... donde nuestros sueños frustrados ya no pueden molestarle a nadie.

2024-06-02

 

Escalera de incendios

 

¿No os pasa a veces que cualquier canción que escuchéis, cualquier poema que leáis os parece hecho para esa precisa situación que estéis atravesando?… Es como cuando se está enamorado y todas las canciones de amor hablan de ti, o cuando se sufre un desengaño y todas las coplas de cortarse las venas te señalan con el dedo. Canciones cuyos acordes, sus melodías, pero sobre todo sus letras, sobrevuelan lo cotidiano con esa intemporalidad que las hace planear cargadas de certeza, de clarividencia. Todas esas canciones que no cuentan lo evidente: relatos imprevisibles a modo de un diario incierto nacido a vuelapluma. Efímeras obras de escritura automática, sin un tachón, sin una duda, sin una corrección.

Te enredas en ellas, te enganchas en su lucha por escapar de lo cotidiano. En ese deseo innato de trascender, con un toque reivindicativo y hasta social. A poder ser, con cierto aire dylaniano, aunque sin resultar evidente. Pero, por mucho que las escuchas, sientes un hueco en la panza que no se llena con nada. Nadie, ni tan siquiera Epigmenio Ruiz, quien —dicen— un día hizo llorar a Dylan, es capaz de llenar ese vacío que causa la incomprensión por parte de una mayoría ciega o que nunca alcanzará a ver más allá, detrás de las cosas.

Como mucho, escucharlas te hará sentirte muy lejos de casa. Con esa misma desazón que tiene el poeta que está sentado en la estación, observando a los viajeros que vienen y van, esperando a ningún tren y a todos, mientras toma nota de manera compulsiva, sin perderse el más mínimo detalle. Con parecida ansiedad a la que sintió Dylan cuando supo que su ídolo, Goody Guthrie, agonizaba en un hospital, y, guitara en mano, corrió para verlo.

Formarán parte de la banda sonora de nuestra propia huida hacia delante por una carretera que lleva hasta la línea de un ocaso que pareciera que nunca vamos a alcanzar, a pesar de que a cada momento la sintamos más cerca. Entonces, removeremos la guantera en busca de la cinta donde sabemos que están todas esas canciones grabadas, hasta que caigamos en la cuenta de que ya no tenemos dónde reproducirla. Solo entonces nos bastará con ir tarareándolas.

Pero, como dice Lapido —muy dylaniano él también—, sería mejor dejar todo este palabrerío agonizar en una caja, para abrirla mucho tiempo después, falsificando el futuro después de inventar los recuerdos. Por eso, si alguno estáis de acuerdo conmigo y con Lapido, os estaré esperando justo tras la puerta por donde hicimos mutis por el foro. Allí, en la escalera de incendios,

donde nuestros sueños frustrados ya no pueden molestarle a nadie.


 

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