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FLORI TAPIA "me dio las gracias por escucharla |
2025-10-25
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El 141

Se sentó a mi lado relatando. No le hizo ninguna gracia que una chavala que no llegaría a los veinte años estuviera sentada en uno de los asientos con preferencia para personas mayores, discapacitados o embarazadas, y hablando en alto, pero sin mirar a nadie, justo cuando tomaba asiento la escuché decir “y encima con su bolso al lado, y mirando el móvil para hacerse la loca, qué poca vergüenza tiene la juventud de hoy en día, se ponen la música y hala”. Me miró esperando un gesto de aprobación y le conté que hace muchos años a mí me pasó lo contrario: cedí mi asiento en el metro a una señora mayor que iba bien arreglada, son sus labios pintados y un buen moño, y me dejó de piedra cuando rechazó el ofrecimiento “cariño, no te levantes, que tienes cara de estar cansada de trabajar todo el día y yo vengo del baile”. Qué cara no tendría yo para evidenciar ese agotamiento de hora y media de trasporte de ida, horario partido de nueve a nueve y otra hora y pico de vuelta.
Me preguntó qué pintalabios usaba. Me dijo que le gustaba mucho cómo iba maquillada, y me contó que venía de rehabilitación porque se había caído y tenía una fisura en la rabadilla (ella dijo rabanilla), que su marido estaba en una residencia porque estaba enfermo y no podía cuidar de él y que desde que murió su hijo no levantaba cabeza. Hacía menos de un año que había fallecido después de cinco o seis enfermo, y que no tenía ganas de vivir.
“No tenía novia, bueno algo tendría, aunque a ninguna la trajo a casa y salía, pero cuando le llegó el cáncer se vio solo, allí no apareció ninguna, y yo tuve que meter a mi marido en la residencia porque ya estaba con el Parkinson y porque no me podía partir en dos y me quedé a los pies de mi hijo desde que cayó malo hasta que se murió, … yo pensaba que no tendría nada, porque le gustaba viajar y se compraba ropa cara y sus buenas colonias, y cenaba en buenos restaurantes, y resulta que había ahorrado cien mil euros, así que me quedé sin hijo y con un dinero que no me hace falta, porque no le tengo a él y mi marido ya ni siente ni padece, así que mira tú el plan”…
El plan era que yo sabía salido de casa con una sonrisilla nerviosa y tonta porque sabía a dónde iba, y que me iba a reencontrar con un ídolo de juventud. Pero me quedé hecha una mierda antes de llegar.
Me dijo que se llamaba Anunciación, y me dio las gracias por escucharla y por el abrazo que nos dimos antes de que se apeara. Tan pegada al cuerpo se me quedó su soledad, que ni siquiera una vez hube llegado a mi destino conseguí zafarme de esa sensación de vacío de hijo muerto que me había impregnado la conversación en el bus con Anunciación. Ya bajando del bus me dijo apresurada la calle en la que vivía como quien a gritos pide que suene el timbre de su casa y alguien vuelva a darle un abrazo.
Ojalá volvamos a encontrarnos en el 141.
Ojalá vuelva a ver a Alberto y pueda decirle que le amé como se ama a quien sólo se sueña cuando tienes veinte años, sin llevar a cuestas tanta pena.


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