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JUAN CANO PEREIRA
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2025-01-26
Silencio, se vive
Si leéis mis artículos con regularidad, sabréis que soy un melómano que os habla casi siempre a través de viejas grabaciones que dejaron en mi interior un rastro indeleble de hierro y cromo, como un tarareo constante que nunca se me va de la cabeza; de ahí lo de «rebobinando el casete».
Lo que no recuerdo haber dejado alguna vez caer por aquí, es mi afición, o tal vez osadía, por intentar hacer mis propias canciones. Si no lo he dicho directamente, os habrá bastado leerme entrelíneas, mientras os dejabais llevar por la música de fondo.
Recuerdo mi primera composición. Fue en octavo de EGB, para un trabajo de Religión. El caso es que, ni corto ni perezoso, me creí Ricardo Cantalapiedra, para escribir la letra y chapurrear, manejándome con un lenguaje musical bastante primitivo, la música de una composición que titulé: «Jesús te preguntamos». No es que fuera una gran composición, pero tampoco se mereció el choteo general de la clase, cuando se me escapó un monumental gallo nada más atacar los primeros compases del estribillo. A ver, la probabilidad de que aquel accidente interpretativo me ocurriera era bastante alta: la primera vez que cantaba en púbico, junto a los cambios hormonales —y sobre todo vocales— que experimentamos durante la pubertad me asignaron un porcentaje bien alto de las papeletas que se sorteaban en esa rifa.
Por fortuna para mí, aunque sea solo por puro egoísmo, no me amedrentó ese primer fracaso, y continué escribiendo canciones que, aunque muy pocas veces han salido de las cuatro paredes de mi cuarto-estudio-intimidad, me han hecho crecer, no solo en lo literario y en lo musical, sino, sobre todo, en lo personal, porque, a la postre, han constituido la mejor válvula de escape, de desfogue que he podido tener ante los varapalos y las frustraciones que la vida me ha ido —como a todo bicho viviente— reservando.
Es curioso que, con el tiempo, pasé en mis canciones de someter a interrogatorios al «hijo de Dios hecho hombre», para hacerme a mí mismo todas las preguntas del mundo.
Pasé de remedar a los Siniestro Total:
¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?, ¿estamos solos en la galaxia o acompañados?… A hacer la de Jorge Martínez, y echarle la culpa de todo lo que me pasaba al tipo que estaba al otro lado del espejo: hay un tipo dentro del espejo que me mira con cara de conejo. Oye tú, tú que me miras, ¿es que quieres servirme de comida?…
Ahora, gracias a las nuevas tecnologías, existen cuatro o cinco carpetas en mi portátil, donde, tanto las viejas canciones (que siguen rebobinándoseme una y otra vez), como las nuevas melodías que inquietan mi mente con su inminente runrún, van a quedar grabadas para la posteridad, alcancen o no a complacer a una hipotética audiencia. De hecho, en la puerta de mi estudio luce ya un cartel en el que se puede leer: «silencio, se vive».
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