11-09-2022

Al igual que una moneda todo, o casi todo, siempre tiene dos caras.

El conocido como síndrome post-vacacional se relaciona con la ansiedad, angustia o emociones negativas que supone la readaptación a la vida laboral tras el período de vacaciones. Supone el paso del descanso, relax, paz y felicidad a horarios más rígidos, asunción de obligaciones y un cambio en el estilo de vida. No hay duda, es un fastidio. En algunas personas la vuelta al trabajo puede llegar a provocar intensas molestias psicológicas y/o físicas, llegando a cuadros agudos de estrés, depresión e incluso aumento de las frecuencias respiratoria y cardíacas. Casos extremos en los que, el fin de las vacaciones no es que sea un fastidio, sino que se convierte en un auténtico drama.

En el extremo opuesto hay un grupo de “afortunados” que nunca, o en contadas ocasiones, sufren este síntoma: las personas a cargo de familiares afectados por alguna enfermedad, los propios enfermos ingresados en hospitales, las familias cuya solvencia económica a duras penas les permite llegar a fin de mes, los parados, los indigentes, y tantos otros “suertudos” que se libran del maldito síndrome.

Ellos no padecen el hastío, desencanto, tristeza, ansiedad y malestar general por poner fin a unos meses de esparcimiento y retomar el trabajo, lo sufren por la sustitución del derecho de todo ciudadano al descanso por el deber de atender a sus padres ancianos y el pesar ante su deterioro físico y/o mental, por la pena de que su “residencia vacacional” sea un centro sanitario con gran oferta en terapias, en absoluto placenteras, para intentar paliar los dolores y sufrimientos causados por su enfermedad, por no solo la falta de los suculentos menús de los mejores hoteles sino por tener que sudar sangre para llevar un trozo de pan a sus hijos, por dormir tirado en la calle resguardado por algún que otro cartón, o simplemente porque al no tener trabajo, y en consecuencia tampoco vacaciones, jamás se verán afectados por un síndrome post-vacacional.

Las dos caras de la moneda. Habría que dedicar un momento a la reflexión. A todo el mundo le duele que se acabe “lo bueno”, eso es lógico; pero es que hay un colectivo de seres, humanos como el resto, que no sabe el significado de “bueno”.

Llegados a este punto el tener que pasar un período de adaptación, un tanto incómodo sí, por trabajar, disfrutar de unas vacaciones, y luego deber volver a trabajar para disfrutar nuevamente de esas vacaciones… no sé… pero yo diría que es una suerte.

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