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FLORI TAPIA "Si las paredes de Cantora hablaran |
2025-11-16
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Ineffabillis

Me gusta pintar, lo necesito. Pero como quiera que también necesito trabajar fuera y dentro de casa, no siempre tengo tiempo suficiente para hacerlo. De modo que los viernes por la noche, como si fuera un ritual, tengo por costumbre sacar mis pinceles, lienzos, papel, lapiceros, acuarelas, acrílicos y cualquier cosa que sienta que me ayude a expresar y trasmutar todo lo que he ido acumulando desde mi última ceremonia de introspección y creatividad, llámalo auto terapia. El primer trabajo suele ser de desfogue, los siguientes, son puro placer, como un proceso meditativo gozoso, en contacto directo con mi lugar seguro, ese en el que no sucede nada que yo no quiera que suceda y todo fluye desde el sentir. Y lo hago muchas veces mientras de fondo entrevistan en De Viernes a alguien. Cuando la cosa se alarga, y la madrugada me acompaña en mi pasión, me paso a Equipo de Investigación, donde otros hablan de crímenes, estafas, o sucesos por el estilo, y yo sigo a lo mío, hasta que ese ruido de fondo me cansa y le pongo los cuernos con música de violonchelos, cuencos tibetanos, el crepitar del fuego o sonido de lluvia.
La semana pasada estaba hablando Francisco Rivera, alias Kiko, de su vida, de sus jaleos con las drogas, de la relación con su familia, y de cómo quería a su hermana al tiempo que reconocía haberla humillado y levantado la mano en más de una ocasión. Desde luego, hay gente que no sabe querer. Si las paredes de Cantora hablaran íbamos a flipar de lo lindo. Bueno, pues en esas estaba cuando apareció en la pantalla de mi móvil, un mensaje directo de Instagram: “Me gustó mucho, muchísimo. Gracias”.
Era el sobrino de Francisco, Paquirrín no, el Papa. Resulta que había leído el artículo que escribí sobre él con motivo de su muerte. Puede que tuviera algo que ver que había estado escuchando todo el día en bucle Lux, el último trabajo de Rosalía, y ese misticismo me había calado hasta el tuétano, el caso es que me dio un vuelco el corazón cuando recibí el mensaje, como si ese mismo cristo que llora diamantes en la voz de la catalana, hubiera movido los hilos que conectan a una roja espiritual nada ortodoxa y un poco chalada, con el hijo de la hermana del único papa que me ha tocado el corazón, desde una Argentina en manos de Milei, al borde del abismo. Si en ese momento hubieran entrado en mi casa los músicos de la Orquesta Sinfónica de Londres a ritmo de Berghain, me habría acabado de explotar la cabeza.
Sí, me pasan estas cosas. Para saborear ese momento me hice una infusión de cúrcuma y releí el mensaje antes de acostarme. Después estuve bicheando su perfil y en su última publicación, justo del día anterior, aparecía una foto de él con su tío acompañada de un pequeño texto que concluía así: te recordé y te extrañé hoy, siento que la próxima vez que vaya a verte será para meditar en el lugar de tu eterno descanso.
Y me fui a la cama con una sonrisilla, pensado en cómo se las gasta la energía sagrada que habita bajo la piel de lo mundano.


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