FLORI TAPIA 

"su nombre era la brisa de un atardecer de julio frente al mar,

2025-07-05

Viernes

Él era viernes. Mi viernes. Y también era lunes. Mi lunes. El lunes más aciago que se pueda imaginar. Cuando era viernes, su nombre era la brisa de un atardecer de julio frente al mar, una buganvilla arrebolando la pared blanca del patio, un helado de café con polvo de canela haciendo noche en el cielo de mi boca. Las palabras sonaban suaves, sin aristas, no había que andar con cuidado de que pudiera interpretarlas. Yo sabía que no había un fin de semana de por medio entre sus viernes y sus lunes: apenas bastaba con que en un segundo sucediera el cambio, de un polo a otro. Bastaba con que hiciera más calor de la cuenta, o con que estuvieran haciendo obra en el piso de al lado y el ruido se colara por todos los rincones de su apartamento. A veces era algo más sutil lo que originaba el cambio, y aprendí a distinguir cuándo el fiel de la balanza empezaba a torcerse y por más que albergara la posibilidad de que cierto equilibro fuera cada vez más prolongado en el tiempo, al final sucedía como cuando éramos pequeños y jugábamos al subibaja: uno quedaba en lo alto y otro a ras de suelo. No sé quién de los dos sufría más, porque, aunque la lucha fuera en su mente, yo solía quedarme atrincherada en su corazón, intentando protegerle de sus propios disparos, así acabáramos desangrándonos los dos.

Cuando era lunes, cuando él mismo era lunes, le cambiaba el tono de voz, la mirada se le encolerizaba y se movía como si su cuerpo estuviera siendo asaltado por una legión de pulgas, aunque intentara disimularlo. Ese extremo era devastador, porque la ausencia de raciocinio daba lugar al delirio, a una narrativa orquestada por la enajenación en la que no quedaba ni una sola hebra de su alma noble, a la que yo me sentía cosida de por vida.

Me llevé lo mejor de sus viernes y lo peor de sus lunes: que me hablara con desprecio, que me acusara de ser la culpable de sus propios demonios, que me expulsara de nuestro propio edén, que me hiciera sentir una hormiga a punto de ser pisoteada por un monstruo gigante y despiadado tantas veces. Y en mi afán por ayudarle, sentía como si me hubiera vuelto adicta a sus lunes. Me temo qué él también lo sentía así, por eso mismo trataba de protegerme apartándose.

Siendo viernes era imposible no sentirse honrada de estar a su lado, de que este hombre bueno fuera tan jodidamente importante en mi vida, porque sus viernes eran ternura, humor, laberinto, alquimia. Y hasta su risa era capaz de tragarse el agua de los océanos y hacer con ella una lluvia de esas que son caricia, que hacen que el corazón se sienta en paz, como si estuviera siendo sostenido por las manos de un dios al que yo me resistía a ponerle nombre.

A ti, mi viernes, que nunca dejé de amarte, a pesar de tus lunes, que también fueron míos.


 

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