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JUAN CANO PEREIRA "La entrada que tenemos en la mano es, efectivamente, de una buena y bien situada butaca,... |
2025-04-20
La lucidez
Decía Flori Tapia (amiga y compañera en Libreopinante) que, sin que sirviera de precedente, compartía conmigo la desilusión de la que hablaba en mi último artículo, tal vez arrastrada por la paradoja de «que esa misma palabra sugiera decepción y al mismo tiempo esperanza».
La verdad es que me han reprochado —no es el caso de Flori— mi pesimismo tantas veces, que soy propenso a dar explicaciones a cada idea que planteo, a cada paso que doy. Y podría parecer que con ello intento justificar mi postura ante la vida, como si me sintiera culpable por ser lúcido —como puntualizaría el politólogo francés Pascal Boniface—, incluso hasta clarividente ante el panorama que nos presenta este mundo en descomposición que nos ha tocado vivir.
Es complicado ante tanta vehemencia, por no decir testosterona, empleada por los principales actores de la geopolítica mundial, ponerle a la cosa unos bemoles bien gordos y hermosos, es decir, «bemolazos» y pachorra como para respirar con profunda intensidad primero, y bajar después las pulsaciones hasta la mínima expresión, hasta conseguir practicar una especie de apnea de la agudeza necesaria para atacar este autorretrato de la descomposición. Y digo bien llamándolo autorretrato, puesto que, por mucho que escondamos la cabeza bajo nuestras propias miserias, estas también se verán afectadas por cada punto porcentual de arancel o por cada euro esquilmado a lo social para añadirlo a la partida de defensa, ¿o acaso no es el escudo social la mayor protección que puede ofrecer a su ciudadanía el Estado?
Y es que de poco nos vale disfrazarnos de avestruz y apresurarnos por encontrar nuestro agujero de evasión, de poco nos sirve ponernos los cascos y escuchar esa play list con las canciones que, como canta Alcalá Norte, nos hacen soñar que vivimos una vida cañón como si fuéramos Georgina. Yo veo con total claridad pesimista que no está la cosa para lucir peineta y mantón, ya sea posando, nalga sobre blando, en la sombra de Las Ventas o con silla en la tribuna de la Campana, pagando los casi doscientos euros del ala que cuesta esa primera fila en la Semana Santa sevillana.
La entrada que tenemos en la mano es, efectivamente, de una buena y bien situada butaca, pero la obra que se representa en este teatro, el del horror, contiene escenas no aptas que habrán de tragarse todos los públicos sin excepción.
Porque, dándole una vuelta de tuerca a la canción de Alcalá Norte, con este panorama no puedo pasarme seis horas seguidas metido en mi cuarto, escuchando mi nueva canción y hablando de mí, como esos jóvenes pobres que se visten de rico y se esnifan la vida como si estuvieran en Netflix con Georgina, dándose la vida cañón.
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