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Resultan muy llamativos estos llamamientos porque se suelen hacer siempre, o casi y que se salve quien pueda, desde posiciones de privilegio que se pretenden que se reconozcan por el resto de los actores involucrados.

2023-01-15


Por si alguien no lo había supuesto, el título de este artículo se refiere a la unidad de la izquierda. Esa recurrente unidad a la que se hace referencia cada vez que se acercan procesos electorales. Lo que ocurre continuamente, cuando no de un ámbito, de otro.

Resultan muy llamativos estos llamamientos porque se suelen hacer siempre, o casi y que se salve quien pueda, desde posiciones de privilegio que se pretenden que se reconozcan por el resto de los actores involucrados.

Realmente tengo que reconocer que no me interesa demasiado analizar la franqueza de esas peticiones de unidad, porque al final es el tiempo el que se encarga de dejar claras las pretensiones de cada cual.

Además, soy de la opinión de que es un debate que deberíamos tener superado, porque está claro que si las opciones de izquierdas no van juntas a las elecciones no consiguen los objetivos que se marcan, que no son otros, o deberían serlo, que gobernar allá donde se presenten. Porque, vamos a dejarnos de tonterías, las fuerzas políticas se presentan a las elecciones para ganarlas y gobernar, para cambiar la vida de las personas. Lo demás es engañar y engañarse.

A lo que me interesa entrar es a la cuestión de si realmente es necesaria o conveniente esa unidad si no se acompaña de algo más.De hecho, ni siquiera creo que la palabra unidad sea la más adecuada. Unir es juntar dos o más cosas para crear una distinta con características de las originarias.

¿Es eso lo que queremos?

La izquierda es diversa. Tiene muchos matices y aportaciones que hacer. Tiene distintos prismas y diferentes prioridades. Pero todos ellos se complementan porque tienen un objetivo común y es el bien de toda la ciudadanía. En conjunto.

Precisamente es esa diversidad la que hace que los acuerdos sean más difíciles. Si estamos de acuerdo en las líneas generales, ¿por qué cuesta tanto el acuerdo? Normalmente porque creemos que son nuestras prioridades las que deberían estar por delante. Y, casi siempre, vemos mucho más claro lo que nos diferencia que lo que nos acerca. Somos incapaces, en muchos casos, de definir el objetivo principal y elaborar el programa que una todos los esfuerzos para poder llevarlo a cabo.

Si no somos capaces de superar la concatenación de siglas y convertirla en una cooperación sincera, no habrá nada que hacer.

Quizá sea ese el motivo de que la suma de fuerzas de izquierdas no suela ir acompañada de la suma de los votos conseguidos. De hecho, tampoco deberíamos darnos por satisfechos con esa suma, porque el efecto que debemos perseguir es un efecto multiplicador, que aúne a los votantes de cada partido y a las personas que en las sucesivas citas electorales se han ido quedando atrás, decepcionadas o abatidas por la losa de las matemáticas electorales.

Se me ocurre, a bote pronto, que trabajemos por eliminar el tope mínimo de votos necesarios para acceder a las instituciones. Un tope que hace que se pierdan miles de votos en cada proceso electoral. Cuando ese tope desaparezca y cada cual tenga la representación que realmente le otorga la ciudadanía, entonces podremos dedicarnos a conseguir acuerdos a posteriori, esos que realmente cambian la vida de la gente.

Mientras tanto, vuelvo a repetir, en mi opinión ir por separado no deja de ser un canto al sol que no ayuda a nadie. Bueno sí, a nuestros adversarios políticos.

Pero ahora viene lo mejor. Convencidos ya de la necesidad de ir juntos, sentados ya a la mesa para elaborar programas y estrategias, dispuestos a comunicar que ahora sí lo vamos a conseguir y conjurados para provocar la movilización general, ahora toca delimitar qué vamos a ofrecer para que se provoque el cambio que buscamos.

Y aquí es cuando empiezan a ponerse sobre la mesa las mismas recetas, caras, propuestas, eslóganes, etc de siempre. Y no, así no.

El mundo ha cambiado y con él la ciudadanía y sus preocupaciones y propuestas. También la forma como se afronta el día a día. Eso por no hablar de la economía, las relaciones laborales y sociales, la energía o la movilidad, etc.

Por eso seguir manteniendo las mismas palabras e ideas no solo no suma, sino que incluso resta.

Tampoco ayuda, eso es cierto, que las disputas y los enfrentamientos internos entre las distintas partes trasciendan más incluso que las propias propuestas. Y no toda la culpa es de los medios, seamos sinceros.

Hacen falta ideas nuevas y caras nuevas. Un clima nuevo que se respire de lejos. Una capacidad de cooperar (mucho mejor que unir) entre todas las personas involucradas que haga que no sean las llamadas líneas rojas lo primero que se ponga sobre la mesa de diálogo.

La coordinación y la cooperación entre distintas fuerzas políticas tienen que hacerse siempre desde la generosidad y la empatía. Lo demás es una operación de aplastamiento que poco tiene que ver con la colaboración.

Además, esas líneas generales que definan el marco para cooperar no pueden venir impuestas desde otro ámbito. Es necesario establecer un marco común, pero es imprescindible tener en cuenta las particularidades de cada sitio, de cada “ecosistema” político.

Por supuesto es más fácil establecer todos estos parámetros cuantos menos actores intervengan y cuanto más cercano sea el ámbito de trabajo, pero si no somos capaces de articular una opción que vaya más allá de siglas o repartos, difícilmente seremos capaces de crear un programa de ideas que ilusione a la gente.

Y todo ello, ideas, caras, propuestas, formas y fondos, tienen que ser palpables desde el primer día y, sobre todo, no perderse a las primeras de cambio ni al día siguiente de las elecciones.

Quizá esa sea la parte más difícil. Cuando las buenas palabras y las mejores ideas se enfrenten con las necesidades y el día a día de las organizaciones. Pero o tenemos claro para qué estamos aquí o cada elección será un deja vù que irá dejando en el camino un reguero de desilusiones y esperanzas muy difíciles de recuperar.


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