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FLORI TAPIA "Sé que me va a causar extrañeza que alguien ocupe su casa |
2025-12-06
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El precipicio

Si Manolo hubiera podido ver cómo ha quedado el portal después de la reforma, habría dicho que parece un hospital robao. Le echo de menos. Sigo mirando a su puerta cada vez que subo los once escalones. Me preguntan otros vecinos si van a vender el piso, como si yo tuviera que saberlo. Como si las promesas que se hacen en las despedidas no fueran papel mojado. Yo sabía que nadie sería él por muy buenas intenciones y palabras que tuvieran conmigo los suyos. La promesa fue la de continuar la relación que había nacido a raíz de la muerte de mi Manolo.
Ni siquiera yo he visto cómo entra y sale gente vaciando la casa, eso me lo he ahorrado, pero lo sé. Llamaron una vez al timbre, fue al poco de morir. Era su sobrina. Nos dimos un abrazo que me reconfortó, aunque en caliente las cosas se viven con una intensidad que no es del todo real, como cuando en la casa de Gran Hermano dicen que ahí todo se magnifica o en La isla de las tentaciones dan rienda suelta al deseo más primario aduciendo que hay conexión. Pues eso mismo pasa cuando alguien se muere. Que se nos va la poca fuerza que nos queda por la boca, con frases hechas y propósitos que no van a ninguna parte.
Sé que me va a causar extrañeza que alguien ocupe su casa, por más que nadie pueda ocupar su lugar. No le gustaban estas fechas, sin embargo, llamaba a mi puerta todos los años para darle el aguinaldo a Marco. También traía bombones para mí, y una piña o unos caramelos de café con leche. Yo le habría llevado antes mis mantecados de almendra recién hechos, envueltos en papel de seda y algún libro. Manolo era muy goloso, aunque en el trato, más que dulce, resultara áspero. Esa aspereza como escudo de quienes fueron oprimidos.
Escribí hace ya algunos años un poema con un verso que resume mi relación con mis muertos: “mis muertos huelen a limpio”, porque es así como me acompañan. Sin reproches, sin deudas. Sé que no todas las personas que lo leyeron entonces hicieron la misma interpretación, pero ya pasé ese ciclo en el que tenía que explicar lo que siento y por qué lo siento para no herir susceptibilidades por falta de sensibilidad o de conciencia. Allá cada cual con sus muertos y sus pajas.
Diciembre es un precipicio por el que los que están arriba empiezan a desfilar como si fuera una procesión de recuerdos que no dejan de doler nunca, por muy presentes que los tengamos el resto del año. Porque ni los abrazos, ni los besos, ni las miradas son polvo de estrellas. Soy de las que creen firmemente en la indestructibilidad de la energía, pero eso no resta un ápice al proceso natural según el cual, la materia que nos viste de carne y hueso en vida, se esfuma dando lugar a la orfandad de lo incognoscible, porque queremos creer que algo de los que se van queda aquí, y la realidad es que todo son conjeturas sustentadas en las creencias, en la interpretación que cada cual hace de la vida y de la muerte.
Manolo no volverá a tocar mi puerta. Esa es la realidad. Y me jode muchísimo. Puto precipicio.


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