...  Hubo un tiempo en que todo lo que sonaba a Europa nos llenaba de ilusión

2024-06-02

 

Comunidad Europa

 

Seguramente usted, al igual que yo, viva en un edificio que tiene una comunidad de propietarios de más de 20 personas. Una comunidad en la que hay gente de todos los tipos y para todos los gustos. Están los serios, los tristes, los cabizbajos, también los risueños, los alegres y los “echados para adelante”. Los que no saludan nunca y los que te preguntan por tus hijos, padres, trabajo y todo lo que se les ocurra. Los que no se meten en nada y los que se meten en todo. Los que no saben ni dónde está la llave del garaje y los que saben dónde está hasta el último interruptor.

Pues sea usted del tipo que sea, tenga claro que lo que se decida en la comunidad, con su participación o sin ella, con su interés o sin él, también le afecta.

Y eso mismo pasa en las próximas elecciones europeas. Se oyen muchos comentarios de desinterés, de apatía o directamente de hartazgo, sobre lo que se vota o lo que se decide y sobre lo que habrán de trabajar quienes salgan elegidos. Muchos perfectamente dirigidos para crear esa sensación de desapego y alejamiento. Pero lo que debemos tener claro, sea cual sea nuestra actitud ante las elecciones, es que lo que se decida también nos va a afectar a nosotros.

Hubo un tiempo en que todo lo que sonaba a Europa nos llenaba de ilusión

y esperanza. Despertaba nuestro interés como si solo buenas noticias pudieran venir con esa entradilla. Pero, poco a poco, nos hemos ido alejando y hemos ido dando la espalda a una de las iniciativas más importantes que hemos tenido como sociedad, la creación de la Unión Europea.

Y es verdad que muchas de las cosas que vienen de Bruselas o Estrasburgo apenas nos suenan. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta cómo funciona la Unión. Pero si pensamos que todas las directivas que se aprueban allí tienen que tener su transposición, aquí la cosa cambia. O debería.

Porque lo que hagamos en cada país estará condicionado por el marco que se apruebe en Europa, porque somos una comunidad y debemos actuar de manera conjunta. Nos guste o no, nos preocupe o no.

Y, lo que sí está claro, es que hay quien sí se ha dado cuenta de la importancia de influir en lo que se decida en las instituciones europeas. Porque saben que de esas decisiones se van a derivar las posiciones de poder del futuro, inmediato y más alejado. Y no pueden permitir que las políticas que buscan que Europa sea un lugar más verde, responsable con el presente y el futuro, acogedor y solidario, porque eso pone en peligro su posición de dominio.

Y por eso toman posiciones en las inmediaciones. Y por eso están tan interesados en que los equilibrios de poder que se dan en Europa no varíen. Porque, en general, no se trata de asuntos que se vayan a cambiar cada dos años, sino que son medidas que establecen las reglas del juego para mucho tiempo, garantizando unas condiciones mínimas en todos los estados miembros.

Incluso, y eso nos da la medida de la importancia de las elecciones europeas, hasta quienes despotrican contra la propia existencia de la Unión Europea quieren asegurarse su porción de influencia.

Quienes hablan de eliminar las instituciones europeas y de acabar con sus imposiciones siguen presentándose para gobernarla.

Porque saben que manejar el rumbo de las propuestas que nos guiarán en los próximos años les da mucho poder y les puede permitir asegurar su predominancia durante mucho tiempo.

Es posible que para quienes ocupan los estatus menos favorecidos de los países europeos sea muy difícil levantar un mínimo interés en Europa, porque la sensación de abandono y desidia hacia ellos que ya sienten hacia sus propios gobernantes se amplía aquí a quienes ocupan esos espacios en Europa. Pero es que precisamente se trata de no dejar que la situación económica y social que se ha ido construyendo y que vienen sufriendo se convierta en crónica e inamovible.

Europa no puede ni debe ser un espejo de las políticas más reaccionarias y retrógradas de la extrema derecha. Ni siquiera bien adornadas por los bonitos trajes de los neoliberales. Europa debe ser un ejemplo de solidaridad y ejemplaridad, de acogimiento y búsqueda, de paz entre los pueblos. Eje de una transición ecosocial justa, que no abandone ni deje a nadie atrás. Punta de lanza de una transformación económica y energética que nos conduzca hacia un mundo con mucha menos discriminación, explotación y precariedad.

Pero todo ello no será posible sin quienes defienden esas medidas se quedan en casa el día 9. Porque está claro que quien defiende las contrarias y solo mira por su interés, sí va a movilizar a todo su electorado.

O salimos con fuerza y convicción a poner sobre la mesa la idea de una Europa feminista, ecologista, justa, que lucha y defiende los Derechos Humanos en todas partes del mundo y que no se deja avasallar por dictadores revestidos de soflamas nacionalistas, o no nos van a construir un futuro a la medida de todos. Solo será a su medida y a la de su ambición y no dudarán en llevarse por delante todos los logros que la Unión Europea ha supuesto en estos años.

Si queremos cambiar el rumbo, si estamos hartos de que todo lo que nos afecta se rija siempre al amparo del interés de unos pocos, debemos empezar por llevar a las instituciones a quienes van a defender los cambios necesarios.

La Unión Europea no es un ente anacrónico y moribundo que pertenezca al pasado, al contrario, es un arma fundamental para cambiar el mundo.

¿Perfecta? Ni mucho menos. Ni debe serlo porque eso nos llevaría por la senda de otros riesgos muy graves en forma de un ecofascismo excluyente y cerrado. Pero es una propuesta de amistad, cooperación y solidaridad que merece la pena defender y por el que merece la pena trabajar.

Así que el domingo, nueve de junio, Europa, nuestra comunidad, nos necesita y nosotros necesitamos volver a sentirla nuestra y volver a hacerla girar para el beneficio de la inmensa mayoría.


 

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