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JUAN CANO PEREIRA
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2025-02-09
El pueblo unido
Se cumplen en estos días 80 años de la liberación de Auschwitz, el campo de concentración nazi que nunca fue desmantelado, precisamente, para que la ignominiosa huella de aquellos crímenes delatara por siempre tan aberrante mancha en el currículo de la humanidad. El Auschwitz, museo del horror, guardián de la memoria de aquel campo de exterminio, lo repite incansablemente en estos días: «Auschwitz fue el final de un largo proceso. Debemos recordar que no comenzó con las cámaras de gas. Ese odio fue desarrollado gradualmente por seres humanos. Comenzó con ideas, palabras, estereotipos y prejuicios a través de la exclusión legal, la deshumanización y la violencia creciente… hasta el asesinato sistemático e industrial. Auschwitz llevó su tiempo».
La comparación de cualquier acontecimiento anterior o posterior con el Holocausto es inabarcable. De hecho, hay una casete en mi estantería que está repleta con canciones de otros Auschwitz ocurridos durante décadas en el cono sur americano. Canciones que relatan y delatan los mismos crímenes de lesa humanidad repetidos hasta el infinito, entre las que destaca una sobre todas las demás, porque no se queda en la denuncia de la injusticia primero que se vuelve atrocidad después; porque no se explaya en el lamento por mucho que haya que gritar, no se instala en la autocompasión, sino que clama voz en alto por el levantamiento, por la reacción ante las derivas que hacen peligrar la justicia y la paz social.
Esta canción nace en el Chile de principios de los años setenta.
En concreto, fue compuesta en 1973, junto al grupo Quilapayún, por Sergio Ortega Alvarado, quien había sido nombrado embajador cultural del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, compartiendo dicho cargo con Víctor Jara por unos días, antes de que este fuera asesinado tras el golpe de Estado del general Pinochet. La canción, que ya lo dice todo en su título-estribillo («El pueblo unido jamás será vencido»), se grabó por primera vez en su estreno, durante un concierto celebrado en el estadio Chile (hoy estado Víctor Jara), días antes del golpe militar.
Para componerla, Sergio Ortega se había inspirado en la frase que le da título, pronunciada en un discurso por el líder político de la izquierda colombiana de los años cuarenta, Jorge Eliécer Gaitán, quien, como Allende, como Víctor Jara, como tantos y tantos chilenos, colombianos, argentinos, bolivianos… fue asesinado por esos fascistas de ayer y de siempre en su búsqueda de la eliminación del rival político y del diferente.
Pocos días antes del aniversario de la liberación de Auschwitz, durante la toma de posesión del populista Trump, Elon Musk demostró su alegría, o más bien euforia, por el triunfo de su amigo con un gesto sospechosamente muy parecido al saludo nazi, lo cual podría haberse interpretado como una de sus acostumbradas meteduras de pata (o metedura de brazo en este caso), de no ser porque lo volvió a repetir, estirando su brazo al aire con los dedos de la palma de la mano juntos, de idéntica manera a cómo lo acababa de hacer un instante anterior. Días después, el magnate de la tecnología y flamante consejero del presidente de los EE. UU. y, para dejar el asunto fuera de toda sospecha, participó por videoconferencia en un mitin de Alternativa por Alemania, el partido de la extrema derecha que niega el holocausto y que sitúa los orígenes de Hitler en el comunismo, y tras escribir esto último, antes de continuar, permitidme que haga una pedorreta.
Ya la dijo Primo Levi, superviviente de Auschwitz, que «si comprender es imposible, conocer es necesario porque lo sucedido puede volver a suceder». Porque no estamos exentos de otros muchos Auschwitz, ¿o no es esto lo que nos queda por ver en la franja de Gaza, pertrechada esta vez la masacre por los descendientes de quienes sufrieron el holocausto?
Hay quienes piensan que estos augurios son fruto de un alarmismo innecesario, que no hay que creerse todas las barbaridades que dicen Trump, su amigo Musk, Milei, Le Pen, Meloni o Abascal, porque solo buscan conseguir votos o aprovecharse de determinadas circunstancias económicas o sociales, y que no hay que tomárselos literalmente. Pero por desgracia, si nos cosemos boca, nos tapamos los ojos y taponamos nuestros oídos, sus ruidosas proclamas cada vez se extenderán más, y su rumor se hará tan cotidiano y familiar, que su oprobio ya no tendrá remedio y sus malas acciones se volverán impunes ante la pasividad de todos.
Si, a partir de ahora, escuchamos a alguien decir que hay gente que no merece vivir entre nosotros porque solo es una amenaza, creamos a pie juntilla que lo dice en serio.
No esperemos a que, como Hitler, lleguen al poder, porque entonces será demasiado tarde para volver a desempolvar este viejo himno, reinterpretado y adaptado por innumerables artistas y colectivos a lo largo de los años, manteniendo así vivo su mensaje de unidad y resistencia durante todo este tiempo. En España fue utilizado durante las manifestaciones contra la dictadura de Franco y, más recientemente, durante las protestas del 15M. Incluso en Estados Unidos, fue entonado durante las marchas por los derechos civiles y en las huelgas laborales. Por todo eso, no me parece este un mal momento para que vuelva a resonar con el vigor que lo hizo aquella primera vez en el hoy estadio Víctor Jara, porque llegó de nuevo el momento en el que el pueblo se alce en su lucha con voz de gigante, mientras grita: «¡adelante!, ¡el pueblo unido jamás será vencido!»
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