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FLORI TAPIA "Era cobrizo, pecoso, alto y tan escuchimizado... |
2025-11-08
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Enriquito

Era cobrizo, pecoso, alto y tan escuchimizado que pareciera que estaba enfermo. También era muy redicho. Para mí solo era el hijo de la Rosa, sin embargo, fue mi primer novio. Debía tener yo cuatro años. Me lo endosaron sin más. Se llamaba Enrique. Él vivía en el cuarto, yo en el bajo, me dejaba montar en la parte de atrás de su bici con ruedines, jugábamos a las cocinitas y por todo eso que compartíamos, bloque y juegos, se referían a él como mi novio y a mí como su novia. Bueno, también íbamos los domingos juntos a comprar chuches a la abuelilla, que era una señora mayor que iba vestida de negro por completo y con un pañuelo en la cabeza, como un grajo en lo alto de la escalera, y llevaba una cesta de mimbre enorme con gominolas, chicles, pipas, paloduz, y bolsitas de aceitunas sin hueso.
Persiste esa costumbre hoy en día: en cuanto dos chiquillos de diferente sexo se llevan bien y son amigos, se les pregunta si son novios. Pareciera que en la pregunta se busca la respuesta de una confirmación, no vaya a ser que el niño salga maricón y la niña bollera. Y creo que es un temor real, rodeado de tópicos como el de “que sea lo que quiera, yo le voy a querer igual”. Algo parece que hemos ganado, acostumbrados como estábamos al “prefiero un hijo muerto que un hijo de la otra acera”. Pero también intuyo que cualquier hijo preferiría un padre muerto a un padre cavernícola, y eso es algo que no se tiene en cuenta.
Sin entrar en etiquetas y nuevos términos, muchas veces me pregunto si tan difícil es entender y respetar que todos tenemos el mismo derecho a sentir y vivir como nos dé la gana
Enriquito era feo de cojones, pero yo a esa edad sabía de novios como de hipotecas o de mecánica cuántica, cero patatero. Sin embargo, algo tan aparentemente inocente como ese invento de noviazgo fraguado por las alcahuetas del barrio, dio lugar a que a medida que íbamos creciendo resultara molesto, hasta el punto de incomodarme el simple hecho de cruzarme con él en el portal, aunque Enriquito parecía estar encantado con esa historia. Siendo ya más mayores, hasta tenía la sensación de que me miraba con ojos de carnero degollado. La verdad es que el chaval nunca tuvo una sola papeleta como para que me ilusionara continuar con el cuento que otras habían empezado a escribir.
¿Y si me hubieran gustado las chicas? ¿Habrían dicho con la misma naturalidad que fulanita y yo éramos novias? No, rotundamente no. Sigue considerándose una vergüenza, una deshonra, un problema. No hablo en términos legales, sino en algo más primario: la familia. Estamos hartos de ver en la televisión casos de hombres y mujeres que lejos de ser apoyados por sus padres han sufrido lo inimaginable simplemente por el hecho de ser: en el seno familiar, en la escuela, en el barrio.
Dejemos de juzgar, de hacer preguntas incómodas, pero, sobre todo, evitemos esas cuestiones por la misma razón por la que no les preguntamos por el euríbor. Que ya tendrán tiempo de saber quiénes son y qué es lo que quieren.


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