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DOMÈNEC MARTÍNEZ GARCÍA "Mi padre cicatrizó sus heridas como pudo, y siguió adelante. |
2025-11-02
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Mis manos: mi capital

Era más que una frase ilustrando un cartel y un discurso. Tuvo un gran impacto en la comunicación política del año 1977, la cultura de los comunistas catalanes del PSUC. Tiempos de esperanza.
Una década antes, a finales de octubre de 1967, las Comisiones Obreras clandestinas habían convocado una jornada contra el paro y los expedientes de crisis. Por un salario de 300 pesetas y una semana laboral de 40 horas, entre otras reivindicaciones. La noche fue larga para más de 60 personas detenidas. Entre ellas varias mujeres y curas de los barrios populares. Sucedió la noche del día 27 y se conoce como la Manifestación de las piedras. Una modesta placa lo recuerda.
Así eran las cosas en aquellos tiempos de la dictadura. Mi ciudad era conocida como Terrassa la roja. Entre sus protagonistas un buen porcentaje de procedencia andaluza y de otros lugares, huyendo de la miseria moral, económica y política del régimen franquista. El humo de las fábricas, las sirenas anunciando el cambio de turno y el sonido de las máquinas, lo inundaba todo.
En los inicios de la década de los años 60, mi padre, Manuel, se dejó media mano entre unas púas. Le llamaban la Loba, una máquina de cardar o peinar la lana. Peligrosa. Ahora se puede ver en el Museo de la Técnica y de la Ciencia de Terrassa. Me contó que fue como un suspiro, tal vez un exceso de confianza, o el cansancio de las largas jornadas fabriles. O quizás todo junto: había que añadir la “prima”, la productividad, al salario escaso de aquella época, 90 pesetas, en turnos de 12 horas diarias. Un suspiro más y se le hubiese comido el brazo. Mi padre cicatrizó sus heridas como pudo, y siguió adelante.
Hoy, cuando escribo esta crónica, he participado en la presentación del Trabajo de Investigación de una alumna de secundaria, la Mar, del Instituto Montserrat Roig. La escritora de La hora violeta y de Los catalanes en los campos nazis. Todo junto: un privilegio.
“Con Franco se vivía mejor” es falso. Una mentira mil veces repetida en estos tiempos. Sabemos dónde se nutren y como se expanden. Centros, en lugares remotos, que trafican con nuestros datos y los transforman en algoritmos. “Es el mercado amigos”, dicen los millonarios tecnológicos al servicio de dictadores y personajes sin escrúpulos, para lanzar mierda, literalmente, con la llamada Inteligencia Artificial.
El libro Síndrome 1933, de Siegmund Ginzberg, nos alerta de la filología del odio. Casi todo lo peor de las redes sociales ya aparecía en los tiempos de la República de Weimar. “Desde el principio los nazis demostraron ser unos campeones del insulto, de la hipérbole, de las groserías. Era una representación, reiterada e incesante, estudiada y deliberada”.
La memoria es cultura, y los testimonios en las aulas una oportunidad para facilitar un diálogo intergeneracional. Valores democráticos y anhelos de las generaciones más jóvenes: vivir con dignidad. Sueños de fraternidad universal, bien entendida. Aunando inteligencia y generosidad.


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