El Parque Nacional de Doñana es muchas cosas y decir que es un enclave único y privilegiado, con una vida apabullante digna del mejor documental de naturaleza y una capacidad para…

2023-05-21


El Parque Nacional de Doñana es muchas cosas y decir que es un enclave único y privilegiado, con una vida apabullante digna del mejor documental de naturaleza y una capacidad para alimentar y llenar de vida toda la zona, es poco menos que de Perogrullo.

Pero Doñana se ha convertido en mucho más. Se ha convertido en un ejemplo, en un símbolo. Para lo bueno y para lo malo.

Es el ejemplo perfecto de un lugar cercano pero desconocido para mucha gente de Andalucía. La misma gente, a veces, que recorre cientos de kilómetros para disfrutar de una zona similar en otra parte del mundo.

A la vez es el paradigma de la importancia de un medioambiente sano para garantizar el bienestar humano y animal de una zona. Algo que repercute directamente en todos los habitantes a muchos más kilómetros de los que el propio parque ocupa.

También es el ejemplo perfecto de cómo el hombre tiene que aprender a convivir con el resto de especies y a ser capaz de prosperar sin necesidad de destrozar el medioambiente que lo acoge, igual que acoge al resto de seres vivos que habitan el planeta.

Pero, y también relacionado con el hombre, es el ejemplo perfecto de la utilización de la aparente necesidad humana para volver lo que es bien y patrimonio de todos en objeto de interés de unos pocos, aprovechados de situaciones que poco o nada le preocupan en realidad.

Ahora vivimos un ejemplo en el que, en un mero acto de interés político y ambición sin límite, hay quien pretende asegurar que poniendo en peligro un elemento imprescindible de la vida en Doñana, su acuífero, se está garantizando su supervivencia. Se trata de una falacia encaminada a asegurar un puñado de votos mediante la legalización de regadíos que nunca debieron existir.

Las advertencias de los grupos de estudio técnicos y universitarios y de las organizaciones ecologistas, avisando del peligro que se corre de que desaparezca el acuífero y con él buena parte de la biodiversidad de la zona, y las amenazas de las autoridades, tanto europeas como de los organismos estatales, son algo que el Gobierno de Moreno Bonilla se pasa por el forro sin apenas contemplaciones ni inmutarse lo más mínimo, echando además la culpa a cuentas de la mala fe de los que advertimos de lo que puede pasar.

Y ya se están empezando a ver las consecuencias de estas decisiones políticas. Ya hay cadenas de supermercados europeas que están vetando los frutos rojos de la zona de Doñana. Empiezan pagando las consecuencias también aquellas otras explotaciones que sí están legalizadas. Como siempre, la avaricia rompe el saco y el saco está tan remendado que no se puede seguir cosiendo.

Ahora, a pocos días de unas elecciones municipales, han aprobado el proyecto de legalización de regadíos para, a continuación, darle un tiempo de espera. Con ello consiguen ganar el apoyo de aquellos que saben de su ilegalidad y que ven en la cerrazón del Gobierno autonómico su vía de escape. También, con la aparente espera, ganan tiempo para que las urnas no les rindan cuentas entre las personas más concienciadas por el daño que se quiere producir. Cada vez más personas, por cierto.

Esto es lo de siempre. Se trata de supeditar el interés de la mayoría al beneficio de unos pocos, confiando en la capacidad de la naturaleza para adaptarse y regenerarse, algo que ya tenemos más que demostrado que tiene un límite y que cada vez se lo ponemos más difícil, porque la tenemos cercada y acorralada por todos los flancos.

Y, nuevamente, como ejemplo premonitorio, Doñana se ha convertido en el camino que desde algunos partidos se está dispuesto a tomar y a hacer con todo el patrimonio natural de Andalucía.

Estamos en una situación de emergencia climática, ya avalada más que fuera de toda duda por toda la comunidad científica. Y ahora, cuando nadie se atreve a ponerlo en duda, los “retardistas” le ganan el terreno a los “negacionistas”. Pues cada vez hay menos tiempo. Y ya vemos cómo las consecuencias las pagamos todos.

No valen las buenas palabras y las frases enfatizadas y enfadadas en mítines domingueros. Lo que cuenta es la capacidad de compromiso para salvaguardar una riqueza que no solo se mida en dinero, sino en salud y bienestar. Y que no beneficie solo a unos pocos sino a la inmensa mayoría.

No se puede afirmar una “enorme preocupación por Doñana y su ecosistema y un enoooooorme compromiso en la lucha contra el cambio climático y a la vez proponer, en un último alarde de hipocresía, la construcción de una macrourbanización para ricos con campo de golf incluido. Otra actividad potenciada en Andalucía, sin hacer caso a los enormes costes en consumo de agua que tiene. Un agua que no tenemos.

Ojo, tampoco tendría justificación si la macrourbanización fuera para pobres, pero es que entonces ni siquiera se habría planteado.

Quizá después venga Cazorla, Los Alcornocales, Sierra Nevada…

Y luego no valdrá un “me equivoqué, no volverá a pasar”. Porque ya sabemos que aquí si hay algo que caracteriza a buena parte de la labor política es la falta de responsabilidad sobre las decisiones tomadas. Incluso ante aquellas que se toman con todos los expedientes e informes en contra.

La ciudadanía ha salido a la calle, a reclamar a voz en grito que tenemos que Salvar Doñana. Las calles de Huelva primero y Sevilla después se han convertido en una marea humana que se ha desplazado muchos kilómetros para unir sus fuerzas y pedir un cambio en el Gobierno.

Hay opciones y propuestas. La riqueza asociada a un espacio natural como éste puede llevarnos a obtener muchos beneficios que no pongan en peligro su supervivencia. Planes de excelencia agrícola, turismo eficiente y responsable, programas de investigación de naturaleza…

Y, sobre todo, demostrar nuestra capacidad para cuidar de lo nuestro, de lo de todos. Por el bien de un presente mejor y de un futuro posible.


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