FLORI TAPIA 

"En cierto modo, es como la vida misma:

2025-04-06

Sexo, drogas y Nuevayol

 

Cada vez que llegado este tiempo nos quitan una hora, pienso en que estaría bien que a veces nos quitaran una temporadita, no sé, un mes, un trimestre, tal vez un año. Que ese momento en el que en el reloj pasa de marcar las dos a marcar las tres, también llevara implícito un salto de mayor envergadura y desapareciera de un plumazo todo lo que cabe en ese agujero negro que atravesamos cada cual con nuestras batallas personales internas, y es que cada día estoy más convencida de que a todos nos sobra algún capítulo. Supondría una especie de sacrificio, por cuanto tiene de irremplazable el tiempo, pero hay circunstancias en las que valdría no haber vivido ese lapso con tal de no haber experimentado algunas vivencias. No sé tú, pero yo me iba a quedar más a gusto que un arbusto.

Y es que la vida a veces es como las canciones de Bad Bunny, que todo es perfecto hasta que él se escucha la desgana hecha voz, como de acabarse de despertar y remolonear en la cama con una patata cocida en la boca. Una cosa rarísima.  La música de su último álbum, Debí tirar más fotos, es trópico puro: una maravilla de vientos, percusión, timbales y coros, pero por narices tienes que escucharle a él, no queda otra. Sus temas son indisolubles e inquietantes a partes casi iguales, así que o las tomas o las dejas. A fuerza de ejercitarlo yo ya casi he conseguido ceder el protagonismo auditivo al musicote que le acompaña, que ya te digo que es como para hacer una concesión al boricua. Si eres capaz de superar el primer minuto de su Baile inolvidable y abstraerte de su voz aletargada, va a ser muy difícil que la salsa no impacte en cada una de tus células. Tres cuartos de lo mismo pasa con La mudanza.  

En cierto modo, es como la vida misma:

música de los dioses que alguien o algo acaba jodiendo en algún momento.

Hace sol, pero queda mucha lluvia por caer. Es una estación que me gusta por cuanto siento que me nutre apreciar cómo esa misma vida, en sus diferentes formas y seres, se abre paso y muestra su parte más exultante. Un reguero de malvas junto a un espino formando un atrapasueños sobre la mala hierba, el verbo renacer cobrando todo el sentido, y la sensualidad hecha paisaje. Hablando de sensualidad, Desmond Morris, zoólogo, etólogo y pintor británico, elaboró una teoría según la cual las mujeres emulamos la funcionalidad de nuestra vulva a través de la apariencia de nuestros labios. Viene a decir Morris sobre nuestros morros, que cuando nos los pintamos de rojo, estamos reivindicando nuestra sexualidad, hilando tan fino en su teoría, que hasta llega a identificar el uso del gloss con la humedad y el brillo propios de la excitación de los labios vaginales. Y lo más curioso de todo esto, es que lo hacemos inconscientemente, claro. Recoge este estudio uno de sus libros, El hombre al desnudo, publicado a principios de los ochenta.

Nunca me he parado a pensar por qué me pinto los labios y por qué lo hago de color rojo casi siempre, pero ahí está Morris para sacarme de dudas. Según su tesis, cada vez que nos pintamos los labios estamos lanzando un mensaje nada subliminal, que en función de la tonalidad que elijamos advierte sobre el estado de nuestro deseo y las fases de excitación asociadas a la vulva.

Mi teoría sería bien distinta y menos elaborada, simplemente me gusta, me veo guapa, y eso ya es un motivo más que suficiente para hacerlo siempre que me apetece. Telita con el inconsciente, en su estado más puro, almacenando patrones ancestrales que se mantienen en el proceso evolutivo de las especies. Porque según este estudio, esto ya lo hacía Cleopatra con rejalgar, mineral de cuyos polvitos se extraía la pigmentación que servía de labial.  Vamos, que lo de pintarse los labios es una tradición con más años que el fuego. No me digas que no es una fantasía que unos años antes de Cristo, una señora reina de Egipto luciera morritos rojos, por la gloria de su padre, que es lo que viene a significar su nombre: kleos (gloria) y páter (padre), por mucho que la expresión nos recuerde a Chiquito de la Calzada.

Cleopatra era más lista que el hambre, y no creo que sea casualidad que fuera considerada una mujer seductora solo por sus habilidades políticas, sino por esos cuidados personales que la situaban como un imán irresistible a ojos de los demás, desde sus famosos baños de leche de burra al ungüento con el que solía embadurnarse, elaborado a base de aceite de oliva, mirra, canela y cardamomo. De todo esto, claro, no tengo pruebas, pero tampoco dudas, y es que los historiadores y los científicos, cuando se ponen, son capaces de cualquier cosa y eso es lo que cuentan algunos investigadores a cerca de esta hembra enigmática y poderosa a la que ponemos cara gracias al cine y a la mujer de la mirada violeta, Elisabeth Taylor. Obviamente, no hay imágenes de Cleopatra, pero de haber existido la posibilidad de capturar momentos mediante fotografías, tengo claro que habría sido, además de la reina del Nilo, la reina del selfi. Te digo más, traída a este momento insustancial de la Historia, sería carne de cañón de La Isla de las Tentaciones como invencible tentadora.

Es difícil discernir entre hechos históricos y leyendas cuando nos remontamos a esa época, y realmente quizá esa sea la cuestión que hace que el interés por según qué personajes y acontecimientos se mantenga después de tanto tiempo. Realmente me da igual si es verdad o no que Cleopatra le diera al opio y al cannabis, o que se suicidara por amor o de estar hasta su coño grecoegipcio de tanto trajín, tanto volcán y tanta leche (de burra y de no burra) porque ninguna de estas circunstancias merma un ápice su relevancia como mujer inteligente, transgresora y ultrasexi.

Aquí lo llamativo es que esa diosa de carne y hueso se pintara los labios, como lo hacía Marilyn Monroe, como lo hacemos millones de mujeres en el mundo, o como lo hacen las amapolas —junto a los jaramagos— diciendo “aquí estoy yo” sin abrir la boca. 


 

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