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JUAN CANO PEREIRA "Efectivamente, la cosa parecía grave. |
2025-05-04
A cero
Eran las 12 horas, 33 minutos, 16 segundos y 442 milisegundos del lunes 28 de abril de 2025. En mi casa, por motivos del horario de trabajo de mi compañera de vida, comemos a la europeísima hora de las 13 horas 15 minutos, por lo que en ese preciso instante en el que nos fuimos a cero, la cebolla del sofrito de mi reinterpretación del pollo al curry (pues como tengo la manía de comprar sin llevar lista, se me había olvidado la leche de coco y la iba a sustituir, una vez más, por nata) estaba en su punto: fina y translúcida como el papel de fumar. El pollo minuciosamente troceado llevaba en el bol unos veinte minutos disfrutando de un baño en mi maravillosa mezcla a ojo de buen cubero de curry, cúrcuma, jengibre, comino, nuez moscada y cayena diluida en aceite. Los champiñones con los que suelo acompañar este guiso ya estaban troceados sobre la encimera y me disponía a cocer dos puñados de arroz basmati. Pero nos fuimos a cero…
En ese preciso 442 milisegundo del segundo 16 del minuto 33 de las 12 horas del día 28 de abril, todavía no éramos conscientes, pero nos fuimos a cero en muchas más cosas de las que podíamos siquiera sospechar. En mi caso particular, «vislumbré» la magnitud de lo que ocurría unos veinte minutos después: el tiempo —siempre el inexorable paso del tiempo midiéndonos la vida en su viaje hacia la muerte— que tardó en entrarme un wasap de uno de mis grupos en el que todo el mundo es de Granada, salvo yo, que vivo en Madrid; resulta que tenían el mismo problema que nosotros con la corriente eléctrica.
Efectivamente, la cosa parecía grave.
Fue entonces cuando me asomé a la ventana y, al comprobar que el semáforo del final de la avenida donde vivo estaba apagado, un sudor frío me recorrió de arriba abajo; también mi cuerpo se había ido a cero.
Estoy convencido de que todos vamos a recordar para el resto de nuestras vidas lo que ocurrió desde ese milisegundo 442 hasta el momento en el que supimos lo que pasaba, porque a partir de —ese sí, impreciso— instante en el que fuimos conscientes de la trascendencia de lo que estábamos viviendo, supimos que nuestra concepción de la vida —una vez más, ¡quién nos lo diría después de haber pasado por una pandemia!— iba a sufrir, o más bien enriquecerse, con un reseteo más en el que, una radio analógica, con su antena desplegable y, por supuesto, provista de sus correspondientes pilas, ocupará desde ahora un lugar preferente en ese kit para supervivientes del siglo XXI que ya andamos todos preparando. Eso sí, por lo que a mí respecta, mi guitarra, mi más preciado instrumento para rebobinar el casete de mi memoria musical, sigue estando en esa lista de cosas que han de acompañarme a un hipotético fin del mundo.
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