... No nos damos cuenta de que donde antes hacíamos falta y se nos podía considerar hasta imprescindibles, ahora ni tan siquiera se acuerdan de nosotros.

2023-10-08

 

 

Guerra y el revistero

 

 

 

Muchas de las personas que lean estas líneas sabrán lo que es un revistero. Se trata de un artículo de mobiliario de complemento que hace años era imprescindible en todos los hogares y que gozaba de un lugar de privilegio, ya fuera al lado del sofá, ya fuera al lado del retrete. Porque su utilidad, por si alguien no lo conoce y no ha caído en la cuenta, era contener las revistas y periódicos que había en la casa. Así se tenían todos localizados y con fácil acceso en los momentos de ocio. Y, ya se sabe, cada uno lee cuando y donde puede.

Bueno, el caso es que si usted sí que sabía lo que era e incluso ha tenido uno de ellos, estará de acuerdo conmigo en que poco a poco, en parte por la irrupción de los medios digitales, este pequeño mueble ha dejado de tener utilidad y ha ido desapareciendo de nuestras casas.

Donde antes estaba la prensa escrita, hoy solo nos hace falta un móvil, Tablet u ordenador para acceder a los contenidos.

Esto no quita, hago un inciso, que yo siga defendiendo el placer de leer la prensa de un modo más “tradicional”. Un gusto que, a veces, está quedando relegado para el café en el bar de costumbre.

Y qué habría pasado si los revisteros, arrinconados en el trastero o directamente enviados al punto limpio, se hubieran rebelado contra ese destino y estuvieran todo el rato poniéndose por medio, estorbando, ocupando un lugar que ya no les corresponde. Lo lógico es que acabaran recibiendo algún que otro puntapié, literal o imaginario, que los volviera, una y otra vez, al rincón al que el tiempo les ha llevado.

Pues algo parecido nos pasa a las personas. En todos los ámbitos de la vida.

No nos damos cuenta de que donde antes hacíamos falta y se nos podía considerar hasta imprescindibles, ahora ni tan siquiera se acuerdan de nosotros.

Esto no tiene que ser ni bueno ni malo, es simplemente la evolución lógica de los acontecimientos.

Es posible que, como a los revisteros, alguien nos llame a veces para algo concreto o nos utilice a modo de solución de urgencia para alguna cuestión. Pero ello no nos debe hacer olvidar cuál es nuestro lugar.

Pues exactamente eso mismo, y aquí viene la explicación de esta larga introducción y el porqué del título de este artículo, les pasa con bastante frecuencia a las personas que en algún momento han desempeñado un papel importante en la vida política de este país.

El tema es que, de vez en cuando, motu proprio o por amable y enrevesada invitación de los medios de comunicación, aquellos que pudieran ser considerados personajes con un papel histórico en el pasado reciente de nuestra política aparecen dando su opinión sobre la actualidad, analizándola como si todo siguiera igual, como si nunca se hubieran ido, pasando en muchos casos de analistas privilegiados a simples monologuistas que, si no fuera por lo que pueden llegar a decir, causarían risa. Una risa tipo “ya está el abuelo con sus cosas”, con perdón para los abuelos, a los que, sin embargo, deberíamos escuchar mucho más.

Y en estas que nos encontramos con Felipe González, Alfonso Guerra o José María Aznar, más habitualmente de lo que nos gustaría, en entrevistas y actos varios en los que no dejan pasar la ocasión para hacernos ver que están desfasados y qué flaco, muy flaco, favor les hacen a sus compañeros, a quienes en algún momento los vieron como una referencia, e incluso a ellos mismos.

Decía Groucho Marx que era mejor estar callado y parecer tonto que empezar a hablar y demostrar que realmente lo eres. Y, viendo las declaraciones en televisión del otrora vicepresidente del Gobierno,

Alfonso Guerra, está claro que este señor se ha vuelto un marxista convencido, pero no de Carlos, al que dejó de lado hace mucho tiempo, sino de Groucho.

Todo el mundo tiene derecho a opinar, no se me ocurriría decir lo contrario, pero no todas las opiniones se miran igual. Por eso es conveniente analizar, y sobre todo pensar, antes de hablar.

Cuando una persona ha sido el referente de un partido, de una generación y hasta de un país, debe tener mucho más cuidado con lo que dice. Creo que resulta totalmente exigible que a quien ha jugado un papel fundamental en algún momento de la historia se le debe exigir que actúe acorde a dicho papel, incluso cuando ya no lo desempeñe y aquellos momentos hayan quedado atrás, muy atrás.

Cualquier cómico sabe que la gracieta, el chiste fácil y el chascarrillo son elementos que si no se manejan bien se pueden volver en contra de quien los dice. Por eso analizar una cuestión desde la experiencia, salvando siempre las distancias, es un lujo que no podemos perder. Pero pretender sentar cátedra desde la prepotencia, el insulto y menosprecio hunde a quien lo usa mucho más que a quien se pretende ofender. Porque me gustaría recordar al señor Guerra, si alguna vez leyera estas líneas, que no ofende quien quiere, sino quien puede. Y usted, señor Guerra, ya no puede.

Créame si le digo, amable lector, que me resulta lamentable escribir estas líneas porque estoy convencido de la necesidad de tener referentes claros que despejen, al menos en parte, el oscuro horizonte que tenemos por delante. Pero creo que es mucho más lamentable escuchar según qué cosas y dejarlas pasar con un simple pensamiento de que el abuelo está gagá.

De todas formas, estoy convencido de que el mayor bochorno se lo hacen pasar precisamente a aquellos a los que tienen más cerca. A sus compañeros y seguidores. Porque a los que tienen enfrente, si es que de verdad los tienen enfrente, tan solo les provoca risa y cierto alivio, porque con sus ocurrencias les ponen titulares en bandeja y les permite un descanso en la incansable tarea de tapar sus propias vergüenzas.

Hay una frase que dice que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. Ojalá fuera una frase que todos tuviéramos más presente cuando nos ponemos a repartir opiniones.


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