FLORI TAPIA 

"en mi casa existía esa costumbre de rematar el almuerzo con una cafetera humeando

2025-10-05

Café ni leches

Nunca me han gustado el café ni la leche. Tal vez porque de pequeña un vecino me daba unos caramelos cuyo amargor se alejaba mucho de los sabores a los que estaba acostumbrada, y de mayor nunca tuve curiosidad por pedir un café en ningún sitio. Tampoco en mi casa existía esa costumbre de rematar el almuerzo con una cafetera humeando en la cocina mientras se recoge la mesa. Así que el mundo cafetal, como muchas otras cosas, me llegó tarde. Sin embargo, me encantan esas mierdas con nombres sugerentes que ofrecen las máquinas de los centros de trabajo o los hospitales. Y las infusiones.  Y hasta la tónica. Pero ni la leche entera ni el café como dios manda. Eso p’a ti.

Sin mucho pensármelo, hace poco menos de un mes vi una cafetera en la tienda de tiktok y no me lo pensé dos veces. Y sí, por si no lo sabes, en tiktok se vende y mucho: era impensable que la comunidad china despreciara la oportunidad de vender algo en la que se ha convertido en una de las redes sociales de mayor impacto, ¡menudos son los chinos! Así que me llegó a casa una de esas maquinitas de cápsulas que apenas ocupan espacio. He de decir que cuando la vi me recordó muchísimo al frasco original de Chip&Chic de Moschino, perfume que utilicé durante un tiempo, y a mí, esas señales del universo no me pasan desapercibidas.

El mismo día que llegó el pedido ya tenía yo en casa unas cuantas cajas de cápsulas de diferentes sabores e intensidades. Me costó un poco entender el funcionamiento. En parte porque la máquina no tiene ningún botón, pero especialmente porque me da mucha pereza leer las instrucciones de cualquier cosa, más aún cuando empiezas a desdoblar el papel y acaba siendo una manta serigrafiada válida para una cama de matrimonio. Eso pasa también mucho con los prospectos de algunas medicinas, así que, si algún día muero probando un electrodoméstico o ingiriendo algún medicamento sin receta, ya sabéis el motivo, no hace falta que venga la judicial a recogerme ni que me hagan autopsia, y si me la hacen, que me pinten los labios después de diseccionarme buscando la causa de mi fallecimiento.

Lo que decía es que la máquina, a excepción de un pitorro en la cabeza -como en el frasco de perfume- no tiene nada más que el enchufe. Pero ni enchufada daba señales de vida. Y como quiera que me resistía a leer el testamento de mi cafetera roja, tiré por la calle del medio que es YouTube y busqué un tutorial. No falla, oye. En apenas dos minutos supe que había que llenar un depósito de agua, y que cuando se levanta la parte superior de la cafetera se enciende un piloto rojo que enseguida pasa a verde, como un semáforo, que te permite cruzar esa línea que separa a los muy cafeteros de los tontos del cappuccino, el nocciolino y todos los cafés que acaban en ino, entre los que yo me encuentro. Si Juan Valdez levantara la cabeza, la hostia iba a ser chica. Es un decir: no existió nunca. Pero sé de uno al que se le iban a licuar los tatuajes si supiera de mi amor por el café que no es café.


 

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