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2023-11-05
Un continuo goteo
Cada vez que me dispongo a escribir esta columna, me pregunto por qué la edad me lleva a rebobinar los viejos éxitos de mi vida una y otra vez.
Aparte de lo abrumador que resulta ponerse a bucear en el océano del «streaming» nuevos «hits» a los que engancharnos, siquiera entre las novedades de un par de estilos musicales, creo que ya he dado suficientes motivos en esta columna, sobre todo sentimentales, pero incluso reivindicativos desde un punto de vista generacional, para permanecer enganchado a la música que, algún día, hizo que me estremeciera. Música que, por otra parte, enlaza hasta con un determinado pensamiento y me cose con un sentido propio de las cosas.
Eso no quita que, de vez en cuando, dejando atrás mis prejuicios, tanto musicales como ideológicos, me detenga en las tendencias y novedades que las escasas críticas musicales recogen en los periódicos, para constatar, salvo honrosas excepciones, cómo esos nuevos estilos predominantes quieren hacerle a quienes los siguen un traje a la medida de su estupidez. Y
así es cómo constato, que la juventud de hoy —como la de siempre— se deja simplemente llevar por la corriente;
como cuando de niños no protestábamos por la ropa que nos compraba nuestra madre: un jersey azul marino de pico, una camisa de cuadros y un pantalón beis de tergal.
Por desgracia, no tengo ni ganas de medir mi desacuerdo con ello a partir de esos viejos parámetros de nuestra adolescencia contestataria, o al menos curiosa, con los que, cada día, me lleno de razones, o al menos de convicciones, en este espacio dedicado a la palabra y a la música, o a las palabras que se arman con la música, o a las músicas que te sugieren las palabras.
—¿Le hago un siete a los vaqueros, me pongo mi camiseta de los Iron Maiden y me dejo el pelo largo?… ¿para qué?… Mejor digo que soy el inventor del bolero moderno… o mejor aún: «sampleo» «La campanera» … ¡Ah, qué pereza me da todo esto!
A estas alturas, no asustamos a esta panda de incompetentes a quienes, avalados por legiones de seguidores y de «me gusta» en las redes, se les ha consentido que se suban a la tarima a ¿cantar?, una barbaridad tras otra. Y mientras, creyéndonos respaldados por un genuino y auto-otorgado buen gusto, observamos condescendientes que, al fondo de la sala, los del gallinero, aplauden con el mismo fervor futbolero que se les llena de bilis la comisura de la boca.
Sin embargo, estamos suplicando porque otros vengan a cerrar el grifo; no hay nada más molesto que ese continuo goteo.
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