...un día cualquiera de finales de 1978, Marcial supo que cerca de la Cruz de Piedra, a las afueras de Begíjar, vendían un terreno. Aquella misma noche, en el transcurso de una despedida de soltero, Marcial propuso a los asistentes, todos recién casados o en edad casadera, comprar la finca antes dicha, urbanizar el terreno y construir casas para todos aquellos que las necesitaran.

2023-01-29

Por Francisco Martínez Calle


Estimado José María:

Animado por ti, amigo muy cercano de mi gran amigo Marcial, he escrito el relato siguiente, donde trato de exponer, brevemente, su gran hazaña, consistente en conseguir solares en inmejorables condiciones económicas para la construcción de una barriada obrera, destinada a gente joven y sin recursos.

Pues corrían los años finales de la década de los 70 del siglo pasado, cuando Marcial Tobaruela Búger, begijense de nacimiento y de espíritu emprendedor, superó, uno de los retos más notables de su vida, motivo por el que llegó a figurar dentro del libro Semblanzas masculinas (Francisco Martínez Calle, 2021), destinado a enaltecer a los hombres más notables de Begíjar, pueblo olivarero y valiente como pocos. Ese reto no fue otro que crear las bases para la construcción de la barriada de la Virgen del Carmen de Begíjar, en las condiciones que ahora diré.

Pues un día cualquiera de finales de 1978, Marcial supo que cerca de la Cruz de Piedra, a las afueras de Begíjar, vendían un terreno. Aquella misma noche, en el transcurso de una despedida de soltero, Marcial propuso a los asistentes, todos recién casados o en edad casadera, comprar la finca antes dicha, urbanizar el terreno y construir casas para todos aquellos que las necesitaran.

Una vez expuesto el proyecto, no sin grande dificultad, quizá, por la ingesta colectiva de vino, a todos les pareció bien, por lo que, al día siguiente, ya existía una cuenta corriente común y ya habían sido varios los que habían depositado los primeros ingresos.

A continuación, Marcial tuvo que dirigirse al dueño de las tierras, a la sazón don Emilio Aranda Ortega, hombre bondadoso y profundamente creyente, para llevar a cabo la compra del terreno. Una vez fijado el precio, Don Emilio solo exigió a Marcial que aquel terreno, vendido a mitad de precio, solo se utilizara para viviendas sociales. Marcial, con toda la formalidad que el caso requería, así se lo prometió ante una imagen religiosa:

            --Se lo juro, don Emilio, por la Virgen del Carmen aquí presente, que estas tierras solo se utilizarán para construir viviendas sociales.

            --Marcial –le repuso, ponderado, don Emilio--, esa imagen, ante la que acabas de prometer no es precisamente la Virgen del Carmen, sino Santa Eulalia, de la que soy muy devoto.

            --Pues si a usted no le importa, don Emilio –reaccionó Marcial con osadía--, la barriada se llamará Virgen del Carmen.

            A partir de entonces, el esfuerzo de los dueños de los solares fue ingente, como no lo fue menos el apoyo incondicional de un alcalde, consciente del enorme problema de la vivienda en el pueblo. Parecía milagroso, cómo en cuestión de pocos días, los aspirantes a propietarios se convirtieron en consumados albañiles; y cómo la energía de tanta gente joven y con tanta ilusión por tener una vivienda propia, había conseguido que unas tierras labrantías hasta entonces se convirtieran en una pujante barriada.

            De los problemas subsiguientes, Marcial apenas se acuerda. Pero, entre otros muchos, tuvo que litigar en firme con la empresa Sevillana de Electricidad, el papeleo del propio ayuntamiento, los correspondientes permisos de la Junta de Andalucía, los inevitables pagos a Hacienda y la permanente amenaza de haber incurrido en delito de flagrante ilegalidad.

Pero como Dios aprieta, pero no ahoga, como reza el viejo refrán castellano, gracias a la intervención de un notario comprensivo y unas autoridades conscientes de las necesidades colectivas, todas las dificultades se superaron con arreglo a la conveniencia de los propietarios. A mi amigo Marcial le correspondió un solar en el centro de la urbanización. Allí puso una tienda de comestibles y allí ha consumido su vida hasta hace bien poco, cuando, felizmente, se jubiló.

Algunas veces, cuando voy a Begíjar, lo visito en su nueva casa. Entonces hablamos de aquellos tiempos heroicos de su juventud, del trabajo constante de su tienda, con frecuencia centro social de los vecinos en muchas cuestiones, y de la trascendencia de aquella decisión tomada en una tumultuosa noche de farra.

Ahora, ya en otoño de 2022, con más de 70 años, Marcial ya presta menos atención a su casa que al estado de su huerto, en el que aún no ha sembrado las habas; las matas de los tomates permanecen, aunque convertidas en despojos; los árboles, sin hojas, se hallan alicaídos; el césped de la piscina se muestra raquítico ante la pertinaz sequía; y las eras aún por hacer.

--Marcial, ¿te acuerdas de cuando empezamos a ir a la escuela? –le pregunto al verlo con una tristeza permanente.

--Estoy cansado y viejo, pero ni un solo día dejo de pensar en mi tienda y en mis clientes, a los que nunca consideré simples consumidores, sino verdaderos amigos.

Luego sonríe dulcemente, para quedarse sin palabras.

Ya es suficiente, estimado José María. Así ocurrió todo y así he querido que se sepa cuál fue la benéfica actuación de nuestro buen amigo Marcial.


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