JUAN CANO PEREIRA 

"Como si aquella crónica de una muerte anunciada les hubiera cogido desprevenidos.

2025-11-20

Cara al sol de la ignorancia

Cuando murió Franco, yo tenía diez años. Lo primero que me viene a la cabeza de aquel 20 de noviembre de 1975 es un día inusualmente luminoso para la fecha en la que estábamos, y una incontenible y para nada culpable sensación de alegría por no tener que ir a la escuela.
También recuerdo buscar en las caras de los mayores alguna pista, algún atisbo que me dejara entrever por dónde irían las cosas ahora que aquel tipo —cuyo retrato parecía estar vigilando nuestros movimientos en el aula— había muerto, pero solo encontré caras, no sé si de estupefacción, incluso de aturdimiento. Era como si aquella crónica de una muerte anunciada tras una larga, prolongada y estirada como un chicle agonía, al final les hubiera cogido desprevenidos a sus incondicionales y descreídos a los demás.  
Aunque aquellos gestos —compungidos algunos, de impostada afección la mayoría— no me decían nada ni yo me atrevía a preguntar, fuera como fuera, estaba dispuesto a saciar mi curiosidad infantil. Así que encendí la televisión; aquella televisión marca Edison, que yo había imaginado a don Tomás Alba construyendo pieza por pieza, y donde, tras casi tres minutos de pantalla en negro, aparecieron en bucle «las gloriosas hazañas» de Francisco Franco Bahamonde. 
Qué decir tiene que, para un niño de diez años de aquella época, sin más información y sin antecedentes republicanos en mi familia, aquel tipo y su famosa baraka eran como Super ratón. No había nadie en el mundo real ni en el de la fantasía que lo superara. Franco era el más inteligente, el más valiente y el más piadoso del mundo mundial. Todo un dechado de virtud. 
Ese momento propagandístico alrededor de la figura de un dictador ya muerto incidiendo sobre la conciencia de un niño de diez años fue a su vez el punto de inflexión de su popularidad en mí. A partir de ahí, gracias a la curiosidad innata que ya se me adivinaba y al espíritu crítico que se me inculcó en casa y en la escuela pública, aquel falso héroe, aquella especie de salvador de la patria, aquel extraño ángel vengador terminó siendo desenmascarado por completo. 
Aquellos niños de entonces, nacidos cuando Franco estaba en su «prime», fuimos capaces de discernir entre lo verdadero y lo falso de aquel tipo con aspecto de abuelo bonachón que nos habían pintado. Y lo hicimos, casi siempre, por deducciones obtenidas de la propia investigación, porque todo aquello todavía no estaba en los libros de historia. 
Y todo para que, ahora, que hemos escrito esos libros donde aparece reflejada y demostrada su trayectoria como dictador y genocida, nuestros jóvenes se vuelvan cara al sol de la ignorancia.


 

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