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"¿Dónde quedaron todas aquellas declaraciones de solidaridad y buenas intenciones que todos hacíamos hacia nuestros vecinos, hacia los comercios de nuestros barrios, hacia las industrias nacionales que pasaban momentos muy críticos que, aún hoy, muchas no han podido superar?"

2023-03-12


Cuando este artículo vea la luz de su dispositivo digital, estaremos justo entre dos conmemoraciones de las más oscuras que podamos recordar de la historia reciente de España. Y del mundo.

Si todo ha ocurrido como debiera, hoy es 12 de marzo y justo ayer se habrán cumplido 19 años de los atentados del 11M de 2004. Una fecha marcada a sangre y fuego en muchas familias españolas y en la conciencia de la mayoría de la gente que podemos recordarlo.

Por otro lado, estaremos a dos días de acordarnos y rememorar, como ya se encargarán los informativos de todas las cadenas, aquel 14 de marzo de 2020 cuando se decretó un hasta ese momento desconocido “estado de alarma” que nos encerró en nuestras casas durante casi dos meses y que durante muchos más nos mantuvo con restricciones y recortes en la libertad de movimientos. Hay quien ya apenas recuerda las salidas a comprar alimentos con guantes y mascarillas y el ejército patrullando las calles de nuestros barrios. Como si las armas y no la conciencia fueran el mejor método para acabar con un virus.

Ambas citas nos traen el recuerdo doloroso y absolutamente respetuoso hacia los miles de víctimas que trajeron y que siempre estarán junto a nosotros.

Mucho se ha escrito sobre ambos hechos y seguro que se seguirá haciendo durante mucho tiempo, por lo que no creo que yo pueda aportar nada al respecto, salvo mi opinión sobre algunos hechos relacionados o el comportamiento de determinadas personas tanto en uno como en otro caso.

Tengo que decir que, en mi mente, y relacionadas con estas fechas, conviven dos sensaciones de alivio diferentes. Por un lado, la de no pertenecer al grupo de personas más perjudicado por ninguno de ellos y, por otro, el haber tenido la suerte de que no me tocara gestionar el dolor y la desesperación de ninguna de las dos etapas.

No creo que se puedan establecer paralelismos de ningún tipo entre ambos hechos, pero sí creo que es reseñable que ambos provocaron en la ciudadanía una conciencia colectiva que nos volvió más empáticos y solidarios con personas a las que no conocíamos de nada, solo por ser víctimas (unos) y por tener la certeza (todos) de que nos podía haber tocado a cualquiera.

Centrándome ahora en lo relacionado con la pandemia, hay que decir que cualquier mero análisis de lo que eran las declaraciones tanto de personajes públicos como de cualquier vecino con quien comentáramos la situación no aguanta ni lo más mínimo el paso del tiempo. Y eso que apenas ha pasado.

¿Dónde quedaron todas aquellas declaraciones de solidaridad y buenas intenciones que todos hacíamos hacia nuestros vecinos, hacia los comercios de nuestros barrios, hacia las industrias nacionales que pasaban momentos muy críticos que, aún hoy, muchas no han podido superar?

¿Adónde se fueron todas aquellas redes de solidaridad que se crearon para hacer mascarillas, para llevar la cesta de la compra a las personas mayores que no podían, ni debían, salir de casa, o aquellas iniciativas para dar clases o hacer gimnasia desde casa? Por no hablar de la explosión de solidaridad y reconocimiento de cada día a las 8 de la tarde hacia el personal sanitario que se jugaba la vida, literalmente en muchos casos, en defensa de toda la ciudadanía.

Pero sabíamos que aquello no iba a durar. Los llamamientos a la solidaridad llegan justo hasta dónde llega la memoria. Y la tenemos tremendamente frágil, cual Doris en Buscando a Nemo.

En algunos casos era fácil preverlo al ver cómo, una vez que se reabrían las puertas de los negocios, eran las cifras de ventas de los operadores online las únicas que crecían y crecían.

A día de hoy siguen existiendo personas mayores que necesitan ayuda para poder llevar a su casa la compra diaria. También hay empresas y comercios que requieren del compromiso de la ciudadanía para seguir adelante. Y qué decir del personal sanitario y de otros servicios públicos vitales para la mayoría de la ciudadanía, que han pasado de la admiración y el aplauso a ver peligrar sus puestos de trabajo por políticas de recortes y privatizaciones. ¿Dónde están ahora las palmas?

Pero todo eso parece que pasó a un segundo plano. Las redes de solidaridad en los barrios, en los círculos más cercanos, no se han llegado a crear, por lo que es difícil que podamos hablar de mantener o fortalecer. El sentimiento de tener que mirar por los tuyos, dando a “tuyos” un sentido muy amplio, es algo que tarda mucho menos en desaparecer que en arraigar.

Las mismas imágenes que entonces compartíamos en redes sociales, de vecinos dando conciertos en los balcones simplemente para alegrar el rato al resto del vecindario, y que entonces nos provocaban ternura, hoy apenas llegan a esbozarnos una sonrisa que incluso nos resulta difícil de explicar a quienes no lo vivieron tan en primer plano.

Recuerdo aquella frase, repetida hasta la saciedad por todo tipo de personajes públicos, “de esta salimos mejores”

Quisiera que ahora alguno de ellos saliera a explicarnos en qué hemos salido mejores.

Nos hemos conformado con la segunda frase más repetida aquellos días, “volver a la normalidad”.

Una normalidad que nos parecía buena, por comparación, pero que era la que nos había llevado hasta allí. Una normalidad de consumo desaforado y descontrol total en la explotación de la naturaleza, las personas y los ecosistemas y que ahora, como buenos animales de costumbres, estamos condenados a repetir.

Pero no quiero acabar con actitud triste o de derrota ante un episodio que, pese a ponernos contra las cuerdas, no ha conseguido derrotarnos. Hemos logrado actuar de forma responsable y combatir todos a una esa amenaza invisible pero totalmente presente en nuestras vidas durante muchos meses.

Al fin y al cabo, todo este artículo, como aquellas frases tantas veces repetidas, al final se demuestra que es solo hablar por no estar callado.


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