9-10-2022
Tenía muchas ganas de ver “Alcarràs”, fundamentalmente por dos motivos: primero porque su directora, la barcelonesa Carla Simón ya me había deslumbrado con “Verano 1993” su ópera prima. Y segundo, porque es la película que representará a España en los premios de la Academia de Hollywood (los Óscar). Estaba seguro de que me iba a encantar. Pero la verdad, esta vez tengo que confesar, muy a mi pesar, que Carla Simón no ha conseguido emocionarme y os aseguro que lo he intentado. “Alcarràs”, nombre de un pueblo de Lleida, es la historia de una familia del campo, la familia Solé, que refleja muy bien la crisis del modelo de producción agrícola tradicional.
Una justa denuncia de la baja rentabilidad de este modelo productivo por culpa de los intermediarios y, desde este punto de vista, es un gran documento audiovisual muy útil. Pero pienso que el cine es algo más, debe ser algo más. No nos podemos quedar en la sucesión de unas secuencias de personajes, actores no profesionales, que hablan entre dientes y que apenas se le entiende: frases inacabadas, constantes insultos y algunos diálogos demasiado extensos que no aportan nada a la historia. Es como si no existiese un guion predeterminado y se estuviera improvisando constantemente. Y si lo que se persigue es lograr un comportamiento natural de los personajes, creo, bajo mi humilde opinión, que no se consigue, ya que todo parece muy forzado. Si tuviéramos que salvar a alguien de la quema, yo pensaría en la pequeña protagonista, que sí que se comporta como una niña espontánea y natural. La película va pasando con la certeza y esperanza de que algo ocurra. Pero seguimos esperando y esperando, hasta que te resignas de que no hay nada más, solo los créditos del final. Alguien ha dicho por ahí que “Alcarràs” es como un documental sobre cómo se mueven los tractores y cómo se recogen los melocotones, mientras se oye a un hombre blasfemar en cada escena y unos niños corren por el campo detrás de los conejos. Me parece una crítica, quizá superficial, pero bastante acertada, porque la sensación que me produjo esta historia es que se trata de un documental, eso sí, perfectamente rodado. Desde el punto de vista cinematográfico, creo que sobran escenas. Esos primeros planos de los tractores que avanzan por el campo lentamente, primero enseñando el morro y después su parte trasera, se hacen interminables. En fin, una película demasiado lenta y extensa (son 120 minutos) en la que, lo siento, miré varias veces el reloj del móvil.
Pero no todo es negativo en “Alcarràs”, intentemos ver el lado positivo, que lo tiene, sobre todo desde la perspectiva técnica en la realización de la película. Es incuestionable que Carla Simón muestra una gran destreza en el manejo de la cámara, una cámara en mano, pero sin movimientos bruscos, una cámara que se introduce entre los personajes y casi habla con ellos, con lo que consigue que las personas detrás de la pantalla casi formen parte de la vida de esta familia. En cuanto a la historia, no podemos dejar de valorar su aspecto reivindicativo: la pérdida del campesinado tradicional absorbido por el lógico avance de los tiempos, los jóvenes que se resisten a una vida de duro trabajo en el campo y se imaginan otra vida lejos del ámbito rural, en definitiva, una familia que se enfrenta a un futuro incierto que Carla Simón no soluciona, ni quiere solucionar. Y todo esto contado a través del espejo de una forma de vida costumbrista, con interminables reuniones familiares en torno a la comida (esos típicos caracoles a la brasa), esos tragos de vino en porrón y esos juegos infantiles por el huerto de los padres y de los vecinos. Una historia muy autobiográfica, como ha confesado la propia Carla Simón: sus tíos cultivan melocotones en Alcarràs y la película surge justo cuando muere su abuelo, en un momento de profunda reflexión sobre si esos árboles iban a estar siempre ahí o, por el contrario, serían exterminados por el avance inexorable de lo que llamamos civilización. Volvemos con esta película al cine minimalista llamado cine de autor, tan de moda ahora, cargado de miradas profundas y pocas palabras. Un cine arriesgado, que se aleja del cine eminentemente comercial.
“Alcarràs” es la ganadora del Oso de Oro del Festival de Berlín, un galardón que no recibía el cine español desde 1983 con “La Colmena” de Mario Camus basada en la novela de Camilo José Cela.
Una película, a la que tendré que darle una segunda oportunidad por si me he dejado algo en el camino. Ya os cuento.
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