¿Crees que las leyes y políticas actuales son adecuadas para erradicar la violencia vicaria?

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"Pretender vender la imagen de una sociedad moderna, comprometida, cuando va dejando a tanta gente atrás, es sencillamente, y permítanme la expresión soez, “limpiarse en las cortinas” Debe ser muy complicado escuchar a nuestros dirigentes explicar todo lo que se está haciendo para ayudar a quienes menos tienen, mientras relees tu carta de despido o tu comunicación de desahucio."

2023-02-26


Aunque éste no sea un artículo de crítica cinematográfica, me voy a permitir en estas primeras líneas recomendarles que vean la película “En los márgenes”, de Juan Diego Botto.

Se trata, permítanme el breve Spoiler, de una película dura. Tanto como lo es la realidad cotidiana de mucha gente. Una dureza interiorizada, enquistada, que aun así no consigue que la vida pare o que el amor siga escurriéndose por los resquicios de la amargura sobrevenida, sin culpa en muchos casos.

Refleja un día en la vida de un abogado, activista de diversos movimientos sociales, que se enfrenta a distintos problemas relacionados con su activismo a la vez que afronta cómo compaginar ese compromiso con su vida personal, no menos complicada.

Esos problemas relacionados con su activismo son para él parte de su razón de vivir, a la vez que para las personas que los viven en primera persona son su vida misma. Cuestiones que aparecen en un momento y se convierten en el propio centro de todo lo que haces.

Y es que vivimos en una sociedad que ha empeñado su afán de progreso en una carrera desenfrenada y caótica hacia adelante, con todo lo que ello conlleva.

Cuando uno corre como alma que lleva el diablo no puede pararse a mirar atrás. Ni siquiera a los lados.

Y atrás y a los lados se va quedando mucha gente. Gente que no puede seguir el ritmo simplemente porque se han convertido en partes desechables, prescindibles, en el supuesto progreso conjunto.

Pero no son ni desechables ni prescindibles, porque es la carne de cañón necesaria para que esta sociedad que hemos diseñado siga avanzando, en un progreso que, curiosamente, nos lleva hacia atrás. Hay algo, llamado Justicia Social, que no ha entrado en los planes de ninguno de los foros en los que se ha decidido que debíamos ser así.

Vivimos como ese juego de niños en el que varios se agarran de una mano en un tren de cuerpecitos que corren al ritmo y dirección que marca el primero. Acelerando y moviéndose en zigzag. En un concierto de risas, que se ahogan cuanto más atrás se va en la fila.

Los dos o tres primeros van al mismo ritmo y cambian de dirección casi a la vez. Pero conforme retrocedemos en esa cadena de inocentes infantes vemos que cuanto más atrás nos vamos, más trabajo les cuesta seguir el ritmo. En cada recodo se pierde alguna unidad de ese tren. Incluso alguno, viéndose lastrado por el que lleva justo detrás, hace un movimiento brusco aprovechando un cambio de dirección para desprenderse del peso que le está dificultando seguir el ritmo de los de delante.

Esos, los descolgados, tienen varias opciones. Pueden quedarse al margen, renunciando a seguir jugando al menos de momento. O pueden intentar, en una carrera frenética que les conduce al agotamiento, reengancharse otra vez. Pero ese agotamiento les va a volver a pasar factura, por lo que volverán a soltarse en la próxima curva. Convirtiendo para ellos el juego en un martirio de correr, en muchos casos, contra ellos mismos y su lógica de abandonar.

Si miramos alrededor vemos una sociedad que deja atrás a quienes se quedan descolgados. Son tratados como daños colaterales necesarios e inevitables. Y, para nuestra tranquilidad, acudimos en muchos casos a marcos mentales en los que nos decimos que si no han podido seguir el ritmo es culpa suya. No han hecho lo necesario. No se han preparado lo suficiente. No han aprendido, como nosotros, a dar codazos.

Es cierto que se articulan herramientas para apoyar a quienes se quedan atrás. Pero parten del imprescindible autorreconocimiento de una situación de precariedad y pobreza que les recuerda constantemente que dependen de la buena voluntad de la sociedad.

Pretender vender la imagen de una sociedad moderna, comprometida, cuando va dejando a tanta gente atrás, es sencillamente, y permítanme la expresión soez, “limpiarse en las cortinas” Debe ser muy complicado escuchar a nuestros dirigentes explicar todo lo que se está haciendo para ayudar a quienes menos tienen, mientras relees tu carta de despido o tu comunicación de desahucio.

Y es cierto que se hace mucho, pero es que la solución no es ésa. No conseguiremos acabar con el mal de la pobreza y la exclusión solo luchando contra ella cuando ya está presente. Hay que trabajar contra las causas que la provocan, anticipándose a los resultados de tantas y tantas políticas que cierran puertas.

El compromiso que como sociedad debemos adquirir no va con la implantación del 5G o con la llegada a Marte. Va con garantizar unas condiciones de vida mínimas dignas para todas las personas. Reconocerlo como un derecho. Y los Derechos no se negocian, se defienden y se garantizan.

Porque además el camino que estamos cogiendo, tecnológico e hiperglobalizado, no hace sino ahondar en la desigualdad y la precariedad a todos los niveles.

A veces hay quien se pregunta por qué si hay tanta gente en situaciones límite, no se producen movilizaciones multitudinarias de protesta. Y la respuesta es sencilla. Porque han conseguido inculcarles que ese es su sitio. Que la sociedad necesita que estén ahí. Que, pase lo que pase, llegue quien llegue, nada va a cambiar. Solo pueden trabajar, si consiguen un puesto de trabajo, e intentar trapichear con la vida. Esperando, quizá, un golpe de suerte. O, como dice el anuncio de la Lotería, la libertad, que solo te da el dinero.

Y, volviendo al principio, ¿cuál es el mérito principal de la película de Botto? Precisamente poner sobre la mesa esas situaciones. Porque si en algo nos hemos especializado es en mirar para otro lado. Sabemos que está, pero no queremos que nos lo recuerden. Como esos niños que se tapan los oídos cantando “lalalalala”, para no oír lo que les están diciendo.

Esa pobreza actúa como un asesino múltiple. Es posible que no lo veamos, pero está ahí. Y lo peor es que está justo al lado. Estamos a su alcance. Porque no hay nadie seguro si seguimos actuando como si no existiera.


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