejadez o preocupación por otros temas que nada tenían que ver con la seguridad ciudadana. El gobierno central pudo pasar por encima del autonómico, viendo la ineptitud del mismo, pero tampoco lo hizo. Aunque la competencia fuera de la Generalitat Valenciana, debió priorizar la seguridad de la ciudadanía y tomar las riendas. A la población valenciana nos ha perjudicado, de nuevo en mi opinión, tener un gobierno valenciano de un color diferente al gobierno central. Creo que este tipo de cosas no debería pasar nunca. La política está impregnando toda nuestra vida y debería estar al servicio de las personas. No hay disculpa para el presidente Mazón, y así lo ha hecho saber cada valenciano/a en la histórica y multitudinaria manifestación del 9 de noviembre en Valencia, y también en Alicante y Castellón.
—¿Y la llevada a cabo por los Ayuntamientos de cada localidad?
Desconozco la gestión de cada ayuntamiento de cada localidad afectada.
Por supuesto, no puedes saberlo. La pregunta te la planteaba en sentido general.
Conozco la acertada decisión de cancelar lo posible del Ayuntamiento de Picassent, que me hizo tomar la alternativa de anular las clases de mis hijos. Creo que esta decisión nos salvó la vida, pues teníamos que estar junto al barranco de Picanya a la hora en que se produjo el desastre.
Por otro lado, la alcaldesa de Paiporta avisó al gobierno de la Generalitat de que su pueblo se estaba inundando y momentos después se activó por fin la alerta. Fue demasiado tarde y no fue voluntad de las autoridades, sino insistencia de, al menos, esta alcaldesa.
En general, creo que la gestión y la organización local han sido muchísimo más eficaz que la del gobierno autonómico, a pesar de tener menos poder para tomar decisiones importantes.
—¿Qué piensas de lo ocurrido en Paiporta durante la visita de los reyes junto a Pedro Sánchez y Carlos Mazón?
Yo directamente no puedo entender que, en una situación como la que estábamos viviendo, se realice una visita (de quien sea) que paralice los pocos efectivos que teníamos y las labores tan necesarias para sanear unos pueblos que son un foco de infección y cada hora que pasa más. No entiendo el postureo de la foto, de la comitiva de coches de policía (ausentes en las tareas de limpieza y búsqueda de personas fallecidas, por no dejarlos acceder a muchos de ellos en los pueblos anegados), el despliegue de seguridad en zonas donde la ciudadanía estaba desamparada, el protocolo oficial en medio de la búsqueda de familiares y amigos desaparecidos. Creo que fue una falta de empatía total de las autoridades hacia la población. Bajo mi punto de vista, habría sido mejor acogido un comunicado diciendo que, ante la gravedad de la situación y para no entorpecer las labores tan importantes, en lugar de visitar la zona siniestrada y paralizar los trabajos, se envían efectivos de rescate, de la UME, del ejército y todo el despliegue posible de medios. Aun así, rechazo rotundamente la violencia, pero tanto la ejercida por esos grupos contra las autoridades como la ejercida desde las autoridades con la indiferencia, el desamparo y la falta de empatía evidenciada. Si se trataba de ayudar, las autoridades (presidentes y casa real) no estuvieron nada acertados. La gente estaba conmocionada por la tragedia, dolida por las pérdidas y enfadada por el abandono y la pésima gestión. Luego lo de los grupos violentos de extrema derecha es otro cantar. Estos me sobran en todas partes. Siempre lo empeoran todo.
—Se ha hablado mucho del baile de cifras, noticias imposibles, noticias oficiales, bulos, omisión de datos, ¿tienes algo que decir al respecto?
Yo, como una ciudadana más, estoy expuesta a todas esas noticias que llegan de todos los medios y que despiertan interrogantes por toneladas. El volumen de noticias es tal que me resulta imposible distinguir completamente cuáles son bulos y cuáles no. En ocasiones, incluso las noticias que llegan de cauces oficiales, emisoras fiables y fuentes creíbles, me hacen dudar de la veracidad. Me considero una persona poco contaminada mediáticamente. Aun así, me reconozco desconcertada con este baile de información que sólo me deja un poso de duda. En general, tengo la impresión de que se están maquillando datos para no sembrar más pánico o para dar una visión algo más tibia de lo sucedido. Repito, no tengo la certeza, hablo de mi impresión personal, la de mis seres más cercanos, la de personas a pie de calle, que coinciden conmigo, en que hay cifras que suben y bajan sin cuadrar con la realidad que conocemos día a día. Tan cierto como que es imposible que conozcamos personalmente a todas las víctimas mortales o a todas las personas desaparecidas; es que sí, vamos sabiendo de familiares de vecinas y vecinos que han perdido a alguien y cuyo conteo se supone que se hace efectivo, pero no suma en la cifra total de los fallecimientos, por si acaso. Es tristísima esta sensación de desinformación, de desconocimiento de la verdad, que se suma al sentimiento de desamparo con respecto a las instituciones, que, lo miremos como lo miremos, es una sensación (esta última) objetiva visto lo visto.
No soy una persona alarmista, no soy sembradora de caos. Mis intentos, en esta y otras crisis vividas, se centran en ayudar. Sólo digo que, bajo mi impresión y sólo, repito, es una opinión, las cifras no me cuadran. De todos modos, esto tiene poca importancia al final, puesto que 222 personas fallecidas ya me parecen una auténtica barbaridad, cuando en nuestra historia reciente y cercana territorialmente, en el 2019, en el desbordamiento del río Segura, las cosas se hicieron muchísimo mejor y resulta que sólo hubo una persona fallecida. El truco fue dar la alarma 48 horas antes y tener desplegada toda la ayuda con 24 horas de antelación. Creo que eso lo dice todo.
—¿Cómo está siendo la vuelta a una relativa normalidad, si es que se puede hablar de esta como tal? ¿Qué prioridades hay para poder llegar a esa normalidad?
Todavía no se respira esa relativa normalidad. Creo que todavía no existe, aunque sí los ánimos y los esfuerzos por conseguirla. De momento, multitud de negocios pequeños, medianos y grandes, siguen cubiertos de lodo, con sus instalaciones arrasadas y muchas personas ocupando sus horas laborales en estos trabajos de limpieza y recuperación. Es muy importante el trabajo de la maquinaria pesada en cada uno de los pueblos afectados, para quitar vehículos, escombros y basura mezclada con lodo que impiden una limpieza integral de calles, locales, viviendas y carreteras. Es imprescindible que los trayectos se restituyan. Incluso a los pueblos intactos se nos hace imposible llegar a Valencia en un tiempo razonable. Algo crucial será reparar las vías y recuperar el servicio de Metro Valencia, más importante para la población valenciana, si cabe, que el tren de alta velocidad Valencia-Madrid. Eso, las comunicaciones y transportes, los servicios de salud, los comercios y establecimientos que daban de comer a miles de familias, etc.
En cuanto a prioridades, considero que sanear las calles, las viviendas y los locales, desinfectando cuando ya no quede lodo, es lo más importante. El barro se ha mezclado con las aguas fecales, con los animales que han perecido en la catástrofe, con todo lo que ha arrastrado a su paso el agua. Esto ya ha provocado problemas de salud, pero no quiero ni imaginar qué efectos puede tener a quienes conviven a diario con esta insalubridad que día a día se acentúa. Como prioridad emocional destacaría el recuperar a todas aquellas personas que continúan desaparecidas. Es preciso que las familias dolientes puedan descansar, tener su duelo y poder llorar a sus familiares fallecidos. Eso es urgente a nivel psicológico. Después, también a este nivel, recuperar las pequeñas rutinas diarias como tener agua potable, gas y por supuesto luz. En este momento, creo que se ha garantizado el suministro de agua embotellada, víveres, ropa y manos para ayudar. Ahora es imprescindible la ayuda especializada de las fuerzas y cuerpos de seguridad para la búsqueda de personas desaparecidas y para el manejo efectivo de maquinaria pesada. Por último, que no nos olvidemos en unas semanas de lo ocurrido y no falten, en ningún momento, manos para seguir ayudando.
—Aparte de las ayudas económicas, aportaciones materiales y voluntariado, ¿se puede colaborar de alguna otra forma con los damnificados? ¿Conoces a personas o colectivos especialmente necesitados?
Temería nombrar colectivos y dejarme alguno. Hay empresas de todo tipo, personas de todos los colectivos, familias de orígenes diferentes que habitaban estos pueblos y que, muchas de ellas, se han quedado sin nada. La ayuda psicológica va a tener que ser a largo plazo. Los duelos son procesos y algunos se prolongan en el tiempo, sobre todo en estas circunstancias. Por otro lado, toda pérdida, aunque no sea humana, supone el transcurso de un duelo. Esto implica a todos los colectivos. Por la parte que más me toca, creo que la cultura, que ahora se considera tan secundaria, ha sufrido en forma de cancelaciones de eventos, de desaparición de las librerías físicas, por ejemplo, de la pérdida de las escuelas de música, de teatros, salas, talleres de instrumentos y cuanto nos podamos imaginar. Esto es importante porque contribuye a la capacidad de remontar del ser humano, a la posibilidad de poner la mente en algo diferente al desastre y utilizar la creatividad, la imaginación. Ni qué decir de los colegios, institutos, polideportivos y lugares de aprendizaje infantil y juvenil, de contacto social entre la población más joven. Representa la verdadera normalidad que, tras aquella devastadora pandemia, hemos vuelto a perder de un golpe ahora con este desastre. Centros de salud, locales de estimulación y terapia para personas (adultas e infancia) con necesidades especiales, clínicas de rehabilitación, … Todo lo que contribuye a que la población pueda recuperarse, relacionarse y retomar rutinas que nos hagan reiniciar.
Y obviamente, los colectivos más vulnerables vuelven a ser de nuevo aquellos que han perdido su hogar, por lo que aquí las indemnizaciones y los seguros deberían actuar con toda celeridad para recuperar esas viviendas como prioridad absoluta.
—¿Qué piensas que se podría hacer para evitar otra catástrofe de esta magnitud?
Para empezar, hay que repensar con urgencia esos Planes Hidrológicos que se echaron atrás por ser demasiado costosos. He escuchado a expertos de diferentes zonas aconsejar que, las personas cuyas viviendas estén ubicadas en zonas inundables, marchen y se muden a otros lugares. Esto me parece muy duro para familias enteras que han arraigado o proceden de estos pueblos. Quizá sea más efectivo realizar un estudio en profundidad para encontrar el plan adecuado con el fin de proteger todas estas poblaciones, del mismo modo que se hizo con la ciudad de Valencia tras la riada del 57. Por otro lado, y de nuevo, como opinión personal llena de lógica simplemente, formar en estos planes de emergencias a los políticos y responsables de nuestra seguridad como ciudadanos y ciudadanas. Por último, me parece lamentable, e importante reseñar aquí, que las comunidades autónomas estemos a expensas de una clase política que se preocupa más de la confrontación entre diferentes colores e ideologías que de la seguridad y la vida de su ciudadanía a la que se supone que representan. Creo que a nivel legal esto tendría que corregirse. Al final, todo es política, nos guste o no, y ahora se ha visto muy reflejado en todas estas pérdidas humanas ante una catástrofe natural. En algún momento habrá que pedir cuentas a los responsables de tantas malas decisiones. Y no estaría nada mal hacer un poco de caso al cambio climático, sus efectos, y legislar la imposibilidad de ocupar las instituciones públicas a grupos que niegan una realidad tan evidente. ¿Cuántas muertes hacen falta para creérselo de una vez?
—Tú, como Ana Villanueva, ¿añadirías algo más?
Destacaría de nuevo la iniciativa de la población, no sólo de la valenciana, sino de la de todo el país. Personalmente, me ha impresionado el calor de tantas personas ayudando a tantas personas de tan diversas maneras. El despliegue ciudadano ha sido impresionante, incluida esa llamada generación de cristal que, tal como he escuchado ya, ha resultado ser de hierro y no arrugarse para partirse el lomo, apoyando y ayudando sin descanso. Es imposible no dejarse a algún colectivo u organización al agradecer las muestras de cariño y solidaridad con el pueblo valenciano. Incluida esta entrevista, con la que aprovecho para darte las gracias, Maribel, por dar voz a las personas de a pie que tratan de poner su granito de arena a pesar del shock y la dificultad de asimilar lo vivido.
—Normalmente, hago un Retrato Personal del entrevistado-a—. Hoy, si a ti te parece bien, me gustaría hacer un Retrato de la tragedia, para poder ver de forma más gráfica aún, si cabe, la debacle ocurrida en Valencia. Consiste en varias preguntas de respuestas muy breves.
¿Qué película podría reflejar lo sucedido?: Lo imposible, supongo (aunque no la he visto).
Una canción como banda sonora: A mí me vino La llamada, de Ismael Serrano, pero más bien del momento posterior, en el que todo el mundo salía a la calle a ayudar, a dar, a apoyar.
Una palabra que defina este desastre: Negligencia.
Una imagen: Las botas con barro.
Un olor: El olor del lodo, que es olor de muerte, que se queda impregnado a pesar de ducharse, lavarse los dientes, el pelo y cambiarse de ropa por completo. No se va.
Un sonido: Las palas entrando en el barro.
Un sabor: El del lodo en la boca. Va más allá del sabor.
Una emoción negativa (sé que habrá muchas, pero elige una): Tristeza.
Una emoción positiva: Empatía.
Un sentimiento: Impotencia.
Un comportamiento admirable: Solidaridad.
Un comportamiento deleznable: Irresponsabilidad política.
Una enseñanza: Nunca estamos solos/as, aunque los poderosos nos abandonen.
Un error: No avisar a la ciudadanía.
Un deseo: Que no vuelva a suceder y no se vuelva a escatimar en medios para salvar vidas (Plan Hidrológico).
Valencia antes: Exceso de confianza.
Valencia ahora: Tots a una veu.
Un lema, o una frase, aplicable a esta desgracia: Sólo el pueblo salva al pueblo.
Gracias a ti, Ana, por relatar en primera persona, removiendo sentimientos y emociones, este fenómeno meteorológico que, si bien no se hubiera podido evitar, sí sus devastadoras consecuencias; gracias por la verdad de tus palabras en toda su crudeza; gracias por el detalle de tus explicaciones que nos permite comprender aún mejor, con el corazón encogido, lo vivido en Valencia hace algo más de dos semanas. Y mucho ánimo, y mucha fuerza, y mucho cariño para ti y todos los valencianos-as. Ojalá pudiéramos ofrecer más, mucho más que estas palabras. Intentemos que, al menos, lo ocurrido y sus consecuencias no queden en el olvido. Quiero agradecer, igualmente, la colaboración de las personas que han cedido las fotos para ilustrar esta entrevista (además de a la propia Ana): las fotos de Catarroja y Picanya son de Nicola Delgado (vecina de Loriguilla donde no tienen luz ni agua, y que se ha trasladado a Picassent colaborando como voluntaria en varios pueblos), Chelo Tomás (ha realizado también fotos de Picanya y las del Polígono Industrial La Reva, donde trabaja su marido, situado en Ribarroja del Túria), Cisi Pinilla (fotos de Paiporta, Cisi es tía de Ana y todo lo que ha fotografiado lo ha hecho desde su balcón o al salir a colaborar, habiendo visto desde ese balcón morir a personas arrastradas por el agua, sin poder hacer nada por ellas), Marga Hernández (hermana mayor de Ana, que trabajaba como farmacéutica en Paiporta), Aroma Villanueva (también hermana de Ana, que ha realizado fotos de Benetússer), Vanesa Menor (profesora del colegio CEIP Príncipe de España, de Picassent).
Hay muchos más pueblos, unos 75 afectados imposibles de nombrar aquí, que no me gustaría pasar por alto, aunque solo alcance a dar el dato. Tampoco quiero olvidar a los afectados en otras comunidades que, si bien la tragedia les ha arrebatado menos, sobre todo en vidas humanas, ello no conlleva un menor grado de sufrimiento para quienes han perdido a familiares o amigos.
Desearía poner mi propio grano de arena con esta entrevista, y espero que pueda servir para algo, por lo menos para agitar conciencias.
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