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Recuerdo, no como si fuera ayer, para qué nos vamos a engañar, mi época de estudiante en el Instituto de Las Fuentezuelas de Jaén.

Una época llena de...

2023-04-09


Recuerdo, no como si fuera ayer, para qué nos vamos a engañar, mi época de estudiante en el Instituto de Las Fuentezuelas de Jaén.

Una época llena de buenos momentos, porque los malos, que también los hubo, se olvidan en seguida y eso nos sirve para idealizar el pasado, aunque esos recuerdos no tan buenos afloran en cuanto se rasca un poquito.

El caso es que además de las clases, las compañías, las risas y las ocurrencias propias de la edad y el arrojo lógico del momento, he recordado la capacidad que teníamos para movilizarnos por aquellas causas que nos afectaban.

Las huelgas de estudiantes, hoy casi desaparecidas, eran algo cotidiano y contaban con mucha participación. Tan raro era el mes sin convocatoria de huelga como la semana sin aviso de bomba.

El tema estaba en que teníamos interiorizado que debíamos defender nuestros derechos y que estaba en nuestra mano hacernos valer. Con mayor o menor razón, con mayor o menor acierto, pero estábamos dispuestos a afrontar las consecuencias de aquellas convocatorias y acudíamos convencidos a las movilizaciones, algunas de mal recuerdo.

Y no era una cuestión particular de nuestra generación ni de un tipo de enseñanza. Ni siquiera de unas ciudades sobre otras. Era un sentir general, heredado de nuestros padres y abuelos, que nos hacía conscientes de que debíamos luchar por unos derechos que habían costado mucho y que nadie iba a defender por nosotros, si no éramos nosotros mismos los primeros en hacerlo.

Aquella capacidad de movilización ha ido cambiando. Los sindicatos no tienen ya la fortaleza que tenían hace años, quizá porque ahora las estrategias que han adoptado son diferentes, los partidos ven como se mira más quién hace la convocatoria que lo que se pide para apoyarla o no, y la sociedad en general se mueve entre la desmovilización más absoluta y el pensamiento del “novaaservirdenada

En cambio, sí que se producen algunas veces movilizaciones numerosas que reverdecen el recuerdo de aquellos días. Y esas movilizaciones suelen tener unos denominadores comunes, la defensa de los servicios públicos y la convocatoria por una plataforma ciudadana.

El papel que juegan las mareas de colores, las plataformas y asociaciones vecinales, las asociaciones de afectados de cualquier tipo, se ha vuelto vital en el imaginario reivindicativo de la sociedad española.

Y no es fácil. Porque después de lo dicho y de la necesidad de algunos, a veces legítima, de figurar en todas las convocatorias habidas y por haber, mantener la equidistancia y el sentido no partidista de las plataformas, a veces supone todo un reto. Los intentos de manipulación de las plataformas deben ser cortados en seco desde el primer momento e, incluso cuando la mayoría de los miembros de una plataforma pertenecen al mismo partido o sindicato, se debe entender que la plataforma tiene que ser abierta, participativa y colaborativa. En otro caso, su andadura será corta y sin efectos.

Pero cuando se dan esos casos, cuando se asume que es tan importante el fin como el camino a recorrer, el resultado es de lo más esperanzador.

Para ello hacen falta una serie de ingredientes. Lo primero es que el objetivo de la movilización sea compartido por amplios sectores de la sociedad. Lo segundo es que el objetivo a lograr esté claro y nadie se plantee la duda de la conveniencia. Y, lo tercero y quizá lo más importante, que la “ejecución de las acciones”, ya sea en forma de comisión o de grupo de trabajo, se haga desde la inclusión y el alejamiento de protagonismos.

Sería imposible ver una movilización en defensa de la sanidad pública con el éxito que han tenido en Andalucía las llevadas a cabo por las Mareas Blancas el pasado sábado 25 de marzo si las hubiera convocado cualquier partido. Cualquiera.

Y, ¡ojo!, no se entienda mal. Los partidos han estado presentes y personas vinculadas a ellos han trabajado como los que más para el éxito de las convocatorias. Pero se ha hecho, desde el amparo de la plataforma, en un clima de colaboración por un objetivo común.

Yo desconfío de aquellas convocatorias en las que se pide el apoyo de los partidos para la difusión y la organización, pero luego se obliga a que nadie lleve banderas ni insignias partidistas a las mismas. Para mí es absurdo reconocer el papel de los partidos y a la vez no querer que conste su apoyo.

Pero eso no quita que todo el mundo sepa su lugar y entienda que todos a una, en compañía y no en escalafón, el objetivo estará más cerca. Igual se puede decir para partidos o sindicatos.

Creo que las plataformas ciudadanas están llamadas a jugar un papel importantísimo en la vida política del país, y por eso desde los poderes establecidos se les teme más que a cualquier partido o acto electoral.

Porque el papel de las plataformas, su reivindicación, está centrada y no tiene fecha de caducidad. La movilización continuará hasta que el objetivo se logre. Y dará igual a quién se tenga enfrente. Incluso si ha sido compañero de viaje hasta hace poco.

Por todo ello es tan importante el trabajo de las personas que organicen el funcionamiento de las plataformas y que hagan de portavoces de las mismas. Y no se trata de una continua guerra de posicionamiento, sino conseguir que se asuma el funcionamiento en línea y que se aporte desde todos lados, según capacidades y oportunidades.

La ciudadanía ha tenido siempre el acierto y la inteligencia colectiva necesaria para movilizarse por el bien común. Solo el trabajo intencionado por desarmar sus intentos y el agotamiento propio del trabajo altruista, no siempre bien reconocido, pueden hacer que las plataformas decaigan antes de lograr sus objetivos.

Y es ahí, en ese trabajo colectivo y de relevo constante, donde tenemos que participar todos, ciudadanía, colectivos, sindicatos, partidos…

Vaya este texto como reconocimiento al trabajo de estas plataformas y de las personas que las hacen posibles, para que no decaigan nunca.


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