... Dos personas que acaban revelándose los profundos sentimientos de culpabilidad que asolan su pasado y que se preguntan cada día

2023-12-03

 

Drive My Car: gestos y...

 

Si pudiéramos encerrar una película en un poema, este poema se llamaría Drive My Car. El cineasta japonés Ryusuki Hamaguchi adapta, en su último trabajo, un relato homónimo del libro Hombres sin mujeres de Haruki Murakami (flamante Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023), en una película que sorprendió en los Premios Óscar del año 2022 obteniendo el galardón a la mejor película extranjera. Una historia triste que nos enseña, entre gestos y silencios, una variedad de experiencias y lecciones vitales que sería imposible desgranar en estas líneas de La Claqueta. 

La cinta arranca con un extenso prólogo que nos presenta la relación compleja de Yusuke, un talentoso director de teatro, y su pareja Oto, guionista de televisión. Un matrimonio que intenta sobrevivir a las cicatrices incurables del pasado. Después de este preámbulo de cuarenta minutos es cuando aparecen los créditos de la película y la historia experimenta un giro argumental con una elipsis de dos años. Vemos ahora al protagonista entregado, en cuerpo y alma, a la preparación de la obra de teatro Tío Vania del dramaturgo Antón Chéjov, con la que intentará, de alguna manera, saldar el dolor que le produce la muerte de Oto. Drive My Car nos propone, a lo largo de sus tres horas de duración, esas experiencias terribles que nos cambian la vida y de las que, si se aprende algo, sólo es a través de un profundo sufrimiento. Yusuke encuentra un paralelismo en su dolor, cuando conoce a Misaki, la silenciosa joven conductora que lo lleva en ese coche rojo, deambulando por las carreteras de Hiroshima. La empatía que se produce entre el director de teatro y su joven chófer se refuerza, en una especia de sinergia emocional, con la representación de los personajes del teatro de Chéjov, provocándoles cierto alivio ante tanto desamparo. 

Dos personas que acaban revelándose los profundos sentimientos de culpabilidad que asolan su pasado y que se preguntan cada día

¿cómo es posible seguir viviendo cuando todo lo que se siente es dolor? La respuesta es tan simple como compleja, se trata sólo de vivir. Lo importante es seguir viviendo, aunque nunca se pueda olvidar el pasado.

Hamaguchi introduce la cámara en ese viejo auto Saab rojo, convirtiéndolo en un escenario íntimo donde los protagonistas se confiesan sus secretos más ocultos. El director japonés juega con los silencios para intensificar las pocas palabras de algunas secuencias, algo que produce un resultado cautivador. La técnica con la que contrarresta la complejidad emocional con la sencillez de los protagonistas desgranando su dolor, es sencillamente arrebatadora. Sobre la crítica que se queja de que la película es demasiado larga (en eso pueden llevar razón, ya sabéis lo que pienso sobre el excesivo metraje), pretenciosa y soporífera, les diría que quizá iban buscando otro tipo de filme y que el cine pausado no es sinónimo de aburrido. Por la historia transcurren una galería de personajes, tan peculiares como creíbles. Destacan Hidetoshi Nishijima (Yusuke), Reika Kirishima (Oto) Masaki Okada (el joven impulsivo Koshi) y Toko Miura (la silenciosa y triste conductora). El viejo motor y otros sonidos del cansado automóvil actúan, como una voz más, a lo largo de los viajes por Hiroshima. La música de fondo de la historia son una sucesión de piezas de jazz que acompañan la tristeza resignada de los protagonistas. La compositora japonesa Eiko Ishibashi consigue entrelazar la música con los silencios y las palabras, transmitiendo la melancolía que asola por los cuatro costados de la historia.

Drive My Ccar es una desesperada búsqueda de nuestro propio perdón. Porque, casi siempre, somos más misericordiosos con las demás personas que con nosotros mismos y jamás nos dirigimos las palabras de consuelo que decimos a los demás. No dejéis de verla. Es como si leyerais un poema.


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